Por Bernardo Kliksberg, economista y asesor de Gobiernos y organizaciones internacionales. Es coautor junto al premio Nobel Amartya Sen del libro Primero la Gente, Deusto, 2008 (EL PAÍS, 24/10/08):
Una tercera parte de la población latinoamericana pertenece a las clases medias. Pero su peso real en la sociedad es mucho mayor que su tamaño. Las clases medias tienen roles clave en el aparato productivo. Son la principal fuente de empleo; se estima que el 95% de las empresas de la región son pequeñas y medianas; ellas generan 160 millones de puestos de trabajo. También son el gran mercado de consumo y quienes dinamizan el mercado de la cultura, componen las audiencias masivas de los teatros, leen libros, compran periódicos. Pesan fuertemente en las elecciones. Participan masivamente, activan, se mueven. Empujaron el terremoto político que ha cambiado en los últimos ocho años la distribución de poder en la región. Y son la base de las ONG.
Su vida ha sido difícil en las últimas tres décadas. Se ha caracterizado, entre otras, por las siguientes vivencias históricas:
1. Vulnerabilidad. En los ochenta, la década perdida para el crecimiento, y en los noventa, la década perdida para la equidad, las políticas económicas ortodoxas debilitaron sus bases económicas. Redujeron y complicaron las posibilidades de ser pequeño y mediano comerciante o industrial, profesional independiente, funcionario público estable; concentraron el crédito, degradaron las jubilaciones, aumentaron el desempleo y la informalidad; desarticularon el Estado, privatizaron la salud y buena parte de la educación. En los noventa, las tasas de desempleo profesional se duplicaron en Brasil, Colombia y Ecuador, se multiplicaron por 5,5 en Argentina. La distribución del ingreso varió sustancialmente. En Argentina, el coeficiente Gini que la mide saltó de 0,50 a 0,59 entre 1990 y 2002. En los años de Menem, siete millones de personas, el 20% de la población, dejaron de ser clase media para convertirse en “nuevos pobres”. Los Ginis eran después de los noventa superiores al 0,58 en Brasil, México, Ecuador, Paraguay y Honduras, entre otros. Mientras que las distancias entre el 10% más rico y el 10% más pobre son en España de 10 veces, en América Latina están cerca de las 50 veces.
Amplios sectores de los estratos medios acorralados optaron por la migración. En los noventa, un millón de ecuatorianos, el 8% de la población, dejó el país.
2. Impactos psicológicos devastadores. En pocos años, gruesos sectores de los sectores medios que soñaban con movilidad se convirtieron en “nuevos pobres”. Conservaban la cultura, los modales, los valores y las aspiraciones de la clase media, pero sus realidades eran de cruda pobreza. Se produjeron daños severos. Según un estudio de la Universidad de Buenos Aires, muchas familias “implosionaron”. El cónyuge masculino, con la autoestima semidestruida, se atribuyó la culpa y tendió a “destruirse a sí mismo y destruir el núcleo familiar”. Por otra parte, como lo había previsto el Nobel de Economía Robert Solow, al revés de lo que suponen los economistas ortodoxos, en situaciones de desempleo de extensa duración, en lugar de buscar afanosamente trabajo, muchos se retiraron del mercado laboral por el temor de seguir siendo rechazados una y otra vez. En un reportaje a un ex clase media devenido “cartonero” en Buenos Aires, a la pregunta de cómo se sentía revisando cubos de basura, contestó: “Al menos sé por la mañana que a las seis de la tarde (cuando se revisan los cubos) tengo algo que hacer”. Las políticas sociales deben aprender que trabajar con pobres no es lo mismo que con “nuevos pobres”.
3. La resistencia. La clase media inventó estrategias inéditas para sobrevivir. En algunos grandes centros urbanos se extendió la “economía de canje”. Se canjeaban “saberes”. Los dentistas y contables atendían y eran pagados en especies u otros conocimientos por artesanos, productores caseros de alimentos o electricistas. Se llegó a crear una moneda para los canjes.
