Por Andrea Greppi, profesor de Filosofía de la Universidad Carlos III de Madrid (EL CORREO DIGITAL, 10/05/09):
La Prensa italiana ha dado el relieve que se merece al hecho de que la popularidad de Silvio Berlusconi haya alcanzado la cota del 75%. Un récord mundial, subraya el protagonista del dato, que supera con creces el 59% de Obama y deja muy atrás a Lula, el segundo clasificado en esta peculiar competición, que no llega al 70%. Berlusconi es el prototipo del líder mediático y de eso depende su éxito. Veamos qué es lo que hace de Berlusconi un líder mediático.
El líder mediático es capaz de interpretar antes que nadie las reacciones del hombre de la calle y las representa con gestos que los medios pueden reproducir con facilidad y rapidez. Vigila en tiempo real los humores de la opinión, responde a sus reacciones y la interpela de forma directa. En esto, hay una parte de intuición e improvisación y una parte de cálculo.
El líder mediático establece una conexión mágica entre la normalidad del país y las vicisitudes públicas y privadas del líder político. Cultiva y explota esta identificación y los medios la reflejan y la amplifican. Una simbiosis ficticia, dirán algunos, pero real como la vida misma.
El líder mediático penetra en la opinión porque logra presentarse como un líder ‘normal’. Refleja aquello que cualquier ciudadano normal podría hacer y decir, hipotéticamente, si fuera ‘como Berlusconi’, si estuviera en su lugar. Eso es lo que hace posible la identificación. Y lo curioso del asunto, lo que cierra el círculo y blinda el liderazgo, es que la trayectoria del personaje no tiene nada de normal. De forma paradójica, el elector proyecta la normalidad cotidiana sobre la excepcionalidad del líder.
Pero en el pecado lleva la penitencia. Aquello que hace fuerte al líder es también el veneno que le desgasta. El líder mediático está condenado a alimentar sin cesar el personaje que ha creado. Y eso le hace frágil. Está blindado frente al discurso de los líderes que esgrimen actitudes y razones ineficaces en el plano mediático, pero es extremadamente sensible a los ataques que provienen de su mismo medio. Por eso, en los últimos días, el anuncio de la separación de su esposa ha hecho saltar todas las alarmas en el entorno de Berlusconi, a pesar de su elevadísima cota de popularidad, o precisamente debido a ella. Tanta exposición es peligrosa, porque cuanto más alta es la cima, más dura es la caída.
El modo en que su esposa, Verónica Lario, ha hablado de la degradación moral de una nación que es capaz de vender a sus hijas a cambio del éxito, aludiendo no sólo a las sórdidas circunstancias que han rodeado el episodio de la joven napolitana que (al parecer) le llamaba ‘papi’, desafía el ánimo de los más profundos caladeros electorales de Berlusconi. Ataca a la línea de flotación de su imagen pública. Y su respuesta ha sido presentarse al día siguiente en televisión, tomar la palabra en primera persona mostrando en público el despecho hacia su esposa, antes de que el efecto político de las palabras de esta última llegara a sedimentarse en la opinión pública.
Esta necesidad de respuesta inmediata es un rasgo típico del líder mediático, condenado a alimentar sin cesar su popularidad. Si el carisma del líder es percibido como excepcional, no hay más remedio que demostrar a cada instante que realmente lo es. El líder mediático no tiene más remedio que ser ubicuo, tiene que estar omnipresente.
Y no basta con aparecer en las pantallas, sin más. Hay que conseguir que su presencia se asocie al territorio, a los problemas, a las emergencias, a las ocasiones señaladas de la vida de cualquiera. Debe aparecer allí donde se le necesita, debe estar próximo. El mensaje que mejor llega es el que presenta al líder en acción. Su agenda es la actualidad. Así, por ejemplo, con ocasión del reciente terremoto, Berlusconi no ha dudado en poner a disposición de las víctimas tres casas de su propiedad (privada). A cada caso, y a cada protesta, una respuesta, multiplicada en cada televisión.
