Por Edward N. Luttwak, experto del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) de Washington. Traducción: Juan Gabriel López Guix (LA VANGUARDIA, 28/10/09):
En este año electoral, cualquier candidato republicano habría iniciado su campaña con la desventaja de ocho años republicanos en la Casa Blanca, un fenómeno que suscita por sí solo deseos de un presidente demócrata.
Sucede además que el actual presidente republicano es muy impopular - en este momento, todos los logros de Bush están ya olvidados o descontados, incluidas la derrota del yihadismo desde Marruecos hasta Indonesia y la desnuclearización de Iraq, Libia y Corea del Norte- y que se le culpa de todo cuanto ha ido mal. No cabe duda de que su política fiscal ha producido unos déficits excesivos, pero fue bajo Clinton que las entidades hipotecarias se vieron obligadas a conceder créditos a clientes subprime.
Cuando en el verano logró erigirse en candidato republicano, McCain tuvo que hacer frente a una tercera gran desventaja: una ralentización de la economía, unos precios de las viviendas en caída rápida y la inevitable repercusión sobre los instrumentos hipotecarios y sus derivados, que perjudicaban a los bancos de inversión y sus aseguradores.
Para McCain se ha tratado de una desventaja doble, porque la culpa se ha atribuido a los republicanos, pasando por alto las responsabilidades de los demócratas en el Congreso, y porque se ha visto en gran medida devaluada su ventaja comparativa en tanto que candidato de la seguridad que sabe cómo ganar guerras. Paradójicamente, la gran mejora de la situación política en Iraq ha hecho disminuir la importancia política de ese país.
Y entonces llegó el quinto golpe para McCain: la crisis económica de octubre, que ha sepultado todo el sistema financiero, ha reducido los valores bursátiles a un 65% de los niveles anteriores al derrumbe y ha hundido aún más la economía real, que de todos modos ya empezaba a enlentecerse.
De nuevo, el daño para John McCain ha sido desproporcionado debido a la presuposición de la responsabilidad republicana - en realidad, la acumulación del exceso de liquidez causante de todos los otros problemas a medida que el dinero buscaba mayores rendimientos empezó en el 2001- y a la nula experiencia financiera del candidato.
Tampoco Obama tiene esa experiencia, desde luego; y en realidad, a pesar de todos sus partidarios en Wall Street - que superan con creces a los de McCain-, no ha logrado ofrecer un plan propio convincente y se ha sumado a McCain en el apoyo a las medidas de Bush, a pesar de ser polémicas.
El caso es que las deficiencias de Obama ya no importan, porque nada de lo que ha hecho hasta ahora McCain ha logrado superar sus cinco desventajas.
Y a ellas se suma en estos momentos una sexta que puede convertirse en letal: dado que Obama rechazó los fondos federales y sus límites - tras prometer aceptarlos-, ha logrado recaudar para su campaña una cantidad muy superior a los 84 millones de dólares concedidos a McCain.
Por ello, en estados especialmente reñidos como Virginia, está gastando tres o cuatro veces más en propaganda emitida por televisión y oscurece el mensaje de McCain con vídeos ininterrumpidos en todas las cadenas importantes. La campaña de McCain tiene tan poco dinero que ni siquiera puede responder a las acusaciones asesinas de Obama de que el republicano quiere reducir las pensiones y la asistencia sanitaria a los mayores de 65 años.
Las encuestas nacionales indican que Obama está por delante, pero no significan nada, porque no se trata de unas elecciones nacionales, sino más bien unas elecciones simultáneas en 50 estados separados y el distrito de Columbia, que en total dan lugar a un colegio electoral compuesto por 538 votos. Los comicios reflejan el número de votantes de cada estado, pero no de forma proporcional, porque incluso los menos poblados disponen de al menos tres votos. Además, los votos electorales se adjudican de forma más o menos proporcional en sólo dos estados (Maine y Nebraska). En todos los demás, una mayoría simple de la mitad más uno se lleva todos los votos del Estado, sin que cuenten grandes mayorías en los lugares donde domina un partido.
Así que lo que cuenta es la ventaja de Obama en la estimación de los votos electorales: de 538, en estos momentos se cree que obtendrá 313 frente a los 174 de Mc-Cain, con sólo 51 aún por decidir. A menos que muchos votantes blancos e hispanos estén mintiendo a los encuestadores y no acaben votando a un candidato negro, o que Obama cometa un descomunal e improbable error que ofenda de modo irreparable a un sector importante del electorado, su victoria parece hoy asegurada.
Este hecho podría tener grandes repercusiones sobre el futuro inmediato de Estados Unidos, o quizá no. Obama es percibido como un candidato negro; y por eso cuenta con el vehemente apoyo de los blancos progresistas que creen que su presidencia barrerá todos los pecados blancos cometidos desde los tiempos de la esclavitud en adelante. Sin embargo, Obama no es descendiente de esclavos y, en términos culturales, no tiene gran cosa en común con los negros estadounidenses. Es hijo de una madre ultraprogresista que rechazó su identidad blanca y los propios Estados Unidos (prefirió Indonesia); y sus opiniones se vieron moldeadas por la política urbana izquierdista de Chicago. En otras palabras, Obama es en realidad un candidato rojo, partidario de la mayor redistribución posible de la riqueza (habla de “extender la riqueza”). En Europa, eso lo convertiría en un socialdemócrata. En el más conservador contexto estadounidense, eso lo convierte en un radical, pero lo cierto es que ha conseguido ocultarlo con éxito. Por ejemplo, siempre que se le pregunta quién es su asesor económico, da el nombre de Paul Volker, de 81 años y antiguo presidente de la Reserva Federal bajo Reagan, quien propugna una estricta austeridad fiscal, no nuevos gastos sociales.
La gran paradoja es que, a causa de la crisis financiera y el frenazo de la economía, ese camuflaje electoral de conservadurismo fiscal se hará realidad de todos modos. Sea quien sea, el nuevo presidente tendrá que recortar el presupuesto federal, no incrementarlo. En cuanto a la redistribución mediante la subida de impuestos a los ricos, se trata en buena parte de una fantasía. Cuando aumentan los tipos impositivos marginales, también lo hace el uso perfectamente legal de esquivar los impuestos por medio de créditos impositivos para la energía alternativa, las ayudas medioambientales, las viviendas subvencionadas y demás. Ahora bien, la paradoja última es que, de los dos candidatos, sólo McCain podría efectuar grandes recortes en los gastos de defensa (considera que deben retrasarse los principales programas de armas nuevas, porque Rusia y China llevan un gran retraso tecnológico). Aunque esté lleno de demócratas, el Congreso estadounidense nunca permitirá que Obama reduzca tanto el presupuesto del Pentágono, y el Congreso siempre tiene la última palabra.
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