Por Mohamed A. El-Erian, jefe ejecutivo y oficial cojefe de inversiones de PIMCO, empresa mundial de gestión de inversiones. Traducido del inglés por Carlos Manzano (Project Sindícate, 23/03/11):
Mientras todos nos esforzamos por entender las repercusiones económicas y financieras del desastre del Japón, resulta tentador buscar analogías históricas para orientarse. De hecho, muchos se han apresurado a citar las consecuencias del terrible terremoto de Kobe en 1995, pero, si bien ese ejemplo brinda algunas ideas, es demasiado limitado para entender lo que el Japón tiene por delante y depender excesivamente de ellas podría resultar contraproducente a la hora de adoptar las políticas apropiadas al respecto, tanto en el Japón como en el extranjero.
En primer lugar, veamos las similitudes entre la tragedia actual del Japón y la de 1995. En los dos casos se trató de terremotos terribles cuyas consecuencias han sido un tremendo sufrimiento humano y daños materiales en gran escala. Los dos obligaron al Gobierno del Japón a dar muestras de considerable agilidad con sus medidas de rescate. Los dos desencadenaron múltiples ofrecimientos de ayuda por parte de amigos y aliados de todo el mundo. En los dos casos, la destrucción de riqueza fue acompañada de perturbaciones en la vida económica diaria.
También hay importantes similitudes con vistas al futuro. Como ocurrió tras el desastre de Kobe, después de centrar la atención en el rescate de los supervivientes, se aplicará un enorme programa de reconstrucción. Se harán asignaciones presupuestarias en gran escala (el dos por ciento del PIB en el caso de Kobe). Las familias afectadas recibirán asistencia financiera para ayudarlas a restablecer cierta normalidad en sus vidas. Se repararán y mejorarán las carreteras, las viviendas y muchas otras infraestructuras.
Esas similitudes han movido a varios economistas a facilitar predicciones tempranas de las consecuencias económicas nacionales y mundiales, incluida una profunda recuperación en forma de V de la tasa de crecimiento del Japón en 2011, cuando a la contracción inicial siga un importante aumento de la actividad económica, lo que entrañará una rápida recuperación de la base tributaria del Japón y del nivel del PIB. Esas predicciones aconsejan prudencia contra una reacción excesiva de las autoridades de los países extranjeros. En lugar de tener en cuenta inmediatamente los acontecimientos japoneses en sus cálculos, las autoridades deben considerar “transitorios” –es decir, temporales y reversibles– los efectos en la economía mundial y, por tanto, poner la mira en el período posterior, al preparar sus reacciones.
Pero existe el riesgo de que esa actitud minimice las consecuencias nacionales e internacionales del desastre japonés. Como tal, podría contribuir a que las reacciones –desde el Gobierno hasta las empresas, pasando por las familias particulares– en el propio Japón, como también en otros países, fueran insuficientes. De hecho, ese diagnóstico erróneo podría retrasar una recuperación posterior –sólida, creo yo– en el Japón.
Cinco factores indican que Japón afronta un conjunto de amenazas excepcionalmente graves e inciertas. En primer lugar, los daños económicos resultantes de los tres desastres del Japón (un terremoto horroroso, un maremoto devastador y una crisis nuclear) podrían ser el doble que en Kobe, y, a diferencia de este último, sí que han afectado –por fortuna, indirectamente– a Tokio, donde está radicado el 40 por ciento, aproximadamente, de la producción industrial del Japón.
En segundo lugar, las finanzas públicas del Japón son menos boyantes que en 1995 y los factores demográficos son menos favorables. Actualmente, la deuda pública interna representa el 205 por ciento, aproximadamente, del PIB, frente al 85 por ciento en 1995. La calificación crediticia del país es AA-, no AAA, como lo era hace 16 años, lo que merma la flexibilidad y, en última instancia, la eficacia de las reacciones fiscales.
En tercer lugar, los tipos de interés de referencia están ya próximos a cero y así han estado desde hace tiempo, lo que socava la fuerza de la política monetaria, pese a las medidas audaces e imaginativas adoptadas por el Banco del Japón para inyectar liquidez a la economía.
En cuarto lugar, la combinación de una desestabilizadora incertidumbre nuclear con las terribles repercusiones de los desastres naturales intensifica las dificultades de la reconstrucción. Dados los daños y los peligros, el Japón tardará en restablecer plenamente sus capacidades de generación eléctrica, lo que afectará a la tasa de crecimiento potencial del PIB. También la inocuidad de los alimentos es un motivo de preocupación, como también las repercusiones económicas de las incertidumbres nucleares en la psique japonesa.
Por último, la situación exterior del Japón es actualmente más difícil. Durante el período de reconstrucción posterior a Kobe, la demanda mundial fue boyante y la productividad mundial experimentó un importante aumento, debido al auge de China que ya se estaba preparando, la revolución de la tecnología de la información y de las comunicaciones en los Estados Unidos y la convergencia política y económica en Europa.
Hoy, la demanda agregada en las economías avanzadas sigue recuperándose de la crisis financiera mundial, mientras que economías en ascenso y sistémicamente importantes como el Brasil y China están aplicando con prudencia frenos normativos para contrarrestar un recalentamiento económico. Entretanto, por el lado de la oferta los países afrontan precios altos e inestables de los productos básicos, incluida una subida brusca del precio del petróleo a consecuencia de los levantamientos en Oriente Medio.
Si ese análisis resulta ser correcto, significa que la tarea de reconstrucción del Japón será más ardua que la posterior al terremoto de Kobe. Esta vez, los efectos negativos en la riqueza y en los ingresos serán más graves y el proceso de recuperación probablemente se prolongará durante más tiempo y será más complejo.
Por esa razón, se requiere urgentemente un grado de unidad y determinación, en el nivel nacional, del que la política japonesa ha carecido desde hace años. Sin él, a las autoridades les resultará difícil comunicar y aplicar una concepción económica a medio plazo centrada en un rápido crecimiento sostenido y no sólo en la reconstrucción.
Los desastres del Japón representarán contratiempos para la economía mundial, ya sean las repercusiones de la disminución inicial del consumo en la tercera economía del mundo por su tamaño o perturbaciones de las cadenas de suministro mundiales (en particular, en materia de tecnología y de automóviles). Y la crisis nuclear del Japón entrañará una mayor incertidumbre sobre la energía nuclear en otros países.
También hay un aspecto financiero, cuya importancia depende de la combinación de un nuevo endeudamiento estatal, la monetización de la deuda y la repatriación de los ahorros japoneses, que se utilizarán para financiar el programa de reconstrucción del Japón. Cuanto mayor sea el componente de repatriación, mayores serán las repercusiones negativas en algunos mercados financieros.
Así, pues, más vale rehuir los atajos analíticos, por tentadores que sean, en esta fase temprana. Harán falta tiempo y análisis detenidos para especificar las auténticas consecuencias del triple desastre del Japón, incluidas las repercusiones a largo plazo en su economía y en la del resto del mundo.
Los japoneses han demostrado un coraje admirable ante una tragedia inconcebible. No me cabe duda de que un logrado programa de reconstrucción conducirá a su país a la recuperación. Sin embargo, la urgencia del restablecimiento de una sensación de normalidad y esperanza para una sociedad dramáticamente herida requiere, entretanto, análisis profundos y reflexivos.
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