Por Carlos Fuentes, escritor mexicano (EL PAÍS, 10/05/09):
¡Qué horror! -editorializa el New York Times-: Barack Obama le dio la mano -¡la mano!- a Hugo Chávez.
¡Dios mío! -exclaman los conservadores norteamericanos-: Barack Obama ha abierto la puerta a una relación distinta con Cuba. ¡Con Cuba!
¡Santo cielo!: Barack Obama ha establecido el carácter bilateral de la problemática entre México y los Estados Unidos. ¡Pero si México es un “Estado fallido”!
Todas estas reacciones a la nueva política hemisférica del presidente Obama revelan el anacronismo de posturas congeladas en la etapa de la Guerra Fría y exacerbadas por el maniqueísmo militante de la presidencia Bush-Cheney.
Hay un elemento maniqueo en la cultura norteamericana que requiere la identificación del “malo” para que Estados Unidos juegue, a satisfacción, el papel del “bueno”. Las películas de vaqueros ilustran esta disposición. Los “malos” usan sombrero negro. Los “buenos”, sombrero blanco.
Semejante simplismo moral oculta una compleja trama de poder. La máscara ética disfraza una red de intereses políticos, económicos y personales inconfesables.
De la presidencia de Ronald Reagan para acá, el mercado fue consagrado a expensas del Estado. El Gobierno era el problema. El mercado, la solución. Los intentos de Carter y Clinton por corregir esta percepción fueron avasallados por intereses en ascenso triunfal.
Cuando éstos, al cabo, hicieron crisis después de los ocho años de Bush hijo, se vio claramente que el mercado sin ley desembocaba en la ley sin mercado. Descenso de impuestos. Ascenso de gasto militar. Deterioro de las infraestructuras. Pillajes financieros. Bancos con más papel que dinero. Una peligrosa ruleta hipotecaria.
La crisis era inevitable. La heredó el presidente Obama y las soluciones no son fáciles. Pero Obama también heredó una situación internacional de enfrentamientos innecesarios y encendida retórica.
Si Irán y Corea del Norte eran consignadas al “eje del mal”, se adecuarían al papel que les daba Washington. Si Cuba era tratada eternamente como satélite de una desaparecida Unión Soviética, Cuba no merecería el buen trato reservado a los enemigos de antaño, China y Vietnam. Y si Hugo Chávez disfrazaba sus quebrantos internos con un vociferante anti-yanquismo, Washington le haría el favor de corresponderle con políticas que asociaban a Bolivia, Ecuador y Nicaragua con la estridencia chavista. O sea, como dicen los argentinos, la chancha y los veintes.
Barack Obama no se siente obligado a proseguir estas políticas fracasadas. Ha recordado que él tenía dos años de edad durante la crisis de los misiles en Cuba. Él representa a una nueva generación de norteamericanos que quiere mirar hacia delante, no hacia atrás. No quiere ser estatua de sal, prisionero de las Sodomas y Gomorras de los pasados 60 años.
Quiere, en cambio, abrir una nueva perspectiva que no desdeñe los peligros pero que tampoco desprecie las oportunidades. Obama puede darle la mano a Chávez antes de que Chávez tome una desafortunada iniciativa.
Obama puede recordar que la Fuerza Armada de Venezuela es 600.000 veces menor que la de Estados Unidos. O como decimos en México, ¿para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo? Chávez y su retórica se evaporan, así, ante la realidad concreta de Venezuela: ¿cómo resolverá la nación venezolana sus problemas propios, sin atribuirlos al imperialismo americano?
Si mi información es correcta, los pasos dados para la distensión entre Cuba y Estados Unidos están programados desde el inicio de la Administración Obama. Cada una de las partes -La Habana y Washington- va haciendo pequeñas concesiones y gestos recíprocos para llegar, tan sólo, a un modus vivendi lejano, todavía, de una plena reanudación de relaciones.
Los pasos a dar son muchísimos y no son fáciles: seis décadas de enemistad y mutuas acusaciones no se borran de la noche a la mañana, y queda un obstáculo mayor: la Carta de la OEA exige que sus miembros sean producto de elecciones democráticas. Yo no creo que Cuba, por ahora, pueda ir más allá del “capitalismo autoritario” del modelo chino.
La gran mayoría de los países reunidos en Trinidad y Tobago se mostró complacida por este cambio político que adecua la posición de Estados Unidos y de la mayor parte de los gobiernos del hemisferio. Ello no significa que de aquí en adelante todo será, como dicen los norteamericanos, “vino y rosas”. Siempre habrá problemas. Lo que habrá cambiado será la manera de preverlos, aceptarlos y solucionarlos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
¡Qué horror! -editorializa el New York Times-: Barack Obama le dio la mano -¡la mano!- a Hugo Chávez.
