Por Carlos D. Mesa Gisbert, ex presidente de Bolivia (EL PAÍS, 19/05/09):
La América Andina ha vivido una particular historia de convulsión en las últimas décadas. Violencia brutal en el Perú con la presencia de Sendero Luminoso y una sangrienta guerra interna. Interminable e implacable confrontación entre Estado y FARC en Colombia, en lo que se ha convertido en espantosa rutina. Inestabilidad recurrente en Ecuador y Bolivia con el surgimiento de poderosos movimientos sociales. Desmoronamiento de una envilecida democracia bipartidaria de Venezuela.
Son episodios que pusieron patas arriba todo el andamiaje y la concepción de democracia en la región. Por eso, los pueblos andinos demandaron de modo casi unánime el cambio. Fue sobre el caballo del cambio que montaron varios de sus líderes devenidos en presidentes.
Hugo Chávez ha cumplido ya diez años al mando de Venezuela y se presentará a las próximas elecciones. En Colombia, Álvaro Uribe se acerca a su séptimo año de Gobierno y probablemente será candidato para un tercer periodo. Rafael Correa, tras dos años de gobierno, ha sido reelegido en el Ecuador por un periodo de cuatro años con opción de otro más. Evo Morales aspira a ganar un segundo mandato de cinco años, tras casi cuatro como presidente de Bolivia. Sólo el Perú mantiene la limitación a la reelección inmediata, aunque abre la opción de una reelección pasado un periodo; es el caso de Alan García que gobernó entre 1985 y 1990 y lleva casi tres años de su segundo mandato.
La respuesta a la crisis política en tres de las cinco naciones, Venezuela, Ecuador y Bolivia, fue la receta del caudillismo apoyada en un discurso de descalificación del pasado tildado genéricamente como “neoliberal”, repudio del sistema de partidos colapsado por el descrédito y cuestionamiento de la vieja democracia, acusada de haber sido instrumento de las élites. En esa lógica, lo que se hizo fue proponer la refundación de la nación (una vez más).
Para hacerla, aprobaron nuevas constituciones, que buscan revolver y cambiarlo todo y que señalan la tierra prometida bajo la premisa de la inclusión, la participación y el control social. El pueblo en el poder. Pero, ojo, siempre que el mediador de ese poder sea inexcusablemente el líder que encarna al Estado.
No son procesos idénticos. Cada quien de acuerdo a sus posibilidades y su circunstancia. Chávez busca un liderazgo continental, llave entre el mito revolucionario de Fidel Castro y las nuevas generaciones. Correa, algo más pragmático, no ha roto lanzas con la idea de modernidad, pero siempre como parte de un discurso revolucionario. Morales en el contexto del país con mayor presencia indígena del continente, salta al vacío y funda la nación de naciones (36, entre las que no se cuenta el 55% de la población no indígena) y decide el aislacionismo en política exterior. En los tres se afirma cada vez más el discurso estatista y la adscripción al socialismo. Morales por ejemplo, se ha declarado hace muy poco seguidor de Marx y Lenin.
La otra cara de la moneda parece Colombia. Uribe suscribe sin dudar el liberalismo económico, la apertura al capital externo y la inserción plena de su país a la globalización, apoyado en una campaña en blancos y negros contra las FARC.
Pero la distancia es aparente. Los ingredientes que unen a los cuatro presidentes son: la dramática polarización de la sociedad, el populismo, la desinstitucionalización que ha dado pie a la sumisión de todos los poderes del Estado al Ejecutivo y la idea mesiánica de que sólo ellos como personas pueden llevar adelante el cambio.
¿Por qué Perú no ha seguido esta ruta? Porque aún está bajo el efecto de la vacuna Fujimori. Perú vivió ya esa experiencia de democracia populista autoritaria (perdón por la contradicción en los términos) que concluyó de modo traumático. Aunque nada garantiza que en las próximas elecciones no se vuelva a ensayar la fórmula, sea desde el fujimorismo, sea desde el ala de Ollanta Umala.
La pregunta obvia es ¿se puede construir la democracia bajo gobiernos que eliminan la alternancia en la presidencia, que destruyen la independencia de poderes y que pretenden copar la totalidad del espacio político? No se requiere mirada de lince para otear en el horizonte los colores del autoritarismo y el riesgo de un nuevo tipo de dictadura, mucho más sofisticada que las de los militares de los años setenta del siglo pasado. Bajo el delicado paño democrático, se cierne el gran hermano (el de Orwell, claro). Enfrentar este fenómeno es más complejo, precisamente por ese delicado paño.
La premisa de que el poder total corrompe totalmente, sigue vigente. El hecho de que una parte de los pueblos andinos crea que ese es el camino correcto, sólo demuestra que la pobreza es un enemigo feroz y que a pesar de su sustancial reducción en los últimos 20 años, está muy lejos de ser suficiente.
