Por Gustavo de Arístegui, portavoz de Exteriores del Grupo Popular en el Congreso (EL MUNDO, 28/02/11):
El primero de septiembre de 1969 unos jóvenes y ambiciosos oficiales nacionalistas árabes dieron un golpe de Estado contra el decadente rey Idriss Senoussi. El país inmenso, despoblado, profundamente tribal y sin instituciones dignas de tal nombre iniciaba una andadura dictatorial y revolucionaria que duraría 42 años. El Consejo del Mando de la Revolución decide poner al frente del Estado a un joven capitán de transmisiones Muamar Gadafi. La razón muy simple: los miembros de las principales tribus del país se oponían a que otra de las grandes tuviese el poder. Gadafi se hace con el poder por la teoría de Claudio revolucionaria y tribal.
En 1977 Gadafi decide crear el «Estado de las Masas» -un delirio más de los muchos-, así nace La Gran Yamahiria Árabe Libia Popular y Socialista. Pasa por varias fases: el nacionalismo árabe socialista antioccidental; el apoyo y financiación del terrorismo; la práctica del terrorismo de Estado (los atentados terribles contra los aviones de la UTA y de la Pan Am, son la terrible muestra de ello). Libia no tiene constitución y la ley es papel mojado, la justicia es un órgano más de represión del Estado, y las fuerzas armadas han sido reducidas a la mínima expresión, la fuerza, la coacción, el capricho, el latrocinio, el haber convertido Libia en un cortijo cuyos habitantes eran esclavos y títeres en manos de los delirios gadafianos.
Pasé casi tres años en ese país como segundo jefe de la Embajada de España en Trípoli, donde pude comprobar la brutalidad del régimen, su carácter implacable, la persecución de la más mínima discrepancia, el asesinato político impune de propios y extraños. El asesinato en el extranjero de disidentes por parte de la siniestra Mathaba Internacional que dirigió el sanguinario Mussa Kussa, hoy ministro de Asuntos Exteriores del dictador revolucionario.
Gadafi es un personaje colérico, irascible, sanguíneo, iracundo, bipolar, impredecible y ridículo. Sus disfraces, uniformes y actitudes caprichosas, incluidas las famosas jaimas en las que no dormía, le hacían la perfecta caricatura del dictador estrafalario y disparatado. Sería cómico si no fuese por la brutalidad de un régimen que durante algunos años empezaba y terminaba los telediarios de la televisión oficial, y única, con las ejecuciones de los condenados a muerte.
El régimen tiene varios servicios de seguridad e inteligencia a cual más bestial, todos en competencia entre ellos para demostrar su barbarie al orate de su patrón supremo, el líder de la revolución del primero de septiembre, es decir que no es formalmente el jefe de Estado. El problema es que Libia no es un Estado y lo que puede quedar después de la previsible caída del dictador, no será gran cosa. Libia era un aparato represor y de recaudación al servicio de un clan que no conocía la moral, los límites a la avaricia y la voracidad, que carecía del más mínimo sentido de la humanidad o de la compasión. La Libia de Gadafi era de los lugares más siniestros del mundo de los dictadores, que ya es decir.
El país es en realidad la suma de tres regiones extremadamente heterogéneas, la Tripolitania en el Occidente del país, que es claramente magrebí; la Cirenaica, antigua colonia de la Grecia clásica, en el Oriente del país cuya capital es Bengasi, que es más próxima a Egipto; y el sur, el Fezzan, la inmensa zona desértica más cercana en todos los sentidos, al Sahel vecino. Pero además Libia es uno de los países más tribales del mundo árabe, mundo en el que las rivalidades entre las tribus más importantes, pueden ser potencialmente devastadoras. A todo esto hay que añadir la brutal represión de lo que queda del régimen con sus mercenarios a la cabeza -se calcula que pueden ser más de 30.000- pues algunas fuentes destacan que en torno al 90% de las fuerzas armadas libias han desertado y se han unido a las filas de manifestantes y de disidentes.
