Por Pere Puigdomènech, profesor de Investigación del CSIC (EL PAÍS, 11/03/11):
Se cuenta que un partido pacifista se presentó a las elecciones danesas con una propuesta radical para reducir el déficit presupuestario. Propuso que se redujera el gasto militar a unos 1.000 euros. Calculaban que este era el coste de un sistema de grabaciones colocado en la frontera del Reino y que a la llegada de un ejército enemigo lo acogiera con un: nos rendimos. La crisis económica ha llegado a las fronteras de nuestra sociedad como si se tratara de un ejército enemigo. Vecinos nuestros se preparan para construir sociedades basadas en la educación y el conocimiento. En nuestro caso más bien parece que la respuesta sea un interfono que responde: “Nos rendimos. Que inventen ellos”.
De los datos más preocupantes que aparecen en estos últimos tiempos de crisis destaca desde luego el del paro. Es un factor que diferencia claramente la situación española del resto de las economías europeas. Se ha dicho que el empleo basado en la construcción atrajo mucha gente con perspectivas de sueldos altos sin necesidad de formación. Un efecto colateral fue que algunos jóvenes creyeron que el camino de la educación era innecesario ya que la vía del estudio y la universidad se veía larga y penosa. Esta actitud parece haberse aceptado con resignación por nuestra sociedad. La consecuencia es que en España el abandono escolar es uno de los mayores de la Unión Europea y nuestras universidades aparecen en lugares bajos en el ranking mundial.
El modelo productivo durante mucho tiempo estuvo basado en actividades de bajo valor añadido que necesitaban muy poca innovación, y ya no hablemos de investigación. La presión para invertir en ciencia en España fue débil durante mucho tiempo y el nivel de inversiones en investigación estaba entre los más bajos de la Unión Europea. Es cierto que las cosas habían cambiado en los últimos tiempos. De forma constante la inversión pública y privada aumentaba y, como consecuencia, nuestro sistema de ciencia y tecnología se iba construyendo, iban apareciendo nuevas empresas de base tecnológica y la cultura de la innovación iba implantándose. A la primera de cambio, esta tendencia se invierte y los recursos humanos y económicos dedicados a la investigación han comenzado a disminuir. Parece aceptarse con resignación que nuestra economía mantendrá un horizonte tecnológico de bajo nivel.
Mirando a nuestro alrededor hay países que tienen distintas reacciones ante la crisis. Por ejemplo Alemania ha incrementado su ya alto presupuesto en investigación en un 7% y la reflexión sobre sus prioridades va a un buen ritmo. Francia decidió llevar a cabo un gran préstamo de 35.000 millones de euros destinados a inversiones de futuro, de estos 11.000 millones van a inversiones en universidades y 6.000 millones a grandes proyectos de investigación. Se trata de invertir decenas de millones de euros en proyectos de investigación, nuevas infraestructuras y centros de excelencia por periodos de cinco a 10 años. Estos recursos se están distribuyendo mediante un proceso de evaluación internacional gestionado por una nueva agencia. En Alemania ya hace años que la gestión de sus recursos la realiza una agencia de investigación independiente y en Europa está bien reconocido que los mejores ejemplos de gestión eficiente son EMBO o el European Research Council, organismos gestionados por científicos independientes.
Hay que decir que no es fácil tener datos concordantes de las reducciones presupuestarias de estos dos últimos años pero todo parece indicar que los recursos públicos dedicados a ciencia por el Gobierno de España han vuelto a los niveles que tenían entre 2004 y 2007 lo que va a hacer muy difícil mantener el incipiente sistema de ciencia que se estaba construyendo. Quizá estas reducciones hubieran podido ser más llevaderas si se hubieran acompañado de formas más eficientes de gestionar los recursos, pero la situación es justamente la contraria. Alguien parece haber descubierto que una manera fácil de reducir gastos consiste en poner obstáculos burocráticos a las peticiones de proyectos o a su ejecución en lugar de buscar un sistema que priorice la calidad de los proyectos. La realidad es que en los últimos tiempos la presión administrativa sobre los grupos de investigación ha aumentado tanto como han disminuido los fondos.
En estas circunstancias es cuando nuestra falta de una reflexión sobre para qué queremos ciencia en nuestro país, cuánto queremos invertir y cómo vamos a gestionar nuestros fondos aparece más patente. Es posible que hayamos perdido mucho tiempo en los años de bonanza económica que suelen ser los más favorables para hacer reformas. Sin embargo es en estos tiempos difíciles cuando la necesidad de una reflexión en diferentes direcciones aparece con toda su urgencia. En primer lugar parece obvio que deberíamos saber cuál es la investigación que nuestra industria, nuestro sistema de educación, nuestro sistema sanitario y nuestra cultura necesitan. Hay que dejar un margen para la ciencia creativa, pero debemos definir unas prioridades que luego se apliquen en el reparto de fondos y se defiendan en las instancias internacionales, y en primer lugar en Europa donde la definición de los próximos programas de investigación está en marcha.
En segundo lugar es obvio que la ciencia la llevan a cabo personas en lugares determinados. Se trata de personas que trabajan exclusivamente en ciencia o que comparten su oficio con la docencia o la asistencia clínica. Definir vías flexibles y atractivas de contratación y promoción es la única manera de tener investigadores con el nivel suficiente para que el retorno de la investigación sea adecuado.
Cuando en este momento la Administración tiende a reducirse es cuando mejor se aprecia el error de haber llenado universidades y centros de investigación de funcionarios. El acceso de las nuevas generaciones encuentra un obstáculo imposible de superar. Cuanto antes se actúe menor será la magnitud del problema.
En tercer lugar la gestión de la ciencia tanto en la distribución de los fondos como en su ejecución es un tema central en la política de la ciencia. La experiencia ha demostrado que la Administración pública no es el lugar adecuado para llevar a cabo una gestión eficiente de la ciencia. Algún tipo de agencia independiente para la gestión de proyectos y sistemas flexibles para la administración de los centros son vías que ya han sido ensayadas en España y en otros países. Mantener sistemas que han sido superados por el tiempo es aceptar con resignación la ineficiencia del uso de nuestros recursos. Finalmente, disminuir unos fondos que ya eran reducidos impide mantener el nivel, todavía modesto, al que había llegado con mucho esfuerzo nuestra ciencia.
Es posible que actuar de forma decidida y con continuidad en política científica necesite un pacto de las fuerzas públicas, es seguro que hay que coordinar políticas de los distintos niveles de la Administración y hasta se podría aceptar que hacer una ley como la que está en el Congreso de los Diputados puede servir para algo. La Unión Europea ha establecido como objetivo para mantener su nivel económico y de bienestar convertirse en una sociedad basada en el conocimiento. Este objetivo es imposible sin unas universidades que sean polos de excelencia que tiren de los jóvenes y sin una ciencia del mayor nivel en la que se basen nuestra educación, nuestra sanidad, nuestra industria y nuestra cultura. Reducir en este momento la inversión en educación e investigación y no hacer las reformas necesarias es resignarse a no converger hacia el entorno europeo que es el único que tiene sentido para nosotros.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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