Por Abraham Yehoshua, escritor israelí, inspirador del movimiento Paz Ahora. Traducción: Sonia de Pedro (LA VANGUARDIA, 26/10/08):
Imaginemos que en 1948, cuando David ben Gurion proclama la creación del Estado de Israel, no hubiera habido en todo el territorio del recién creado país ninguna persona que no se considerase a sí misma judía, que no hubiera habido ni un solo árabe, ni un solo druso. En tal caso, ¿cómo se habría llamado el nuevo Estado? La propia declaración lo dice explícitamente: “Proclamamos la creación de un Estado judío en la tierra de Israel llamado el Estado de Israel”. Queda claro, por tanto, el nombre del nuevo Estado, pues el territorio en que se asienta es la Tierra de Israel, y el nombre originario del pueblo, pueblo de Israel, se usó durante siglos como nombre exclusivo antes de la denominación de judío, nombre que a fin de cuentas sólo se refiere a una de las doce tribus del Israel antiguo.
Ahora bien, ¿el nombre de Israel también serviría para referirse al carácter sionista del Estado, es decir, a la ley de Retorno, principio básico del Sionismo? Indudablemente, sí.
Es más, cuando decimos Estado de Israel hablamos de hecho del proceso por el que se les propone a los judíos de la diáspora dejar de ser judíos para convertirse en israelíes, es decir, volver a su judaísmo original, en un territorio propio y en el marco de un Estado que los compromete.
Por ello, habría que preguntarse por qué en los últimos años se está produciendo el proceso contrario, y la frase de la declaración del 48 se entiende ahora así: “Proclamamos que el Estado de Israel es un Estado judío o un Estado judío democrático”. La razón está principalmente en la realidad cada vez más palpable de la minoría palestina dentro de Israel.
Aparentemente, para defender nuestra identidad frente a la minoría árabe, usamos una especie de conjuro: “Estado judío democrático”, es decir, judío para reafirmar nuestra identidad y democrático, y asegurar a los árabes que sus derechos civiles serán respetados. ¿Pero acaso esa expresión no perjudica tanto a los judíos como a los árabes de Israel? Como irónicamente dijo el diputado de la Kneset, Ahmed Tibi: “Israel es un país democrático para los judíos y judío para los árabes”.
En mi opinión, esta expresión es perjudicial y problemática. Primero, por la vaguedad esencial del término judío,que origina confusión. Judío señala la pertenencia a un pueblo, no a una religión. Por ello, no habría que equiparar cristiano, musulmán o budista a judío, sino a judío religioso o creyente, y judío sería equivalente a francés o inglés, por ejemplo. La religión judía es un componente en la identidad judía del mismo modo que el cristianismo lo puede ser para un italiano o el islam para un egipcio.
Pero al hablar de un Estado judío se está incluyendo en la definición de Israel un elemento religioso, lo cual no es cierto, pues el Estado de Israel lo rigen sus ciudadanos, no una institución religiosa. Además, la expresión Estado judío, aun añadiéndole la palabra “democrático”, resulta hostil y discriminatoria para los israelíes no judíos, igual que resultaría para los no musulmanes la mención de un Estado musulmán. Por otro lado, la referencia a la religión judía hace que los ciudadanos no judíos se vean obligados, como contrapartida, a marcar más su identidad religiosa, algo que no ocurriría si se hablara de Estado de Israel o Estado israelí.
Aplicar la palabra “democrático” a un Estado judío sirve mucho menos para defender los derechos de las minorías que decir Estado israelí democrático, que implica que todos los israelíes están comprometidos con la democracia con independencia de su religión. También desde una perspectiva judía, la expresión Estado israelí democrático es más ventajosa que la de Estado judío democrático.Ya he comentado muchas veces que cuanto más el judío israelí se define sólo como judío, más convierte su vivencia y su identidad israelíes es una mera vestimenta fácil de quitar y poner. Es decir, el paisaje, la lengua, la vida en sociedad, la memoria histórica y el resto de los elementos fundamentales que definen una identidad nacional se vuelven en el caso de Israel superfluos en comparación con el núcleo judío tradicional que, gracias a los textos religiosos o a las leyendas judías, cualquier judío puede llevar consigo y viajar con él por todo el mundo. No ha de extrañar que cada vez más israelíes sustituyan esos textos tradicionales por textos más livianos, como la prensa diaria, o por los programas de la televisión israelí.
En cuanto a la ley de Retorno, no hay que tocarla, ya que constituye la base moral sobre JORDI BARBA la que se sustenta la resolución de la ONU de 1947 por la que se establecía la creación de un Estado para los judíos, pero no sólo para los 600.000 judíos que entonces vivían en Palestina, sino para todo judío que quisiera asentarse en el nuevo Estado. Por eso, no tendría justificación que aquellos que llegaron a Israel gracias a la ley de Retorno sean ahora los que cierren a otros la puerta que en su día se les abrió.
En definitiva, creo que lo mejor es que se retome la expresión de un Estado israelí democrático, pues será lo más positivo para todos y cada uno de los ciudadanos de este país.
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