Por Josep Borrell, presidente de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo (EL PERIÓDICO, 28/10/08):
La crisis financiera habrá servido para constatar que en la economía globalizada todos los países son interdependientes. Como dijo el presidente Nicolas Sarkozy en el Parlamento Europeo, esta es una crisis global y la respuesta solo puede ser global.
Empezando por Europa, que ha dado una respuesta coordinada al salvamento del sistema financiero, poniendo primero de acuerdo a los países del euro y al Reino Unido, y superando los primeros intentos de sálvese quien pueda que no hicieron sino echar leña al fuego. Gracias sean dadas al euro, porque los países con fuertes déficits comerciales, como España, lo hubiesen pasado muy mal en medio de este temporal. Y nos hemos ahorrado, casi sin darnos cuenta, las devaluaciones competitivas con las que en otras crisis nos hicimos la guerra económica los unos a los otros.
HASTA AHORA se ha evitado el colapso del sistema financiero mundial ante un ataque al corazón que empezó el 15 de septiembre, cuando EEUU no evitó la quiebra del banco Lehman Brothers. Pero el enfermo está muy débil y la restricción del crédito, después de los excesos pasados, será inevitable. Como muestra, un dato: la relación de la deuda financiera norteamericana con su PIB ha pasado del 21% en 1980 al 116%. El problema del endeudamiento excesivo e insostenible no era el de los pobres de las subprimes: es todo el sistema el que tiene que desapalancarse financieramente. Y, frente a esta realidad, hay que utilizar todos los instrumentos macroeconómicos, monetarios y fiscales para evitar que la recesión se convierta en una depresión global.
Las políticas para hacer frente a la recesión económica, que ya esta ahí –no hace falta preverla– deberían también ser coordinadas y globales. Empezando de nuevo por Europa y por la zona euro, que necesita otras políticas comunes además de la monetaria. El euro puede tropezar hasta caer si solo se apoya sobre su pata monetaria; necesita apoyarse simultáneamente en lo económico y lo monetario, tal como los tratados lo preveían al hablar de Unión Económica y Monetaria.
Y para ello hacen falta instituciones que desarrollen una voluntad política hasta ahora débil. Quizá al ver cuán grandes tiene las orejas el lobo se ponga en marcha eso que se ha llamado gobierno económico de Europa, y que hasta ahora ha sido poca cosa más que una policía de los déficits públicos. No es atentar contra la independencia del BCE pedir que tenga como interlocutor a un gobierno económico claramente identificado, como ocurre en EEUU. El actual Eurogrupo, que reúne informalmente a los ministros de Economía, no tiene este papel ni en la previsión ni en la solución de la crisis. También se ha visto cuán necesaria es una presidencia estable del Consejo Europeo que aporte liderazgo y continuidad. ¿Qué habría pasado durante la crisis de Georgia si la presidencia del Consejo hubiese recaído en un pequeño país del Este? ¿Cuál habría sido su capacidad de interlocución con Moscú?
Al invocar la necesidad de coordinar las políticas económicas en Europa, Sarkozy dio en Estrasburgo dos pistas para hacer frente a potenciales problemas. Primero, el riesgo de que, dado que los valores bursátiles están por los suelos, los fondos soberanos de los países con grandes reservas de divisas producidas por sus excedentes comerciales, como China, o por su petróleo, como los emiratos árabes, compren a precio de saldo las empresas europeas. De este riesgo ya advertía Michel Rocard cuando hace unos años Mittal compró Arcelor.
Para algunos, no pasa nada porque el mercado es el mercado y qué más da de quién sean las empresas siempre que sean eficientes. No creo que se pueda mantener esta tesis aplicada a sectores estratégicos a escala europea, pero la respuesta que ha tenido la propuesta francesa de crear fondos soberanos europeos para entrar en el capital de las empresas, antes de que otros lo hagan, muestra de nuevo las discrepancias entre europeos sobre cuestiones fundamentales.
LO MISMO PUEDE decirse de la política industrial, esa que fue considerada innecesaria porque el mercado era sabio. Pero, mientras que EEUU concede a sus tres principales constructores de coches, tocados por la crisis, 25.000 millones de dólares de préstamos casi gratuitos, los europeos pedimos a los fabricantes un esfuerzo en reducción de emisiones que no se hará sin costes, así que deberíamos ayudarles de forma coordinada si no queremos quedarnos sin industria.
La batalla ideológica está servida porque algunos temen que esta sea la ocasión para que el Estado vuelva a tener un papel en la economía que perdió durante los años de la revolución conservadora de Reagan y Thatcher. Bienvenido sea este debate porque en el fondo se trata del papel estratégico y regulador del sector público.
La historia no se acaba. Cuando se hundió el Muro de Berlín era difícil imaginar que 20 años después el Reino Unido y EEUU estarían nacionalizando sus bancos. Pero la historia se repite, porque lo que en 1929 decía Roosevelt se puede aplicar palabra por palabra a lo de ahora. Para que esto no vuelva a ocurrir, hay que atacar el mal de raíz y diseñar una nueva regulación del sistema financiero mundial contando con los nuevos actores de nuestro tiempo. Y evitando que las consecuencias de la crisis financiera sean mucho más graves para los países pobres que para los que la han causado.
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