Por Robert Kagan, asesor de John McCain, columnista de The Washington Post y asociado adjunto de la Fundación Carnegie para la paz internacional. Es autor de El retorno de la historia y el fin de los sueños (EL MUNDO / THE WASHINGTON POST, 03/11/08):
¿Es Barack Obama el candidato de la decadencia de Estados Unidos? De hacer caso a algunos de sus partidarios entre los expertos en política exterior, cualquiera diría que sí. Francis Fukuyama afirma que apoya a Obama porque cree que Obama llevará a cabo mejor que John McCain «la gestión» de la decadencia de Estados Unidos. Fareed Zakaria escribe semana tras semana elogios al «realismo» de Obama, entendiendo por tal la aquiescencia de Obama «al mundo [de la era] postestadounidense». Obama, hay que decirlo, ha hecho poco por merecer el elogio de estos decadentes. Su visión del futuro de Estados Unidos, al menos tal y como la ha expresado en campaña, ha sido optimista, como no podía ser menos, que es la razón por la que está saliendo bien parado en las encuestas. Si se pareciera en algo a lo que Zakaria y Fukuyama dicen que se parece, en estos momentos estaría completamente descartado.
Es de esperar que quienquiera que gane mañana rechace de inmediato todo decadentismo pasajero. Parece que el fenómeno se reproduce cada diez años, más o menos. A finales de los años setenta, de la clase dirigente de la política exterior se apoderó lo que Cyrus Vance denominó «los límites de nuestro poder». A finales de los años 80, el intelectual Paul Kennedy predijo el hundimiento inmediato del poderío de Estados Unidos debido al «sobreesfuerzo imperial». A finales de los años 90, Samuel P. Huntington advirtió contra el aislamiento de Estados Unidos como «superpotencia en solitario». Ahora nos encontramos con esto del «mundo postestadounidense».
Sin embargo, las pruebas de la decadencia de Estados Unidos no son sólidas. Efectivamente, como subraya Zakaria, la noria más grande del mundo está en Singapur y el casino más grande en Macao. Sin embargo, de acuerdo con medidas más serias del poder, Estados Unidos no está en decadencia, ni siquiera en comparación con otras potencias. Su participación en la economía global fue el año pasado del orden del 21%, comparada con un 23% aproximadamente en 1990, un 22% en 1980 y un 24% en 1960. Aunque Estados Unidos está atravesando una crisis financiera, también la están sufriendo otras economías importantes. Si el pasado sirve de guía en algo, la economía adaptable de Estados Unidos será la primera en salir de la recesión y es posible que encuentre un lugar de mayor protagonismo en la economía global.
Entretanto, el poderío militar norteamericano no tiene parangón. Por mucho que los ejércitos chino y ruso estén en fase de crecimiento, el de Estados Unidos también está en expansión y sigue dejándolos atrás en el terreno tecnológico. El poderío ruso y chino está aumentando en relación con el de sus vecinos y sus zonas de influencia, lo que va a plantear problemas estratégicos, pero eso se debe a que los aliados de Estados Unidos, especialmente en Europa, han descuidado sistemáticamente su defensa.
La imagen de Estados Unidos está deteriorada, no cabe duda, como muestran los sondeos de opinión a escala mundial, pero los efectos prácticos de ese deterioro no están nada claros. ¿Es peor la imagen de Estados Unidos en la actualidad de lo que lo era en los años 60 y en los primeros 70, con la guerra del Vietnam, los disturbios de Watts, la matanza de My Lai, los asesinatos de John F. Kennedy, Martin Luther King y Bobby Kennedy y el caso Watergate? ¿Hay alguien que recuerde que en aquellos años las calles de Europa fueron tomadas por millones de manifestantes contrarios a Estados Unidos?
En nuestros días, a pesar de las encuestas, el presidente Bush ha conseguido restablecer unas relaciones más estrechas con los aliados de Europa y Asia, y el próximo presidente tendrá la posibilidad de mejorarlas aún más. Los teóricos pesimistas han pronosticado sistemáticamente a lo largo de las últimas dos décadas que el mundo actuaría a modo de contrapeso frente a Estados Unidos. Sin embargo, naciones como la India se están inclinando cada vez más hacia Estados Unidos y, si algún contrapeso se está produciendo, es frente a China, Rusia e Irán.
Analistas serios como Richard Haass reconocen que Estados Unidos sigue siendo «la entidad más poderosa del mundo en solitario», aunque advierten que «Estados Unidos no puede ejercer su dominio, y mucho menos imponerlo, y esperar que los demás le sigan». Eso es cierto. Ahora bien, ¿cuándo no lo ha sido? ¿Ha habido alguna época en la historia en la que Estados Unidos haya podido ejercer su dominio, imponerlo y haber hecho siempre su voluntad?
Muchos decadentes imaginan un pasado mítico en el que el mundo bailaba al son de Estados Unidos. Cunde la nostalgia por aquella era prodigiosa dominada por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, pero lo cierto es que entre 1945 y 1965 Estados Unidos sufrió una calamidad tras otra. El triunfo del comunismo en China, la invasión de Corea del Sur por Corea del Norte, las pruebas de una bomba de hidrógeno por los soviéticos, la agitación del nacionalismo postcolonial en Indochina fueron todos y cada uno de ellos episodios que representaron reveses estratégicos de primera magnitud. Además, cada uno de ellos estaba más allá de la capacidad de Estados Unidos de controlarlos con éxito o, incluso, de influir en ellos.
Ningún acontecimiento de la pasada década, con excepción [de los atentados] del 11 de septiembre [de 2001], puede igualar ese grado de perjuicio a la posición de Estados Unidos en el mundo. Habrá muchos que digan «Bien, y de Irak, ¿qué?». Ni siquiera en Oriente Próximo, que es donde más perjudicada se ha visto la imagen de Estados Unidos como consecuencia de esa guerra, se ha registrado ningún realineamiento estratégico fundamental. Los aliados norteamericanos tradicionales siguen siendo aliados, e Irak, que tiempo atrás era un adversario, es ahora un aliado.
Compárese esta situación con los reveses estratégicos que Estados Unidos sufrió durante la Guerra Fría. En los años cincuenta y sesenta, el movimiento nacionalista panarábigo se llevó por delante gobiernos pronorteamericanos y abrió la puerta a una presencia soviética sin precedentes, incluyendo una cuasi alianza entre Moscú y el Egipto de Gamal Abdel Nasser, así como con Siria. En 1979, el pilar central de la estrategia norteamericana se vino abajo cuando el pronorteamericano sha de Irán fue derrocado por la revolución del ayatola Jomeini.
Este hecho produjo en el equilibrio estratégico un vuelco fundamental que todavía está sufriendo Estados Unidos. Nada similar ha ocurrido como consecuencia de la guerra de Irak.
Así que quizás lo más indicado sea un poco de perspectiva. El peligro del decadentismo de nuestros días no es que efectivamente sea así sino que el próximo presidente actúe como si lo fuera. Lo mejor del caso es que tengo mis dudas de que cualquiera de los candidatos realmente vaya a cometer ese error. Además, estoy seguro de que los norteamericanos lo verían con muy malos ojos si incurriera en esa práctica.
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Is Barack Obama the candidate of American decline? To hear some of his supporters among the foreign policy punditry, you’d think he was. Francis Fukuyama says he supports Obama because he believes Obama would be better at “managing” American decline than John McCain. Fareed Zakaria writes weekly encomiums to Obama’s “realism,” by which he means Obama’s acquiescence to the “post-American world.” Obama, it should be said, has done little to deserve the praise of these declinists. His view of America’s future, at least as expressed in this campaign, has been appropriately optimistic, which is why he is doing well in the polls. If he sounded anything like Zakaria and Fukuyama say he does, he’d be out of business by now.