El líder mediático ha de estar presente también en el debate público, ha de tener siempre un hueco en la agenda. No hace muchas semanas, Berlusconi desplegaba un esfuerzo muy considerable para escenificar el nacimiento de su nueva formación política, el ‘Popolo della libertà’, suma de las fuerzas aglutinadas en torno a su figura. Un movimiento y no un partido, según las declaraciones programáticas, una fuerza positiva, una energía constructiva, que encarna y aspira a difundir una conciencia moral común a la nación, por el bien y el interés del pueblo. Era un intento evidente de rearme ideológico, destinado a movilizar el espacio y despejar el camino para el próximo desafío: la reforma constitucional. El movimiento tiene que ser constante.
Una corriente de opinión de esta naturaleza acaba creando el vacío a su alrededor, porque nadie es capaz de correr tan rápido, de seguir la inercia. Y así, de paso, la figura del líder destaca más sobre el decorado vacío. La oposición queda fagocitada, absorbida por la presencia magnética de quien marca las reglas del juego, avalado por el favor de las encuestas. No hay rivales, ni en la izquierda ni en la derecha, porque todas las alternativas están obligadas a pelear en el terreno del contrario. Nadie sale a la palestra, porque no hay margen de éxito. Las disputas existentes son internas, se plantean y resuelven en privado, cara a cara con el líder, o comprometiendo su palabra, en un acto de pura confianza. Fuera de eso, no hay más que deslealtad y falta de sentido común.
Éstos son algunos rasgos de la política bajo el signo del líder mediático. La aparición de este tipo de líderes, su irrupción en el entramado constitucional, plantea un cambio de hondo calado en los cánones de la normalidad política. Es algo más que una mutación constitucional. Cuando aparece una figura así, desaparecen los filtros de la coherencia intelectual, la prudencia, el compromiso, que hacían posible el juego institucional en otro tiempo, cuando la política se encontraba todavía en el centro de la vida pública.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La Prensa italiana ha dado el relieve que se merece al hecho de que la popularidad de Silvio Berlusconi haya alcanzado la cota del 75%. Un récord mundial, subraya el protagonista del dato, que supera con creces el 59% de Obama y deja muy atrás a Lula, el segundo clasificado en esta peculiar competición, que no llega al 70%. Berlusconi es el prototipo del líder mediático y de eso depende su éxito. Veamos qué es lo que hace de Berlusconi un líder mediático.
El líder mediático es capaz de interpretar antes que nadie las reacciones del hombre de la calle y las representa con gestos que los medios pueden reproducir con facilidad y rapidez. Vigila en tiempo real los humores de la opinión, responde a sus reacciones y la interpela de forma directa. En esto, hay una parte de intuición e improvisación y una parte de cálculo.
El líder mediático establece una conexión mágica entre la normalidad del país y las vicisitudes públicas y privadas del líder político. Cultiva y explota esta identificación y los medios la reflejan y la amplifican. Una simbiosis ficticia, dirán algunos, pero real como la vida misma.
El líder mediático penetra en la opinión porque logra presentarse como un líder ‘normal’. Refleja aquello que cualquier ciudadano normal podría hacer y decir, hipotéticamente, si fuera ‘como Berlusconi’, si estuviera en su lugar. Eso es lo que hace posible la identificación. Y lo curioso del asunto, lo que cierra el círculo y blinda el liderazgo, es que la trayectoria del personaje no tiene nada de normal. De forma paradójica, el elector proyecta la normalidad cotidiana sobre la excepcionalidad del líder.
