Por Gustavo Palomares, presidente del Instituto de Altos Estudios Europeos (IAEE) y catedrático europeo Jean Monnet en la UNED (EL MUNDO, 30/03/11):
El avance de las tropas rebeldes hacia Sirte camino de Trípoli y la reunión ayer de los miembros de la coalición internacional en Londres para discutir el desarrollo de la operación militar Odisea del Amanecer en Libia recuerdan, y no sólo por el nombre, a esa maravillosa pintura de Goya en la que Saturno devora a su hijo pero, antes de ello, no sabe muy bien cuál es la mejor forma para acabar con él.
Gadafi y su histórico régimen de terror es uno de los productos tipo de eso que, con cierto re-tufo rancio, se sigue denominando intereses occidentales. Su habilidad política y su destreza camaleónica le ha llevado a distintas metamorfosis con sus respectivos disfraces ideológicos, geoestratégicos e, incluso estéticos, que tanto le gustan.
Al inicio, con ese aire que emulaba al Che, pero esta vez africano, su régimen preservó cierta cercanía con Francia, pero al poco tiempo se alineó con la URSS. Abrazó sucesivamente el panarabismo, el anticomunismo, el pro-sovietismo, el panislamismo, el intervencionismo belicista, un panafricanismo pacifista -que incluso, le convirtió en uno de los artífices de la Unión Africana- para acabar siendo en los últimos tiempos la representación del antiradicalismo islamista. Se podría decir que ha sido todo un artista de la escena internacional, si no fuera por el elevado número de vidas, represión, exilio y muerte que lleva tras de sí.
El coronel ha ido ocupando distintos papeles en el tablero mundial y regional en función de las relaciones amor-odio que le han ido profesando los principales administradores del juego con distintos intereses en la región: militares, geoestratégicos, energéticos e incluso también ideológicos. A fines de los 70, Gadafi fue beligerante al enviar alrededor de 3.000 efectivos militares libios en respaldo del Gobierno del militar ugandés Idi-Amin durante la Guerra Uganda-Tanzania. Entre la década de los 70 y 80, Gadafi intervino militarmente en su vecino sureño Chad, ordenó la invasión y anexión de la Franja de Aouzou chadiana debido a sus potenciales depósitos de uranio, y trató de derrocar al entonces presidente Hissène Habré durante la denominada Guerra de los Toyota. Es igualmente claro que estuvo implicado en los atentados de los aeropuertos de Viena y Roma en 1985 y en los atentados terroristas en la Discoteca La Belle de Berlín en 1986; que apoyó a Abu Nidal y tuvo implicación en el atentado de Lockerbie y en el atentado contra el vuelo UTA 772.
«El perro loco de Oriente Medio», como le llamó Reagan, ha escapado a todas las crisis, especialmente la de los 80, en donde fue objeto de varios intentos de derrocamiento por parte de Estados Unidos. Durante un bombardeo estadounidense a Trípoli, ejecutado en 1986, su hija Jana resultó muerta.
Y aun con todo, que es mucho, pasó de villano a héroe en un segundo tras el 11 de septiembre de 2001, para convertirse en uno de los adalides en la lucha contra Al Qaeda dentro de su nuevo papel estrenado durante la hégira preventiva de la Administración Bush. Fue comparsa de las distintas coaliciones tormenta del desierto, libertad duradera y otras iniciativas lúdico guerreristas contra los Estados árabes más díscolos y menos obedientes. Incluso fue puesto como ejemplo de cómo un mal chico -Estado gamberro dentro de los árabes- era capaz de encontrar el buen camino asumiendo responsabilidades renovadas en el nuevo equilibrio regional.
Y de esta forma, el coronel y su comparsa se transformaron en ese obligado toque colorista en todas las políticas exteriores de todos nuestros Estados; esos Estados entre los que tienen mucho pero algo buscan: ya sabemos. También las fotos imprescindibles de tanto color del Hermano y Líder de la Revolución con todos nuestros presidentes -ya fueran populares, liberales o socialistas- que recogían ese roce de manos entre cojines, aroma de té, hierbabuena y petróleo.
Y poco a poco, el déspota libio fue colocando eso que el discurso oficial denominaba Tercera vía entre capitalismo y socialismo con su respectivo libro -en este caso verde por oposición al rojo maoísta- no sólo ante los gobiernos, también en muchos de nuestros ámbitos sociales. ¡Qué bien lo pasábamos hasta hace bien poco, en esos viajes de profesores y alumnos con todos los gastos pagados para saludar al coronel, a su extensa familia, y para conocer en persona los logros de la denominada vanguardia panarabista!
En la Cumbre de Londres ayer participaron más de 40 países, que acordaron continuar con la misión militar en Libia hasta que Gadafi cumpla con todos los extremos establecidos en la Resolución 1973 de Naciones Unidas. Pero ésta tiene unas limitaciones claras, tal como recordó horas antes el presidente Obama en un discurso a la nación, casi al mismo tiempo que Cameron y Sarkozy hacían un llamamiento a los todavía fieles a Gadafi para que le abandonen.
Se abren algunas hipótesis previsibles después de tantos días con este tira y afloja, en un conflicto que se juega a tantas bandas y con tantos intereses. Una de ellas, es la dificultad para prestar un apoyo efectivo por parte de Estados Unidos, Reino Unido y Francia, si no se contemplan operaciones de apoyo terrestre que faciliten en mayor medida una resolución del conflicto que no llegue tarde. Tarde como llegó el establecimiento de la zona de exclusión aérea que, de haberse aprobado antes, habría ahorrado tantas vidas y hubiera impedido el genocidio del régimen libio en el bombardeo sistemático de poblaciones civiles como represalia militar a los grupos opositores en las grandes ciudades.
Otra hipótesis -la menos planteada- es que la prudencia por parte de Estados Unidos no se basa en la poco creíble idea de la falta de intereses directos estadounidenses en Libia, ni tampoco en las acusaciones por parte de Rusia de falta de imparcialidad por parte de la coalición al apoyar a un bando en esta guerra. Más bien dicha frialdad ha venido y viene determinada por la falta de claridad dentro de los grupos opositores y el riesgo de un probable control yihadista en ese país, desaparecido Gadafi.
En todo caso, los asistentes a la cita en la capital británica expresaron ayer su «firme compromiso con la soberanía, la independencia, la integridad territorial y la unidad nacional de Libia». En este sentido, hicieron hincapié en que no les corresponde a ellos «elegir al Gobierno de Libia: sólo el pueblo libio puede hacerlo», pero reiteraron que tanto Gadafi como su régimen «han perdido completamente la legitimidad y serán responsabilizados de sus acciones». Y han instado a «todos los libios, incluidos el Consejo Nacional de Transición y los líderes tribales a que se unan para iniciar un proceso político incluyente (…) mediante el cual puedan elegir su propio futuro».
La división de estos últimos días dentro de los aliados europeos fuera y dentro de la OTAN respecto el reparto de papeles y responsabilidades en el desarrollo del operativo en Libia es fiel reflejo de las grandes incongruencias en el desarrollo de la política de seguridad y defensa común. Una histórica falta de claridad, en la apuesta de los intereses compartidos en el ámbito de la defensa pero, sobre todo, un ejercicio cínico de doble juego -dependiendo del conflicto y del reparto del botín- en la relación con Estados Unidos dentro del llamado pilar europeo de la OTAN. Una Alianza Atlántica que no ha encontrado claro su encaje, ante un Estados Unidos -bajo el síndrome de Afganistán e Irak y bajo la alargada sombra de Al Qaeda- que no quiere asumir el liderazgo de la operación, dejándola en manos de la competencia perversa entre París y Londres para, al final, dilucidar, como hiciera Saturno, quién de los distintos padres se comerá a su hijo.
Pero no conviene cantar victoria antes de tiempo en un conflicto que puede estancarse en el avance hacia Trípoli y en el cerco de esa ciudad, si las operaciones militares siguen limitadas a las desarrolladas hasta ahora, sin poner pie en tierra y con semejantes límites estratégicos y políticos. El coronel -que siempre ha tenido y tiene quien le escriba- aún no está, ni muerto, ni vencido. No conviene olvidarlo.
La cierto es que Gadafi ha dado a EEUU y a eso denominado Occidente algo de lo que ya estaban faltos: la referencia, según ellos, de un enemigo más inestable, peligroso y despreciable que el iraní. Por lo que no sería extraño que, en función de la limitada efectividad o estancamiento en el operativo militar en las próximas semanas, pusieran en marcha algún tipo de operación militar más amplia o guerra limitada para acabar, de una forma más controlada y rápida, el trabajo que ahora no han hecho a tiempo o puedan dejar a medias.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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