One hopes that whoever wins next week will quickly dismiss all this faddish declinism. It seems to come along every 10 years or so. In the late 1970s, the foreign policy establishment was seized with what Cyrus Vance called “the limits of our power.” In the late 1980s, the scholar Paul Kennedy predicted the imminent collapse of American power due to “imperial overstretch.” In the late 1990s, Samuel P. Huntington warned of American isolation as the “lonely superpower.” Now we have the “post-American world.”
Yet the evidence of American decline is weak. Yes, as Zakaria notes, the world’s largest Ferris wheel is in Singapore and the largest casino in Macau. But by more serious measures of power, the United States is not in decline, not even relative to other powers. Its share of the global economy last year was about 21 percent, compared with about 23 percent in 1990, 22 percent in 1980 and 24 percent in 1960. Although the United States is suffering through a financial crisis, so is every other major economy. If the past is any guide, the adaptable American economy will be the first to come out of recession and may actually find its position in the global economy enhanced.
Meanwhile, American military power is unmatched. While the Chinese and Russian militaries are both growing, America’s is growing, too, and continues to outpace them technologically. Russian and Chinese power is growing relative to their neighbors and their regions, which will pose strategic problems, but that is because American allies, especially in Europe, have systematically neglected their defenses.
America’s image is certainly damaged, as measured by global polls, but the practical effects of this are far from clear. Is America’s image today worse than it was in the 1960s and early 1970s, with the Vietnam War; the Watts riots; the My Lai massacre; the assassinations of John F. Kennedy, Martin Luther King and Bobby Kennedy; and Watergate? Does anyone recall that millions of anti-American protesters took to the streets in Europe in those years?
Today, despite the polls, President Bush has managed to restore closer relations with allies in Europe and Asia, and the next president will be able to improve them even further. Realist theorists have consistently predicted for the past two decades that the world would “balance” against the United States. But nations such as India are drawing closer to America, and if any balancing is occurring, it is against China, Russia and Iran.
Sober analysts such as Richard Haass acknowledge that the United States remains “the single most powerful entity in the world.” But he warns, “The United States cannot dominate, much less dictate, and expect that others will follow.” That is true. But when was it not? Was there ever a time when the United States could dominate, dictate and always have its way?
Many declinists imagine a mythical past when the world danced to America’s tune. Nostalgia swells for the wondrous American-dominated era after World War II, but between 1945 and 1965 the United States actually suffered one calamity after another. The “loss” of China to communism; the North Korean invasion of South Korea; the Soviet testing of a hydrogen bomb; the stirrings of postcolonial nationalism in Indochina — each proved a strategic setback of the first order. And each was beyond America’s power to control or even to manage successfully.
No event in the past decade, with the exception of Sept. 11, can match the scale of damage to America’s position in the world. Many would say, “But what about Iraq?” Yet even in the Middle East, where America’s image has suffered most as a result of that war, there has been no fundamental strategic realignment. Longtime American allies remain allies, and Iraq, which was once an adversary, is now an ally. Contrast this with the strategic setbacks the United States suffered during the Cold War. In the 1950s and 1960s, the pan-Arab nationalist movement swept out pro-American governments and opened the door to unprecedented Soviet involvement, including a quasi-alliance between Moscow and the Egypt of Gamal Abdel Nasser, as well as with Syria. In 1979, the central pillar of American strategy toppled when the pro-American Shah of Iran was overthrown by Ayatollah Khomeini’s revolution. That produced a fundamental shift in the strategic balance from which the United States is still suffering. Nothing similar has occurred as a result of the Iraq war.
So perhaps a little perspective is in order. The danger of today’s declinism is not that it is true but that the next president will act as if it is. The good news is that I doubt either nominee really will. And I’m confident the American people would take a dim view if he tried.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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