4. La protesta. Los sectores medios fueron clave en los grandes movimientos por el cambio del fundamentalismo de mercado hacia modelos inclusivos que se dio en la década en curso. Fueron muy activos en que 13 presidentes latinoamericanos no pudieran terminar sus mandatos entre 1993 y el 2006. Alentaron una renovación profunda de los liderazgos, las políticas económicas, el rol del Estado y el refortalecimiento de la política social. Fueron clave en experiencias exitosas como la del presupuesto municipal participativo que, nacido en Porto Alegre, se extendió con su apoyo a decenas de ciudades del Brasil y otros países, o en los logros de Rosario, en la Argentina, basados en cogestión ciudadana que merecieron el Premio de la ONU a la ciudad mejor gestionada del continente.
5. La tentación autoritaria. Cuando se pregunta en el Latinobarómetro qué problemas les preocupan más, los latinoamericanos, y en proporciones aún mayores las clases medias, contestaron que la inseguridad laboral (la desocupación bajó sensiblemente pero temen por la estabilidad de su trabajo) y la inseguridad ciudadana. El reclamo es totalmente legítimo. El número de homicidios subió de 12 por 100.000 habitantes por año en 1980 a más de 30 actualmente. Algunos de los grupos más reaccionarios de las sociedades de la región están proponiendo un alivio fácil para esa ansiedad real: la mano dura. La propuesta incluye bajar la edad de encarcelamiento de los niños, reducir las garantías procesales, dar más mano libre a la policía, multiplicar los recursos en seguridad, ampliar las cárceles. No da resultados. En los países en que se ha aplicado, las prisiones se sobrehacinaron apiñándose de jóvenes y la delincuencia siguió aumentando. Un estudio reciente (AID) sobre Centroamérica dice que la única explicación para seguir insistiendo en la mano dura frente a su fracaso es que a través de ella los sectores más derechistas logran votos, y las élites de poder tradicional desvían la atención de los problemas sociales de fondo.
Efectivamente, habría que diferenciar entre el crimen organizado (bandas del narcotráfico, secuestros, trata de mujeres y niños…), a las que se debe aplicar el máximo peso de la ley, y una delincuencia juvenil que crece fuertemente, y detrás de la cual está el hecho de que uno de cada cuatro jóvenes de la región está fuera de la escuela (desertaron por pobreza) y del mercado laboral. Para esos jóvenes hay que tender un “puente de inclusión” con políticas públicas que les ofrezcan oportunidades de terminar la secundaria y trabajos que fortalezcan sus núcleos familiares.
Ciertos sectores de las clases medias han asumido con facilidad las ilusiones de respuesta simplificadora e inmediata que da lamano dura, y le están sirviendo de respaldo social. La opción mano dura frente a la de enfoque integral ante a la inseguridad, arrancando de sus raíces sociales, es uno de los dilemas que tienen los estratos medios por delante. Urge mejorar la calidad del debate en este tema crucial para la democracia en la región.
6. El cambio de referencia. Las duras experiencias que padeció la clase media latinoamericana derribaron muchos mitos bastante antes que las actuales implosiones de Wall Street y el sistema financiero mundial. De ahí que las encuestas regionales hayan mostrado desde el 2000 su viraje de la confianza ciega en la “mano invisible” del mercado hacia modelos más equilibrados. Los peligros del capitalismo salvaje no son teoría en la región, sino que forman parte de la biografía personal de muchos. El interés en los modelos de Europa Occidental, sobre todo los nórdicos, y en la experiencia española, ha crecido fuertemente.
La situación mejoró significativamente para los estratos medios en el marco de los nuevos modelos, y la prosperidad de la región en los últimos cinco años. En Argentina, la clase media recuperó posiciones rápidamente; en Brasil sería hoy, según estimaciones, el 52% de la población. Sin embargo, está muy distante de estar consolidada. Así, sólo el 11% de los jóvenes de Chile y México se gradúa en la Universidad. Las nuevas realidades económicas mundiales pueden afectar severamente a un continente altamente vulnerable, donde, a pesar de los avances, 200 millones (37% de la población) viven en pobreza, y que es el más desigual de todos (el Gini es 0,51 comparado con el muy malo 0,40 mundial).
Algo está claro. La clase media no será más “carne de cañón” de experimentos económicos como las políticas ortodoxas dogmáticas. Se ha concienciado, aumenta su participación y será un actor decisivo en la modelación del futuro de la región.
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