Por Enrique Laraña, catedrático de Sociología en la Universidad Complutense. Actualmente trabaja como profesor visitante en la Universidad de California, Berkeley (EL MUNDO, 29/10/08):
La campaña electoral por la Presidencia de Estados Unidos es una de las más emocionales e interesantes de su historia reciente, por dos razones que pueden determinar su resultado. La primera es la importancia de la cuestión racial y la forma en que afecta a las posibilidades de Obama, el candidato que encabeza los sondeos; la segunda, la crisis económica que empezó a manifestarse hace dos años en este país, y que hoy atenaza al mundo. Ambas cuestiones están cargadas de emociones, como las armas de fuego que se venden al público están cargadas de balas. Su pólvora se compone de miedo y desconfianza, lo cual hace menos previsible el resultado de la campaña. Sin embargo, en ella se han producido hechos que nos sugieren cuál puede ser dicho resultado.
Para muchos ciudadanos, el miedo a perder su trabajo constituye una razón poderosa para votar al candidato que parece más capacitado para afrontar la crisis económica, que suele ser el que da una mayor sensación de seguridad, de saber lo que hace. Las encuestas que se realizaron al terminar el último debate presidencial indican que Barack Obama es el que ofrece más seguridad en este terreno. Por otra parte, la desconfianza que para muchos todavía suscitan las personas negras proviene de prejuicios vinculados a tradiciones culturales que están en el origen de esta nación, con las que se enfrenta Obama. Son la base de sentimientos de desconfianza y miedo hacia el que es diferente, lo cual puede potenciarse cuando la diferencia radica en el color de su piel.
En el proceso de colonización del país, el miedo y la desconfianza hacia lo que es diferente se dirigía hacia el forastero, hacia aquél que no pertenecía a la ciudad, ni compartía la cultura del trabajo propia de los buenos ciudadanos, como reflejan las películas del Oeste magistralmente. Esos filmes describen tradiciones culturales muy arraigadas en la Historia de este país, especialmente en las pequeñas ciudades del oeste y el centro, en un tiempo en que los ciudadanos iban armados en defensa propia. El forastero representaba una incógnita, alguien cuya conducta no podía preverse y podía quebrantar la ley o romper las normas de convivencia.
Sin embargo, esas tradiciones de las pequeñas ciudades entraron en declive en la primera mitad del siglo XX, como consecuencia de la modernización demográfica y cultural de Estados Unidos y su conversión en primera potencia mundial de producción y consumo. Pero las transformaciones sociales no son uniformes y la cuestión sigue radicando en saber cómo puede influir lo que los sociólogos llaman el miedo al otro en estas elecciones, ya que las zonas donde todavía persisten esas tradiciones históricamente votan a los candidatos republicanos.
En un conocido discurso sobre la cuestión racial en Estados Unidos, Obama destacó que su abuela, que tanto le ayudó para realizar sus estudios y por cuya enfermedad ha interrumpido su campaña electoral, reconoció que sentía miedo cuando se cruzaba con un negro por la calle.
La manifestación más intensa de estas emociones es el miedo y su denominación técnica en psicología y medicina es ansiedad, es decir: preocupación e impaciencia por algo que ha de ocurrir, o que se piensa que puede ocurrir. A ellas apela McCain cada vez que cuestiona la personalidad de su rival, y le presenta como alguien que no es de fiar. En los dos últimos debates repitió que Obama subirá los impuestos y abandonará a su suerte a los países en los que se perpetran asesinatos en masa y políticas de limpieza étnica. La insistencia de McCain en la relación de su rival con uno de los fundadores de la organización terrorista Weathermen, también destacada por la temible candidata republicana a la vicepresidencia, es congruente con ese intento de promover desconfianza y miedo hacia Obama y generar dudas sobre lo que puede hacer en la lucha contra el terrorismo si llega a presidente, a pesar de que éste ha explicado que su contacto con esa persona se produjo en un comité sobre educación en el que había varios políticos republicanos.
Sin embargo, esta cuestión tiene una importancia secundaria ante la gravedad de la crisis económica. El intento de presentar a Obama como una persona que no es digna de confianza tampoco parece prosperar en las encuestas electorales. Al terminar el último debate, una amplia mayoría le consideraba más capacitado para afrontar la crisis en un sondeo de la CNN. La actuación del candidato demócrata fue impecable en este terreno, ya que mostró una calma y capacidad de autocontrol que contrastaba con el nervioso parpadeo y el sarcasmo de su oponente.
Junto con una notable capacidad para hablar en público y comunicar con su audiencia, la serenidad en situaciones críticas y el autocontrol son rasgos de la personalidad de Obama que están impulsando su candidatura a la Presidencia. La sensación de seguridad que transmite se basa en la que tiene en sí mismo. Esos rasgos forman parte de su personalidad, una noción mucho más fundada que la de talante, que se refiere a rasgos persistentes e integrados en la estructura del carácter. Un influyente periódico los ha asociado con su biografía, con el hecho de haber crecido con un padre ausente y haber tenido que enfrentarse a situaciones difíciles desde pequeño, lo cual le ha permitido desarrollar una capacidad de liderazgo poco corriente. Durante la campaña, en ningún momento parece dejarse influir por el torbellino mediático y la presión en que está inmerso. Ese temperamento no se atribuye a la voluntad de poder o a la simple disciplina personal, sino a una conciencia organizada (David Brooks: Thinking about Obama, The New York Times, 17-10-2008).
En las campañas electorales suele ser más convincente lo que transmites con tus gestos y tu comportamiento, que lo que dices en un acto público o en tu programa electoral. Ese supuesto no sólo es aplicable a la política sino a la mayoría de los encuentros entre personas que se producen cara a cara, como argumentó Goffman, un sociólogo afincado en Estados Unidos que comparó la interacción social con una representación teatral. Esa conocida teoría resulta especialmente aplicable a los debates electorales que son presenciados por millones de espectadores e influyen mucho en sus votos. En el último, Obama ganó porque supo transmitir la sensación de seguridad que necesitan los ciudadanos, y la imagen de una persona fría en el sentido positivo que aquí tiene esa palabra (cool), que equivale a tranquilidad y valentía. Y lo mismo sucedió en el debate anterior, en el que ambos estaban de pie y la juventud del candidato demócrata contrastaba con la dificultad de movimientos del republicano, su fluidez y buena entonación con la lenta y trabajosa dicción de su oponente. Para los ciudadanos, la persona capaz de controlar así sus emociones puede ser la más indicada para afrontar situaciones difíciles como las que vivimos.
Hasta hace tres semanas, mis amigos de la Universidad no pensaban que Obama fuese a ganar las elecciones, debido a la importancia de la cuestión racial en la cultura norteamericana. No sólo aquí, sino también en países europeos en los que aumentará su intensidad conforme lo hace la inmigración. Hace poco, The New York Times informaba sobre el asesinato de un joven negro en Milán a manos de los propietarios de un bar por la simple sospecha de que había robado dinero. El titular afirmaba que «los ataques a los inmigrantes potencian el debate sobre el racismo» . En contraste, el último negro muerto por violencia racial en EEUU se produjo en 1981.
Lo que parece suceder hoy es que el orden emocional del ciudadano medio parece haberse invertido en la campaña debido a la difusión de noticias sobre la gravedad de la crisis económica. La primera razón para votar ya no sería la raza del candidato, sino su edad y preparación para estar al mando y manejar el timón de esta gigantesca nave en plena tormenta, con una mar arbolada cuyas olas no sólo provienen de la situación económica sino también de la política exterior de EEUU, la Guerra de Irak, la base de Guantánamo, la política contra el terrorismo. Esa política está siendo duramente criticada por Obama, que ha destacado sus consecuencias económicas y defendido la necesidad de cambiarla, sin renunciar a los ideales que impulsaron otras intervenciones militares recientes. Lo dijo claramente en el segundo debate: «Cuando el genocidio y la limpieza étnica están teniendo lugar, eso disminuye nuestro papel en el mundo», para a continuación afirmar que la crueldad humana a veces no tiene limites y los norteamericanos «no podemos con todo y debemos contar con aliados». Una propuesta desde el pragmatismo que tiene profundas raíces en la cultura de EEUU.
Cuando la importancia del programa económico pasa a primer plano de la vida pública, el resultado de la campaña se vincula cada día más la imagen de seguridad que brinda cada candidato. Por eso, Obama, que no cesa de hablar de economía, va por delante en las encuestas a pesar de su raza.
Con independencia del resultado, ese hecho tiene enorme importancia en sí mismo, porque muestra la naturaleza de un sistema político en el que hace 40 años los negros no ejercían su derecho al voto en los estados del Sur. El miedo a la violencia de organizaciones como el Ku Klux Klan se lo impedía. El contraste entre aquella situación y la actual habla por sí solo. Desde el discurso que pronunció Obama en apoyo al anterior candidato demócrata en las elecciones de 2004, se sabía que había surgido un nuevo líder, que ahora puede llegar a la cumbre del poder en el mundo. Si es así, lo habrá ganado a pulso.
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