¡Dios mío! -exclaman los conservadores norteamericanos-: Barack Obama ha abierto la puerta a una relación distinta con Cuba. ¡Con Cuba!
¡Santo cielo!: Barack Obama ha establecido el carácter bilateral de la problemática entre México y los Estados Unidos. ¡Pero si México es un “Estado fallido”!
Todas estas reacciones a la nueva política hemisférica del presidente Obama revelan el anacronismo de posturas congeladas en la etapa de la Guerra Fría y exacerbadas por el maniqueísmo militante de la presidencia Bush-Cheney.
Hay un elemento maniqueo en la cultura norteamericana que requiere la identificación del “malo” para que Estados Unidos juegue, a satisfacción, el papel del “bueno”. Las películas de vaqueros ilustran esta disposición. Los “malos” usan sombrero negro. Los “buenos”, sombrero blanco.
Semejante simplismo moral oculta una compleja trama de poder. La máscara ética disfraza una red de intereses políticos, económicos y personales inconfesables.
De la presidencia de Ronald Reagan para acá, el mercado fue consagrado a expensas del Estado. El Gobierno era el problema. El mercado, la solución. Los intentos de Carter y Clinton por corregir esta percepción fueron avasallados por intereses en ascenso triunfal.
Cuando éstos, al cabo, hicieron crisis después de los ocho años de Bush hijo, se vio claramente que el mercado sin ley desembocaba en la ley sin mercado. Descenso de impuestos. Ascenso de gasto militar. Deterioro de las infraestructuras. Pillajes financieros. Bancos con más papel que dinero. Una peligrosa ruleta hipotecaria.
La crisis era inevitable. La heredó el presidente Obama y las soluciones no son fáciles. Pero Obama también heredó una situación internacional de enfrentamientos innecesarios y encendida retórica.
Si Irán y Corea del Norte eran consignadas al “eje del mal”, se adecuarían al papel que les daba Washington. Si Cuba era tratada eternamente como satélite de una desaparecida Unión Soviética, Cuba no merecería el buen trato reservado a los enemigos de antaño, China y Vietnam. Y si Hugo Chávez disfrazaba sus quebrantos internos con un vociferante anti-yanquismo, Washington le haría el favor de corresponderle con políticas que asociaban a Bolivia, Ecuador y Nicaragua con la estridencia chavista. O sea, como dicen los argentinos, la chancha y los veintes.
Barack Obama no se siente obligado a proseguir estas políticas fracasadas. Ha recordado que él tenía dos años de edad durante la crisis de los misiles en Cuba. Él representa a una nueva generación de norteamericanos que quiere mirar hacia delante, no hacia atrás. No quiere ser estatua de sal, prisionero de las Sodomas y Gomorras de los pasados 60 años.
Quiere, en cambio, abrir una nueva perspectiva que no desdeñe los peligros pero que tampoco desprecie las oportunidades. Obama puede darle la mano a Chávez antes de que Chávez tome una desafortunada iniciativa.
Obama puede recordar que la Fuerza Armada de Venezuela es 600.000 veces menor que la de Estados Unidos. O como decimos en México, ¿para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo? Chávez y su retórica se evaporan, así, ante la realidad concreta de Venezuela: ¿cómo resolverá la nación venezolana sus problemas propios, sin atribuirlos al imperialismo americano?
Si mi información es correcta, los pasos dados para la distensión entre Cuba y Estados Unidos están programados desde el inicio de la Administración Obama. Cada una de las partes -La Habana y Washington- va haciendo pequeñas concesiones y gestos recíprocos para llegar, tan sólo, a un modus vivendi lejano, todavía, de una plena reanudación de relaciones.
Los pasos a dar son muchísimos y no son fáciles: seis décadas de enemistad y mutuas acusaciones no se borran de la noche a la mañana, y queda un obstáculo mayor: la Carta de la OEA exige que sus miembros sean producto de elecciones democráticas. Yo no creo que Cuba, por ahora, pueda ir más allá del “capitalismo autoritario” del modelo chino.
La gran mayoría de los países reunidos en Trinidad y Tobago se mostró complacida por este cambio político que adecua la posición de Estados Unidos y de la mayor parte de los gobiernos del hemisferio. Ello no significa que de aquí en adelante todo será, como dicen los norteamericanos, “vino y rosas”. Siempre habrá problemas. Lo que habrá cambiado será la manera de preverlos, aceptarlos y solucionarlos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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