Sin embargo, Gadafi no se rinde, sus mercenarios atacan a los manifestantes de manera implacable, con aviones, helicópteros y armas pesadas. No se puede calcular el número de víctimas, lo que sí podemos asegurar, conociendo al personaje, es que va a morir matando, que no le importa la imagen internacional, y que se dispara indiscriminadamente sobre las manifestaciones e incluso los funerales y los entierros. Gadafi y sus secuaces han declarado, en discursos de tono histérico, que los manifestantes arrestados serán ejecutados. Este sanguinario es el que se declaraba amigo de los pobres y desheredados del mundo, y ya le van quedando pocos amigos, el más conocido, Hugo Chávez Frías, que en las últimas fechas ha estado más callado.
Por ello es especialmente importante que las nuevas autoridades establezcan instituciones creíbles, estables, garanticen las libertades fundamentales, y puedan establecerdar cierto orden, para conjurar el posible deterioro a tres capas: régimen contra manifestantes, regiones entre ellas, o los posibles enfrentamientos tribales.
Europa y Occidente tenemos que hacer una seria reflexión. Todas estas revoluciones nos han cogido con el paso cambiado, Europa ha practicado una silenciosa y cómplice realpolitik que ha creído al pie de la letra que estos regímenes eran los únicos garantes de la paz y de la estabilidad en la región, los únicos capaces de controlar al islamismo radical, y que la alternativa era el caos, la violencia, el terrorismo o regímenes antioccidentales de corte islamista radical.
Es evidente que nos hemos equivocado, es evidente que caímos en la trampa de pensar que la democracia llevaría a los radicales al poder, que la democracia y el mundo árabe eran incompatibles. Occidente y Europa hemos actuado desde el miedo muchas veces paralizante, hemos sido un juguete en manos de regímenes que nos vendieron una mercancía averiada y caducada, estabilidad a cambio de apoyo. En el diálogo con dictadores y regímenes totalitarios hay que hablar siempre de derechos humanos y no hacerlo de manera selectiva. Obviamente cada país es un mundo y el tono y energía del mensaje debe modularse, pero de lo que no puede caber duda es de que la promoción de la democracia debe ser el principal motor de nuestra política exterior, la española y la europea.
La diplomacia europea, nuestras nuevas instituciones han brillado por su ausencia, la señora Ashton ha reaccionado tarde y de forma tibia, las Naciones Unidas y su trasnochada estructura surgida de la Segunda Guerra Mundial y consagrada por la Guerra Fría, ha tardado 10 días en dar una respuesta mínimamente razonable a la barbarie gadafiana. Las sanciones de la ONU son lo mínimo, las escenas un tanto patéticas de las palmadas en la espalda al embajador libio en la ONU tras anunciar su disidencia respecto del régimen libio, nos demuestran lo perdidos que estamos. Todo esto son primeros pasos tímidos, a todas luces insuficientes. El mundo debe dar serios pasos hacia la reforma de sus Organizaciones Internacionales, el multilateralismo ha sido todo menos eficaz, y los europeos hemos rozado el ridículo.
No podemos tampoco llamarnos a engaño, los riesgos de una grave explosión en las regiones del Magreb, Oriente Próximo y el Golfo sigue siendo muy alto. Las transiciones son inciertas, las fuerzas políticas moderadas débiles, poco arraigadas o desconectadas con el pueblo llano de cada uno de los países afectados. La falta de experiencia de la clase política en la gestión política acorde con los principios democráticos y escrupulosamente respetuosa con los derechos y libertades fundamentales, es clamorosa, y potencialmente desestabilizadora, pues los nuevos gobiernos provisionales pueden caer fácilmente en el descrédito, lo que puede reiniciar un interminable círculo vicioso de revueltas contra cualquier Gobierno que surja de estos procesos revolucionarios y que no gusten a algún sector de los manifestantes. El caos y la inestabilidad podrían instalarse durante un tiempo indeterminado, hay que empezar a hacer seriamente los deberes y prepararse para cualquier escenario, algunos muy preocupantes.
El desafío para Europa y nuestros vecinos es monumental. La única salida viable es la rápida, sólida y creíble institucionalización democrática de esos países, para evitar que el vacío de poder y la incertidumbre den alas a los islamistas radicales, que no han sido protagonistas de estas revueltas, pero que esperan agazapados a la primera oportunidad que se les brinde. Si eso ocurre los árabes habrán cambiado dictaduras implacables del siglo XX, por dictaduras sanguinarias medievales, las del islamismo radical y del yihadismo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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