Por Josep Piqué, economista y ex ministro (LA VANGUARDIA, 19/10/08):
El gran Federico Fellini, entre sus maravillosas obras, dirigió, hace ya veinticinco años, una extraordinaria película titulada E la nave va….El argumento era claro: una nave va de crucero, llena de experiencias vitales muy distintas, cada una con su propia lógica, y de tremenda importancia para cada uno de los personajes. Pero, durante el trayecto sucede algo trascendental: estalla la Primera Guerra Mundial. Y todo, de inmediato, se subordina a tamaño acontecimiento. Como es natural. Sin embargo, las diferentes trayectorias personales siguen su curso, más o menos afectadas por el gran cataclismo.
Las catástrofes son terribles - y desde luego, la Primera Guerra Mundial lo fue- y suelen dejar innumerables cadáveres, pero existen otras tendencias que se superponen y acaban determinando el devenir de la historia.
Viene este comentario a cuento estos días, cuando todo está supeditado a la gravísima crisis económica - que algunos anticipamos y se nos llamó de todo, por cierto- y que nos afecta de manera global y, sin duda, brutal.
Lo cierto es que es muy difícil mantener cualquier debate sobre cualquier cosa y no derivarlo a la crisis, desconocida todavía en su alcance y consecuencias.
Pero hoy no quiero insistir sobre este punto. Suficientes opiniones aparecen todos los días en los diferentes medios de comunicación.
Mi interés, hoy, va por otro lado.
Y recupero a Fellini.
Pongo sólo un ejemplo paradigmático: Cuando estalló la crisis de 1929, Estados Unidos, primero, y buena parte de Europa, luego, estaban tan ensimismados en lo que estaba pasando, que no se dieron cuenta, hasta bastante después, de lo que se estaba desarrollando en paralelo durante los años treinta. Me refiero a la aparición y consolidación de los totalitarismos y que, más allá de la crisis económica, que se superó (como todas, al paso de los años), marcó indeleblemente la geopolítica mundial durante décadas, primero con la Segunda Guerra Mundial, y luego con la guerra fría, y que marcó el escenario estratégico hasta finales del siglo pasado.
Y a eso voy. No seré yo quien minimice el impacto de la crisis y su enorme profundidad. He insistido suficientemente al respecto. Pero “la nave va…”.
Y van sucediendo cosas que serán de enorme trascendencia a medio plazo, más allá de una crisis que va a suponer la clara constatación de la pérdida de peso relativo de Occidente, de manera irreversible. Ya nos ocuparemos otro día de eso.
Pongo algunos ejemplos:
Y empiezo por uno que me parece positivo: la emergencia de Brasil como gran potencia en América del Centro y del Sur. Y eso es bueno frente a veleidades “bolivarianas”. Brasil es un país muy potente y que cuenta con gobernantes serios y con voluntad de ejercer su poder responsablemente. Ojalá eso siga así.
También vemos, por ejemplo, como, cada vez más, los países árabes del Golfo, desempeñan un papel mayor y, hasta hoy, potencialmente estabilizador.
Pero, voy a otro ejemplo más inquietante: la recuperación, “sin complejos”, de la voluntad imperial de Rusia y, en especial, en el mar Caspio y en el mar Negro y, por ende, en el Cáucaso. Lo hemos constatado, palmariamente, este verano.
Es cierto que Rusia tiene todavía muchísimas debilidades estructurales (recuperar el desastre del comunismo no se resuelve de un día para otro, ni tampoco, para ser justos, es de hoy para mañana tener tradición democrática), pero me parece evidente que debemos estar muy atentos a toda esa zona, que incluye, sin duda, las antiguas repúblicas soviéticas del Asia Central, hoy más estratégicamente vitales que nunca. Y no olvidemos que Rusia entiende como una agresión a sus intereses nacionales todo avance de Occidente hasta sus fronteras. De ahí la importancia de decidir si Georgia o Ucrania pueden ser miembros de la OTAN, y de ahí, asimismo, la importancia del enorme error estratégico de aceptar la independencia de Kosovo: Si Serbia no merece ser defendida en su integridad territorial, entonces Georgia tampoco.
Y termino con un ejemplo aún más preocupante: Mientras pasa lo que está pasando, Occidente no gana la guerra de Afganistán. El Gobierno de Karzai no controla, a duras penas, más allá de Kabul. Y la insurgencia neotalibán (no necesariamente ligada a Al Qaeda, por cierto, sino más bien de naturaleza pastún), se está haciendo fuerte, cada vez más, en las provincias fronterizas, y difusas, entre Afganistán y Pakistán, en zonas como Bajaur o Waziristán, vía de entrada hacia el poder en Islamabad.
Y Pakistán tiene ya, a diferencia de Irán, que lo está intentado, la bomba atómica. Y ahí, como diría Lenin, tenemos el eslabón más débil de la cadena. Pakistán ha estado apoyando históricamente a los diferentes regímenes afganos, como contrapeso frente a India y a las otras repúblicas del Asia Central. Y hoy es difícil discernir la auténtica voluntad, más allá de las apariencias, de los gobiernos pakistaníes. Y me refiero tanto a los anteriores (ahora que ya se ha ido Musharraf) como a los actuales (ligados a los clanes oligárquicos tradicionales).
E la nave va… Ahora que Occidente se concentra en sus enormes problemas, la vida sigue. E India, China o Rusia o Indonesia, con historias milenarias y perennes ambiciones imperiales, ambicionan objetivos propios. Y eso hasta puede ayudarnos a la hora de contener el islamismo radical. Pero quieren mandar. Y van a aprovechar lo que nos pasa.
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