jueves, noviembre 06, 2008

¿Por qué Barack Obama?

Por Richard Holbrooke, ex embajador de EE UU en la ONU y negociador del Acuerdo de Paz de Dayton que en 1995 acabó con la guerra de Bosnia. © Project Syndicate, 2008. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 04/11/08):

El vencedor de la elección presidencial estadounidense de hoy heredará una tormenta perfecta de problemas, tanto económicos como internacionales. Tendrá que afrontar el inicio de mandato más difícil desde -y lo digo con toda seriedad- el hombre que salvó la Unión, Abraham Lincoln. Aunque quizá sea más instructivo el precedente de 1933, cuando Franklin D. Roosevelt supo ofrecer una retórica llena de inspiración y una voluntad de “experimentos audaces” a un país que se enfrentaba a la quiebra económica y el derrumbe de la confianza de la población.

Para mí, la elección es sencilla, y no sólo porque soy, por temperamento y por historia, demócrata. La larga e intensa campaña política ha dejado al descubierto enormes diferencias entre las posiciones, los estilos y las cualidades personales de los dos candidatos a la Casa Blanca. Y la conclusión parece clara.

Buen juicio. John McCain ha mostrado, a lo largo de su carrera, una tendencia a correr riesgos; en sus memorias, presume de que le gusta apostar. Su elección, para acompañarle en la candidatura, de Sarah Palin, una aspirante carismática pero espectacularmente incompetente, no es más que la más llamativa de las muchas muestras del verdadero McCain. Su valor en el combate prueba que es patriota, valiente y duro, pero, a lo largo de su carrera política, ha demostrado una y otra vez tener una penosa falta de buen juicio.

Barack Obama también es duro, pero en otro sentido. Hay que ser conscientes de lo difícil que ha sido su trayectoria hasta llegar, contra todo pronóstico, tan cerca de la presidencia. Pero, si McCain es impulsivo y emocional, Obama es tranquilo y sereno. Juzga las situaciones con calma y de manera metódica. La impulsividad de McCain es anatema para Obama, y con razón; no se puede jugar a los dados con la historia. Como he visto a tantos dirigentes políticos flaquear cuando sufrían presiones, la sangre fría es la cualidad que más valoro en ese oficio. Y Barack Obama la tiene.

La economía. La primera prioridad del nuevo presidente de Estados Unidos será la economía y la crisis financiera. Desde que estalló la crisis, Obama se ha mostrado tranquilo e incluso presidencial. Consultó con el mejor equipo de asesores del país, sopesó con cuidado cada vía de actuación y luego hizo una serie de declaraciones precisas y serenas. Mientras tanto, McCain ha andado extrañamente a la deriva, con declaraciones contradictorias, “suspendiendo” su campaña (aunque seguía haciendo campaña) y pidiendo que se cancelara el primer debate (que, vistas las circunstancias, era todavía más necesario). Ventaja, pues, para Obama.

Política exterior. Las discre-pancias más explícitas entre los dos candidatos son las relativas a Irak, Irán y Rusia. Pero existen diferencias más profundas. Las posiciones de McCain, con la notable excepción del cambio climático, sugieren que, de alcanzar la Casa Blanca, se limitaría a continuar la política de George W. Bush, salvo que con más eficacia. Obama, por el contrario, ofrece un enfoque distinto de la política exterior.

Al iniciar la retirada de tropas de Irak, Obama cambiaría la imagen y la estrategia de Estados Unidos de manera inmediata. Al entablar negociaciones con Irán en las que no sólo se hablaría de la cuestión nuclear sino también de otros aspectos en los que Teherán juega un papel desestabilizador en la región, podría o bien llegar a acuerdos que redujesen el peligro que Irán representa, o bien movilizar una coalición internacional más fuerte, capaz de aislar a los iraníes. En cualquier caso, negociar con Irán es la política adecuada, y cuesta comprender por qué Bush y McCain han seguido resistiéndose a ese cambio de rumbo tan evidente que, si se llevase a cabo con firmeza, no pondría en peligro la seguridad de Estados Unidos ni de Israel.

Respecto a Rusia, desde la invasión de Georgia, Obama y su candidato a la vicepresidencia, Joe Biden (que fue el primer miembro del Congreso que visitó Georgia tras la agresión) hacen hincapié en la necesidad de ayudar a Georgia a reconstruir su economía y mantener su independencia ante una campaña constante de Rusia en su contra. McCain, por el contrario, quiere castigar a Rusia con medidas como su expulsión del G-8.

Es posible que, al final, esas medidas sean necesarias, pero no ayudarán a Georgia a sobrevivir como democracia independiente. Además, incluso después de la indignación por lo ocurrido, existen temas de interés común -como la energía, el cambio climático e Irán- en los que Occidente y el Kremlin debe cooperar. Era así ya durante la guerra fría y sigue siendo así hoy. Pero no parece que McCain lo comprenda.

Liderazgo. Al final, todas las elecciones presidenciales se reducen a los elementos intangibles del liderazgo. La elección de un presidente es una especie de contrato privado directo entre cada votante y el candidato que prefiere. ¿A quién quiere ver en la pantalla de su televisor durante los próximos cuatro años? ¿En manos de quién quiere depositar el destino del país?

Una vez más, los distintos estilos de Obama y McCain ofrecen una clara alternativa entre un hombre tranquilo y que inspira confianza y otro que se deja llevar por las emociones, entre un cambio fundamental en el rumbo del país y otro que no es un cambio o no es tan grande, entre un estilo conciliador y otro más combativo.

Eficacia. Por último, en un año en el que los demócratas, con toda seguridad, van a incrementar su mayoría en ambas cámaras del Congreso de Estados Unidos, una victoria de Obama les ofrecería el control de los brazos legislativo y ejecutivo del Gobierno por primera vez desde 1994 y, con ello, la posibilidad de sacar adelante leyes tras años de punto muerto. Después de tanto tiempo de polarización en casa y unilateralismo en el extranjero, está claro a quién hay que elegir como presidente.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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