Por Sami Naïr, catedrático de Ciencias Políticas (EL PAÍS, 16/10/08):
La crisis económica y financiera mundial tiene ya efectos devastadores en las sociedades desarrolladas (crisis del sistema bancario, recesión, desempleo…), y sus consecuencias serán más duras todavía en los países africanos y mediterráneos del sur. El 13 de julio de 2008, al mismo tiempo que la recesión norteamericana se dejaba sentir sobre el resto del mundo, se anunciaba en París, coincidiendo con el inicio de la Presidencia francesa de la UE, el nacimiento oficial del Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo. Dicho proyecto era el resultado de la voluntad, en principio francesa, pero más tarde asumida de manera conjunta por la UE, de inyectar un nuevo y vigoroso impulso al proceso iniciado en Barcelona en 1995.
Más allá del debate político y diplomático que suscitó en un principio su significado, la iniciativa francesa era necesaria por varias razones. En primer lugar, implicaba una toma de conciencia de la ralentización y el estancamiento del proyecto estratégico de Barcelona. Éste pretendía no solamente crear las condiciones para la puesta en marcha de una zona de libre comercio entre las dos riberas del Mediterráneo en el 2010, sino también desarrollar una cooperación estructural en los campos de la seguridad y de la paz, así como, last but not least, favorecer de manera significativa las relaciones entre las sociedades civiles de ambas riberas. La iniciativa francesa respondía también a la preocupación de que el Mediterráneo pasara a un segundo plano, en un momento en el que la UE se enfrentaba a los desafíos que conlleva su ampliación hacia el este. Más aún, Francia -al igual que España e Italia- era consciente de que había llegado el momento de pasar a una fase superior en las relaciones euromediterráneas, después de la creación de un espacio común de intercambios y de la conclusión de acuerdos de asociación con todos los países de la región de la ribera sur (salvo Libia y Siria).
La iniciativa francesa, sin duda debido a la confusión que generó cómo fue lanzada, fue recibida de varias maneras: con reticencia por ciertos países, con perplejidad por Bruselas, pero también con clarividencia y críticas positivas por algunos socios como España e Italia y algunos países árabes. En cualquier caso, ya está en la agenda política europea como una continuación del Proceso de Barcelona. Todos los países europeos y mediterráneos del sur han afirmado su voluntad de reorientar dicho proceso y profundizarlo.
¡Reorientar y profundizar! No es todavía posible definir de manera precisa el contenido exacto de estas palabras. Las propuestas avanzadas por la presidencia francesa están en fase de elaboración. Pero una cosa está clara: se seguirá trabajando dentro del marco estratégico establecido por el acuerdo de 1995.
Todos los participantes en la reunión de París se felicitaron por la excelencia del trabajo realizado desde 1995 por la ciudad de Barcelona. Efectivamente, esa ciudad se ha volcado en el proyecto y se ha convertido en un centro ineludible de las relaciones mediterráneas. Y ahora, después de que la copresidencia del Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo haya recaído en los presidentes Nicolas Sarkozy y Hosni Mubarak, Barcelona presenta su candidatura para acoger la secretaría del nuevo proceso. No está de más insistir en el significado de esta candidatura.
¿Por qué debe Barcelona, en nuestra opinión, acoger esta institución? Por muchas razones, que se pueden resumir en tres: eficacia, coherencia política de la UE, simbolismo.
Para empezar, eficacia: no insistiremos nunca lo suficiente en la oferta material que supone la candidatura de Barcelona. Infraestructuras ya existentes, disponibilidad del magnífico Palacio de Pedralbes, asunción de los gastos de instalación y mantenimiento por las autoridades locales, capacidad comercial y económica en el campo de las relaciones entre las dos riberas, experiencia en los contactos euro-árabes, banco de datos para las redes de cooperación en el Mediterráneo, etc. Es difícil encontrar, en el Mediterráneo, un lugar dotado de tantos atributos a la vez.