Y en ese tema, lo que no hicieron los “neoliberales”, tampoco lo están haciendo los “revolucionarios del siglo XXI”. Es entendible por ello que estos cantos de sirena (más seductores que los anteriores) sean todavía escuchados. A fin de cuentas, la esperanza es lo último que se pierde.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La América Andina ha vivido una particular historia de convulsión en las últimas décadas. Violencia brutal en el Perú con la presencia de Sendero Luminoso y una sangrienta guerra interna. Interminable e implacable confrontación entre Estado y FARC en Colombia, en lo que se ha convertido en espantosa rutina. Inestabilidad recurrente en Ecuador y Bolivia con el surgimiento de poderosos movimientos sociales. Desmoronamiento de una envilecida democracia bipartidaria de Venezuela.
Son episodios que pusieron patas arriba todo el andamiaje y la concepción de democracia en la región. Por eso, los pueblos andinos demandaron de modo casi unánime el cambio. Fue sobre el caballo del cambio que montaron varios de sus líderes devenidos en presidentes.
Hugo Chávez ha cumplido ya diez años al mando de Venezuela y se presentará a las próximas elecciones. En Colombia, Álvaro Uribe se acerca a su séptimo año de Gobierno y probablemente será candidato para un tercer periodo. Rafael Correa, tras dos años de gobierno, ha sido reelegido en el Ecuador por un periodo de cuatro años con opción de otro más. Evo Morales aspira a ganar un segundo mandato de cinco años, tras casi cuatro como presidente de Bolivia. Sólo el Perú mantiene la limitación a la reelección inmediata, aunque abre la opción de una reelección pasado un periodo; es el caso de Alan García que gobernó entre 1985 y 1990 y lleva casi tres años de su segundo mandato.
La respuesta a la crisis política en tres de las cinco naciones, Venezuela, Ecuador y Bolivia, fue la receta del caudillismo apoyada en un discurso de descalificación del pasado tildado genéricamente como “neoliberal”, repudio del sistema de partidos colapsado por el descrédito y cuestionamiento de la vieja democracia, acusada de haber sido instrumento de las élites. En esa lógica, lo que se hizo fue proponer la refundación de la nación (una vez más).
Para hacerla, aprobaron nuevas constituciones, que buscan revolver y cambiarlo todo y que señalan la tierra prometida bajo la premisa de la inclusión, la participación y el control social. El pueblo en el poder. Pero, ojo, siempre que el mediador de ese poder sea inexcusablemente el líder que encarna al Estado.
No son procesos idénticos. Cada quien de acuerdo a sus posibilidades y su circunstancia. Chávez busca un liderazgo continental, llave entre el mito revolucionario de Fidel Castro y las nuevas generaciones. Correa, algo más pragmático, no ha roto lanzas con la idea de modernidad, pero siempre como parte de un discurso revolucionario. Morales en el contexto del país con mayor presencia indígena del continente, salta al vacío y funda la nación de naciones (36, entre las que no se cuenta el 55% de la población no indígena) y decide el aislacionismo en política exterior. En los tres se afirma cada vez más el discurso estatista y la adscripción al socialismo. Morales por ejemplo, se ha declarado hace muy poco seguidor de Marx y Lenin.
La otra cara de la moneda parece Colombia. Uribe suscribe sin dudar el liberalismo económico, la apertura al capital externo y la inserción plena de su país a la globalización, apoyado en una campaña en blancos y negros contra las FARC.
Pero la distancia es aparente. Los ingredientes que unen a los cuatro presidentes son: la dramática polarización de la sociedad, el populismo, la desinstitucionalización que ha dado pie a la sumisión de todos los poderes del Estado al Ejecutivo y la idea mesiánica de que sólo ellos como personas pueden llevar adelante el cambio.
¿Por qué Perú no ha seguido esta ruta? Porque aún está bajo el efecto de la vacuna Fujimori. Perú vivió ya esa experiencia de democracia populista autoritaria (perdón por la contradicción en los términos) que concluyó de modo traumático. Aunque nada garantiza que en las próximas elecciones no se vuelva a ensayar la fórmula, sea desde el fujimorismo, sea desde el ala de Ollanta Umala.
La pregunta obvia es ¿se puede construir la democracia bajo gobiernos que eliminan la alternancia en la presidencia, que destruyen la independencia de poderes y que pretenden copar la totalidad del espacio político? No se requiere mirada de lince para otear en el horizonte los colores del autoritarismo y el riesgo de un nuevo tipo de dictadura, mucho más sofisticada que las de los militares de los años setenta del siglo pasado. Bajo el delicado paño democrático, se cierne el gran hermano (el de Orwell, claro). Enfrentar este fenómeno es más complejo, precisamente por ese delicado paño.
La premisa de que el poder total corrompe totalmente, sigue vigente. El hecho de que una parte de los pueblos andinos crea que ese es el camino correcto, sólo demuestra que la pobreza es un enemigo feroz y que a pesar de su sustancial reducción en los últimos 20 años, está muy lejos de ser suficiente.
Y en ese tema, lo que no hicieron los “neoliberales”, tampoco lo están haciendo los “revolucionarios del siglo XXI”. Es entendible por ello que estos cantos de sirena (más seductores que los anteriores) sean todavía escuchados. A fin de cuentas, la esperanza es lo último que se pierde.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario