Por Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París (LA VANGUARDIA, 19/03/11):
Aunque en la cuerda floja durante un cierto lapso de tiempo, las tropas leales al coronel Gadafi parecen hallarse en condiciones de recuperar gran parte del territorio libio. ¿Será sofocada la revolución libia? Lo cierto es que ya se ha transformado en una sangrienta guerra civil, a diferencia de los triunfos pacíficos de los cambios democráticos en Túnez y Egipto.
¿Es menester, por tanto, intervenir militarmente, tanto para poner fin a la represión como para evitar un baño de sangre y, al mismo tiempo, acabar con el régimen del coronel Gadafi? La ONU acaba de aprobar la implantación de una zona de exclusión aérea y la posibilidad de adoptar las medidas necesarias para impedir ataques contra la población civil. Los compromisos militares occidentales ya existentes en Afganistán y en Iraq motivan, sin embargo, que no se prevea una intervención militar terrestre.
El derrocamiento del régimen de Gadafi resulta una necesidad, no sólo para permitir la instauración de una democracia en Libia, sino también para impedir los posibles perjuicios para las revoluciones en Túnez y en Egipto. Conviene, además, aplicar una estrategia cuyas ventajas a corto plazo no vengan a entorpecer la situación global a largo plazo. El problema no es militar, es estratégico.
Desde el punto de vista militar, a los países occidentales les resulta relativamente fácil aplicar una zona de exclusión aérea o proceder a ataques selectivos contra instalaciones militares libias, si bien ello no garantizaría el triunfo inmediato de los insurrectos. Permitirá, simplemente, entorpecer el esfuerzo bélico de Gadafi. No habrá solución ultrarrápida del problema. Lo que importa, ante todo, es adoptar decisiones de carácter multilateral que asocien al máximo a la comunidad internacional sin dar la sensación de que se trata de una aventura militar occidental dispuesta a ajustar cuentas con el coronel Gadafi. En tal caso, le resultará fácil a este denunciar una agresión contra el mundo árabe. Incluso aunque sea derrocado, quienes interpretan las cosas en clave de choque de civilizaciones se sentirán reafirmados en su análisis del mundo. La marcha de Gadafi debe provenir, en primer lugar, por supuesto, de los mismos libios. El mundo exterior puede apoyar su movimiento en lo relativo a las decisiones colectivas. Y por ello, es importante que el Tribunal Penal Internacional entable un procedimiento para estudiar si Gadafi puede ser hallado culpable de crímenes de guerra. Sobre todo, es indispensable que las decisiones adoptadas contra él no sean exclusivamente occidentales, sino que asocien, ante todo, al mundo árabe y al resto de la comunidad internacional. Una intervención exclusivamente occidental sería considerada, con razón o sin ella, una iniciativa no adoptada al servicio del pueblo libio, sino vinculada al antiguo plan de un dominio occidental del mundo. Lo cual recordaría, de uno u otro modo, la catastrófica guerra de Iraq del 2003.
Desde luego, Rusia y China no eran favorables a un voto positivo en el Consejo de Seguridad, aunque no se mostraban inflexibles sobre la cuestión, y estaban dispuestas a evolucionar en función de la situación sobre el terreno y de una labor diplomática adecuada. De ahí su abstención final. Cabe entender que los países occidentales aportarán lo esencial de la fuerza militar que procederá a ejecutar una acción contra Gadafi, una vez conseguida la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y el apoyo de los países árabes. Tal fue el método gracias al cual fue ganada, no sólo militar sino también políticamente, la guerra del Golfo de 1990-1991. Y, por haber seguido otro método, la guerra de Iraq del 2003 se transformó en pesadilla.
Francia responde a su ser y trayectoria histórica cuando efectúa propuestas en el sentido al que me vengo refiriendo. Yerra su objetivo cuando ha adoptado decisiones unilaterales y ha situado a sus socios europeos ante el hecho consumado. Proponer la partida de Gadafi no puede más que contar con una reacción popular de parte de la opinión pública francesa. Ahora bien, para actuar de modo que se lleve a cabo en condiciones que no determinen negativamente el futuro, es necesario deslindar claramente una operación que suponga un puñetazo mediático de una estrategia a largo plazo respecto del proceso de las revoluciones árabes.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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