En segundo lugar, por coherencia política de la UE. Todas las candidaturas son, desde luego, legítimas. Pero no se puede obviar que hablamos de una opción estratégica: si de lo que se trata es de profundizar en los Acuerdos de 1995 (y no hay otra aproximación posible dado que la UE se ha decantado claramente por esta vía), es preciso valerse de la experiencia histórica que posee Barcelona para liderar tal reorientación. Su amplia experiencia euromediterránea le permite entrever algunos de los obstáculos que aparecerán en el futuro. Así que, como sede de la secretaría, la elección de Barcelona se presenta como un asunto de coherencia estratégica, puesto que implica la continuidad del proyecto de 1995 y su renovación al mismo tiempo.
Ahora bien, tanto el Gobierno español como las autoridades catalanas deberán demostrar que no quieren la secretaría por el mero hecho de tenerla. Y trabajando en el marco conceptual de 1995, deberán aportar un plus. Barcelona puede ayudar a reorientar el contenido de los acuerdos de 1995 teniendo en cuenta, entre otros, los siguientes retos: 1) rechazar la marginalización del sur a la hora de ampliar hacia el este: es necesario multiplicar las relaciones institucionales (hermanamientos, cooperación descentralizada, etc.); 2) crear un cuadro de reflexión y de propuestas para una gran política de cooperación económica entre las dos riberas, particularmente en los sectores industriales y de las pequeñas y medianas empresas; 3) ayudar a cambiar la mirada europea sobre las migraciones destacando el aspecto positivo de las mismas. Es preciso abogar por una gran política de codesarrollo ligada a las migraciones, especialmente mediante proyectos de inversión en las regiones con un fuerte potencial migratorio en los países del sur para estabilizar allí las poblaciones. Para ello, es necesario potenciar la reflexión sobre la movilidad de las personas entre las dos riberas, proponer estrategias flexibles de control de las fronteras y de gestión ordenada de los flujos migratorios (somos conscientes de que este punto es una demanda constante de los Gobiernos de los países del sur); 4) contribuir, finalmente, a acercar a las sociedades civiles: este reto, que es la asignatura pendiente de 1995, debe ser afrontado de manera imperativa. Es que no todo puede reducirse a la organización de reuniones rituales entre los actores socioculturales de las dos riberas. El encuentro de las sociedades civiles no puede limitarse a la organización de coloquios -que por muy interesantes que sean, también son fácilmente olvidables. Hace falta, sobre todo, favorecer proyectos comunes entre las poblaciones de los dos lados mediterráneos para conocerse mejor y afrontar conjuntamente los desafíos del futuro (intercambios de estudiantes, interuniversitarios, formaciones culturales, intercambios entre las Administraciones, voluntariados para el desarrollo, etc.). También la secretaría podrá beneficiarse de apoyos importantes por parte de las comunidades ya involucradas en el proyecto mediterráneo: Junta de Andalucía, Comunidad Valenciana…
¡Hay tantas cosas que se pueden hacer para acercar conciencias y enriquecer las mentes! Es aquí donde se encuentra el punto neurálgico de la batalla contra todos aquellos que pretenden alejar y oponer, en nombre de un eurocentrismo dominador o de un integrismo fanático, a los pueblos del Mediterráneo.
Finalmente, valor simbólico: más allá de su vinculación con el proceso inaugurado en 1995, Barcelona encarna también, por la presencia de una fuerte población inmigrante árabo-musulmana, la viva imagen de las grandes ciudades mediterráneas de hoy día. Al igual que Marsella o Nápoles, es una ciudad profundamente mestiza y que se acepta como tal. Simboliza una cultura de intercambios que permite a mujeres y hombres venidos de todas las partes del mundo asociarse, vivir juntos, mezclarse y tejer así esa unión de mediterráneos con la cual han soñado desde siempre los mejores espíritus.
Eficacia, coherencia estratégica, simbolismo humano y cultural. He aquí las razones a favor de que la secretaría de la política mediterránea se ubique en Barcelona. Y, por encima todo, no debemos perder de vista el objetivo final de todo el proceso: crear un espacio mediterráneo de paz y solidaridad.
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