Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 25/10/08):
Tras el tercer y último debate entre los senadores Barack Obama y John McCain, la dinámica electoral, la relación de fuerzas, los fondos disponibles para propaganda, la presunción de las élites, la opinión de los grandes rotativos y las encuestas validan el pronóstico de que el primero se encamina hacia una victoria ineluctable que le convertirá en el primer presidente negro de la república imperial, en unos momentos de caos económico-financiero, vertiginosa crisis moral y azarosos desafíos planetarios.
Uno de los últimos en rendirse al encanto de Obama fue The Washington Post, el más neutral de los grandes diarios, que el 17 de octubre publicó un resonante editorial “apoyando sin ambivalencia” al senador de Illinois, una vez superadas las dudas que suscita su escasa experiencia. Tras observar en el último debate los coléricos arrebatos de McCain y la flema metódica de su oponente, me resultó decisoria la opinión de un respetado comentarista conservador, George Will, quien sostiene que “la inexperiencia de Obama puede corregirse, aunque a un coste considerable”, pero se pregunta apuntando a McCain: “¿Puede arreglarse un temperamento funesto?”.
LACAMPAÑA electoral y los consejos reiterados de sus amigos no bastaron para domeñar el volcánico carácter del senador de Arizona, héroe de guerra, de reconocida ejecutoria senatorial, típico maverick o disidente, alérgico a la disciplina de grupo, capaz de estar alternativamente con republicanos o demócratas, pero quizá por eso mismo propenso a cambiar de opinión, aparecer como voluble o irascible y cometer errores clamorosos como detener la campaña so pretexto de la crisis financiera o elegir a la gobernadora de Alaska, Sarah Palin, como candidata a la vicepresidencia, una decisión que The Washington Post tildó de “irresponsable”.
Los debates fueron más anodinos de lo previsto, pero se volvieron contra McCain en dos cuestiones cruciales en las que se suponía que llevaba ventaja: el carácter y la seguridad nacional. Frente a los altibajos de su rival, Obama cautivó incluso a los conservadores, tanto por su inteligencia política como por su moderación y su imperturbable serenidad en medio de los tumultos. Frente al guerrero impulsivo McCain, el justiciero solitario, meditabundo, el trabajador social convertido en profesor de derecho. “Obama tiene el temperamento necesario para descartar el rumor ambiente y concentrarse sobre lo esencial”, concluyó The New Yorker.
Frente a la improvisación y los vaivenes de McCain prevaleció la meticulosa organización de Obama, que derrotó a la temible maquinaria de los Clinton. Desafió al establishment antes de cautivarlo. Bajo la batuta de David Axelrod, un judío de Chicago especializado en la promoción de candidatos negros, el equipo de campaña no solo aprovechó la juventud, los nervios de acero y la disciplina del aspirante demócrata, sino que utilizó los medios más sofisticados para anticiparse a las encuestas, batir todas las marcas de recaudación de fondos e innovar en la venta de un presidente.
Solo cometió un error: menospreciar al trabajador blanco de cuello azul por aferrarse a las armas y la religión. El manido fantasma del opio del pueblo agitado por el jurista de Harvard. Su retórica osciló entre el populismo económico, caro a los demócratas, y el conservadurismo de los valores. Se le reprocha la vacuidad de su discurso sobre la esperanza y el cambio, fruto de la indefinición ideológica, pero también su prurito de presentarse como encarnación del sueño americano.
Dentro de la corrección que inunda el mercado político y frustra el debate, pronunció discursos memorables para trascender la raza, culminación de un tortuoso proceso que permite evocar los momentos estelares de la abolición de la esclavitud o la lucha por los derechos cívicos, de Lincoln a Johnson y Martin Luther King. Por su condición de mulato, o negro accidental, con una educación esmerada, nunca predicó el victimismo, ni mucho menos el revanchismo, y no vaciló en renegar del pastor Jeremiah Wright, que lo bautizó, mesiánico líder de un nacionalismo profético y vengativo. Y, como escribe Orlando Patterson, profesor de Harvard, “EEUU es probablemente la nación menos racista de los países desarrollados”, debido quizá a los estragos del comunitarismo que fragmenta el tejido social.
LOS ELECTORES deciden, ante todo, teniendo en cuenta la situación económica y la popularidad del gobierno saliente. A medida que se ahondaba la crisis financiera y se informaba a los ciudadanos de las pérdidas trimestrales en sus planes de ahorro, los efectos en la intención de voto resultaron devastadores, de manera que Obama adelantó en todas las encuestas a McCain, identificado este con el presidente Bush y todos los responsables del desastre.
Cobra fuerza la teoría del historiador Arthur Schlesinger sobre la naturaleza cíclica de la vida política estadounidense y ganan consistencia los vaticinios sobre el agotamiento del ciclo conservador iniciado por Reagan en 1980. Por eso la pregunta pertinente que formula Paul Krugman, flamante premio Nobel de Economía: “¿Otro Reagan u otro Clinton?”. El primero organizó una revolución conservadora que el segundo, en vez de corregir, extendió e inoculó en las clases medias. Krugman desearía que Obama fuera un Reagan de izquierdas, pero reconoce que se parece más a Clinton.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario