Por Manuel Jiménez de Parga, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (ABC, 03/11/08):
HASTA fechas recientes el debate sobre las elecciones políticas se centraba en el modo de asignar los puestos en las asambleas representativas. Unos defendían el sistema mayoritario, en distritos uninominales, según el modelo británico; otros se inclinaban por la representación proporcional, con varias listas rivalizando por los puestos, que es la fórmula implantada en España para formar el Congreso de los Diputados.
Un buen número de los intérpretes de nuestra representación proporcional han destacado los defectos de la misma. No se consigue que el Congreso sea un retrato fiel de la realidad española. Unas minorías imponen sus decisiones a los grandes partidos. Con sólo unos miles de votos, concentrados en una Comunidad, se marca el rumbo que debe seguir la totalidad de la Nación.
Los nacionalistas de la periferia consiguieron, desde el momento de la Transición, una presencia sobredimensionada, extraordinaria, en las instituciones del Estado. Se sabía poco de Cataluña y del País Vasco en los círculos políticos de la capital al morir Franco. No se calculó que una pequeña cesión inicial se transformaría pronto en concesiones insaciables.
Junto al debate abierto en torno a los regímenes electorales va a plantearse, o se está planteando ya, otra importante cuestión: la movilización de voluntades por los novísimos instrumentos de la denominada «Sociedad en Red», con un futuro de democracia electrónica, ciberdemocracia o teledemocracia, que de estas variadas maneras se califica lo que aparece en el horizonte.
¿Qué garantías habrá que establecer para que el voto siga siendo libre y secreto?
El profesor Calvo, de la Universidad de Málaga, nos ha informado de ciertas decisiones de la Junta Electoral Central sobre últimos ensayos de votaciones por Internet. Entre estas pruebas experimentales se halla la realizada en el pueblo granadito de Jun, en la que se utilizó también el teléfono móvil. El caso llegó hasta el X Congreso Iberoamericano de Derecho e Información, celebrado el año 2004 en Santiago de Chile. No tuvo validez oficial el resultado de estas elecciones de democracia electrónica, pero se anticipó el camino que pronto se recorrerá.
El voto secreto que tendrá que garantizarse es un componente de la concepción moderna de la intimidad. Se ha pasado de una concepción cerrada y estática de la intimidad a otra abierta y dinámica. El contenido de la primera era disponer de un ámbito de vida personal sustraído a cualquier tipo de intromisiones perturbadoras o, simplemente, no deseadas. Esa visión cerrada y defensiva de la intimidad -el conocido adagio inglés «My home is my castle»- ha sido sustituida por una concepción activa y dinámica en la que la intimidad se garantiza con el control de los datos, en nuestro caso, el voto emitido, que la persona puede no querer revelar. La facultad de decisión de la persona sobre la revelación o no de informaciones que directamente le conciernen constituye el núcleo de la autodeterminación informativa en cuanto aspecto básico de la intimidad. El profesor Pérez Luño, de la Universidad de Sevilla, ha expuesto unas consideraciones valiosas al respecto.
El voto libre y secreto habrá de contar con las garantías mínimas que cubran la intimidad de los ciudadanos. Cuando se extendió la televisión por todo el mundo algunos alzaron su voz contra la posible dictadura de la «pequeña pantalla», capaz de determinar el sentido del voto a los telespectadores de personalidad escasa. Fue la era de la «televización de lo público», que configuró el último tercio del siglo XX y en la que todavía estamos. Resulta indudable que los ciudadanos votan ahora más influidos que en los momentos anteriores a imponerse la TV. Pero el secreto del escrutinio está actualmente asegurado. Cosa distinta -y tarea de hoy y de mañana- es garantizar el secreto del voto en una democracia electrónica. Sin embargo, lo que no admite dudas es que la movilización de las masas se hará utilizando Internet y los teléfonos móviles.
Sólo los políticos despistados seguirán confiando en la importancia de los mítines (con unos centenares de asistentes) o de la propaganda mediante unos carteles en las calles.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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