Pero en el pecado lleva la penitencia. Aquello que hace fuerte al líder es también el veneno que le desgasta. El líder mediático está condenado a alimentar sin cesar el personaje que ha creado. Y eso le hace frágil. Está blindado frente al discurso de los líderes que esgrimen actitudes y razones ineficaces en el plano mediático, pero es extremadamente sensible a los ataques que provienen de su mismo medio. Por eso, en los últimos días, el anuncio de la separación de su esposa ha hecho saltar todas las alarmas en el entorno de Berlusconi, a pesar de su elevadísima cota de popularidad, o precisamente debido a ella. Tanta exposición es peligrosa, porque cuanto más alta es la cima, más dura es la caída.
El modo en que su esposa, Verónica Lario, ha hablado de la degradación moral de una nación que es capaz de vender a sus hijas a cambio del éxito, aludiendo no sólo a las sórdidas circunstancias que han rodeado el episodio de la joven napolitana que (al parecer) le llamaba ‘papi’, desafía el ánimo de los más profundos caladeros electorales de Berlusconi. Ataca a la línea de flotación de su imagen pública. Y su respuesta ha sido presentarse al día siguiente en televisión, tomar la palabra en primera persona mostrando en público el despecho hacia su esposa, antes de que el efecto político de las palabras de esta última llegara a sedimentarse en la opinión pública.
Esta necesidad de respuesta inmediata es un rasgo típico del líder mediático, condenado a alimentar sin cesar su popularidad. Si el carisma del líder es percibido como excepcional, no hay más remedio que demostrar a cada instante que realmente lo es. El líder mediático no tiene más remedio que ser ubicuo, tiene que estar omnipresente.
Y no basta con aparecer en las pantallas, sin más. Hay que conseguir que su presencia se asocie al territorio, a los problemas, a las emergencias, a las ocasiones señaladas de la vida de cualquiera. Debe aparecer allí donde se le necesita, debe estar próximo. El mensaje que mejor llega es el que presenta al líder en acción. Su agenda es la actualidad. Así, por ejemplo, con ocasión del reciente terremoto, Berlusconi no ha dudado en poner a disposición de las víctimas tres casas de su propiedad (privada). A cada caso, y a cada protesta, una respuesta, multiplicada en cada televisión.
El líder mediático ha de estar presente también en el debate público, ha de tener siempre un hueco en la agenda. No hace muchas semanas, Berlusconi desplegaba un esfuerzo muy considerable para escenificar el nacimiento de su nueva formación política, el ‘Popolo della libertà’, suma de las fuerzas aglutinadas en torno a su figura. Un movimiento y no un partido, según las declaraciones programáticas, una fuerza positiva, una energía constructiva, que encarna y aspira a difundir una conciencia moral común a la nación, por el bien y el interés del pueblo. Era un intento evidente de rearme ideológico, destinado a movilizar el espacio y despejar el camino para el próximo desafío: la reforma constitucional. El movimiento tiene que ser constante.
Una corriente de opinión de esta naturaleza acaba creando el vacío a su alrededor, porque nadie es capaz de correr tan rápido, de seguir la inercia. Y así, de paso, la figura del líder destaca más sobre el decorado vacío. La oposición queda fagocitada, absorbida por la presencia magnética de quien marca las reglas del juego, avalado por el favor de las encuestas. No hay rivales, ni en la izquierda ni en la derecha, porque todas las alternativas están obligadas a pelear en el terreno del contrario. Nadie sale a la palestra, porque no hay margen de éxito. Las disputas existentes son internas, se plantean y resuelven en privado, cara a cara con el líder, o comprometiendo su palabra, en un acto de pura confianza. Fuera de eso, no hay más que deslealtad y falta de sentido común.
Éstos son algunos rasgos de la política bajo el signo del líder mediático. La aparición de este tipo de líderes, su irrupción en el entramado constitucional, plantea un cambio de hondo calado en los cánones de la normalidad política. Es algo más que una mutación constitucional. Cuando aparece una figura así, desaparecen los filtros de la coherencia intelectual, la prudencia, el compromiso, que hacían posible el juego institucional en otro tiempo, cuando la política se encontraba todavía en el centro de la vida pública.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario