Por Monika Zgustova, escritora (EL PAÍS, 21/10/08):
Milan Kundera ha sido víctima del furor postotalitario. La trama que rodea la acusación de que ha sido víctima podría ser una novela del mismo Kundera. Hay en ella una historia de amor, traición y espionaje, huidas, injusticias y mucho misterio. Los protagonistas tienen poco más de 20 años, son brillantes y de buen ver, les interesa la poesía y el pensamiento. La mañana del 14 de marzo de 1950, en Praga, un espía extranjero de origen checo, Dvoracek, solicita alojamiento a su amiga Militka y ésta mientras almuerza ese día con su novio, Dlask, le ruega que no la visite esa noche en la residencia de estudiantes donde vive porque va a estar con Dvoracek que le ha pedido cobijo. Esa noche Dvoracek es arrestado y sentenciado a 22 años de trabajos forzados en las minas de uranio de los que cumple 13 y tras los cuales huye a Occidente, convencido de que fue Militka quien le denunció.
Dlask y Militka acabaron casándose sin volver a hablar del asunto. Hasta que 60 años después, en su lecho de muerte, Dlask le contó a su esposa que en la tarde de aquel 14 de marzo había hablado del espía que iba a pasar la noche con ella a quien entonces presidía la residencia de estudiantes, el también estudiante Milan Kundera. Militka comunicó la revelación a dos jóvenes historiadores, uno de los cuales era familiar suyo, quienes decidieron investigar lo ocurrido. Y encontraron un documento de la policía que recoge una presunta denuncia del agente extranjero Dvoracek presentada por Milan Kundera en una comisaría del barrio pragués de Dejvice donde se encontraba la residencia. Únicamente a base de ese documento, el cual no está firmado ni por Kundera ni por nadie y que sólo identifica al escritor por su fecha de nacimiento, sin que conste ningún número de identidad como era preceptivo, los dos historiadores redactaron un artículo que ha dado la vuelta al mundo en el que concluyen que Kundera fue un delator en manos de la policía comunista.
El artículo dice que “parece ser” que Dlask le contó el asunto a Kundera, quien a su vez fue derecho a la comisaría para denunciar la presencia de Dvoracek en el país. “Posiblemente”, “es probable”, “parece ser”, “uno diría que” y “es muy posible” son las expresiones que con más frecuencia se repiten en el artículo publicado por la revista checa Respekt, la de mayor prestigio intelectual hoy en su país. ¿Cómo puede basarse una acusación de tan graves consecuencias en un único documento más que dudoso y usando tantas expresiones inseguras? Dudoso porque en la Checoslovaquia de los años cincuenta era práctica cotidiana por parte de la policía perpetrar denuncias, ya que cualquier agente que recibía una era condecorado con facilidad. No olvidemos que denunciar al “enemigo del pueblo” era muy bien visto por las autoridades, no en vano la ley declaraba culpables no sólo a los delincuentes sino a cualquiera que conociera un delito y no lo denunciase.
Tanto la prensa checa como internacional se apresuraron a recoger el artículo y difundir la culpabilidad de Kundera. De modo que asistimos a algo muy grave: la masiva inculpación de alguien en plena democracia sin someter los documentos exhibidos al mínimo rigor exigible, sin saber si hay otros documentos, sin escuchar a todos los testimonios y, sobre todo, sin conocer previamente la versión del propio implicado.
Kundera afirmó que nunca tuvo nada que ver con esa denuncia. Pero el caso daría un inesperado vuelco cuando otro testigo, el prestigioso crítico literario checo Z. Pesat, declaró tres días después de la publicación del artículo que aquel fatídico día, Dlask le había contado que él mismo denunció en la comisaría a Dvoracek. El testimonio de Pesat apenas mereció una breve columna en alguno de los medios internacionales.
De todas esas versiones se desprende que la realidad bien pudiera haber sido ésta: preocupado por la presencia de un espía -un hombre- en la habitación de su novia, Dlask fue a la comisaría y puso la denuncia en nombre del presidente de la residencia, Milan Kundera. Es por eso que la denuncia no está firmada, porque no fue Kundera quien la puso.
Lo que ocurrió ese día es incierto. Lo cierto en cambio es que la calumnia ha caído sobre el escritor y su integridad ética ha sido puesta en cuestión. La culpa de todo ello es la falta de rigor de los dos historiadores tan prestos en llegar a conclusiones. El Instituto para el Estudio de los Totalitarismos, al cual pertenecen, se fundó para estudiar el funcionamiento interno de los totalitarismos. Sin embargo, hasta ahora sólo se ha dedicado a buscar revelaciones escandalosas sobre personas que luego se demostró eran inocentes.
La semana pasada se vivió en Praga, desde donde escribo este artículo, un ambiente febril. El artículo dividió a los checos en dos mitades, según creyeran o no en la inocencia de Kundera. Y quién sabe cómo hubiera acabado todo a no ser por el testimonio de Pesat, al que se añade hoy un texto de Václav Havel, publicado en la misma revista Respekt, quien desde un profundo conocimiento y comprensión de las condiciones de vida bajo un régimen totalitario, exculpa a Kundera. Por su contundencia, el texto del ex presidente checo debería poner punto y final al asunto.
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