Por Ian Gibson, escritor (EL PERIÓDICO, 08/05/09):
Guantánamo es solo la punta de iceberg de los abusos de un sistema penal y carcelario que significan una vergüenza para Estados Unidos y su pretensión de ser un país cristiano. El caso de Donny Johnson, que actualmente está acaparando la atención de algunos medios norteamericanos –ha salido al respecto, además, un importante artículo en Der Spiegel– lo demuestra de manera especialmente llamativa.
Nacido en 1960, Johnson fue condenado a cadena perpetua por su participación en un asesinato a los 18 años y bajo los efectos de droga. No se tomaron en cuenta, al parecer, su infancia y juventud especialmente desfavorables. Preso desde entonces en la cárcel estatal de Pelican Bay, en California –que alberga una de las poblaciones de reclusos más violentas del país–, lleva casi 20 años totalmente aislado en una celda de castigo que mide 8×12 pies. Una celda de cemento que ni ofrece el consuelo de una ventana. No le dejan ver a los otros presos ni mucho menos hablar con ellos. Le pasan la comida a través de una ranura en la puerta. Durante todo este tiempo no ha podido tocar a nadie, ni a su propia madre, con quien tiene que hablar por un telefonillo a través de una vitrina de pérspex espeso. En su libro Donny: la vida de un condenado a cadena perpetua, escrito en el 2001, manifestó que la falta de estimulación sensorial y de contacto humano era, sencillamente, una variante de tortura. “Daría mi brazo derecho por poder abrazar a mi madre”, dijo. Cuesta trabajo imaginar tanta crueldad.
Allí sigue todavía, ocho años después. ¿Le dejan salir a un patio una vez a la semana, o al mes, para sentir el sol en la cara, o la lluvia, y quizá escuchar el canto de un pájaro, como si fuera el preso, moro o cristiano, de un antiguo romance español? En absoluto: un breve deambular por un oscuro pasillo interior es el único recreo, el único solaz, que le otorga el sistema.
Es verdad que tan desmedido castigo, añadido a la condena original, se debe a que, después de nueve años en prisión, Johnson arremetió contra dos guardias con una navaja. Llevado otra vez a juicio, alegó que se había confundido momentáneamente, imaginando que le atacaban otros presidiarios, y que su reacción fue un equivocado conato de defensa propia. Quizá no mentía, pero de todas maneras no se aceptó su versión de los hechos y se le impuso la vitalicia celda de castigo.
LO INSÓLITO del caso es que, gracias al interés de un ser humano excepcional llamado Steve Kurtz, que a través de una larguísima e intensa relación epistolar con Johnson logró insuflarle el amor al arte y a la lectura (desde Shakespeare a Jung y Primo Levi), la víctima ha desarrollado un insospechado talento para la pintura y una lucidez intelectual que no solo le han transformado como persona, sino que le están catapultando a la celebridad. Y no es que el presidio de Pelican Bay se lo haya puesto fácil, desde luego. Dignos sucesores de quienes en su momento humillaron a Oscar Wilde, no le han facilitado ni instrumentos, ni pintura, ni papel, ni mucho menos lienzos. Tuvo que ingeniárselas para fabricar sus propios pinceles con pelos de su cabeza; utilizar, en vez de pigmentos, una solución a base de caramelos de la marca M&M; y echar mano, como soporte, a lo único que allí había: las tarjetas postales que se vendían (¡sin ilustraciones, claro!) en la tienda de la cárcel.
Los resultados conseguidos con medios tan pobres, pero tan imaginativos, se pueden apreciar en internet con solo googlear el nombre del preso y luego abrir su web oficial. Son de verdad fantásticos. Siempre sabíamos que hay artistas que, si no exteriorizan lo que sienten, se mueren, se suicidan, se hunden. Lo ocurrido con Johnson demuestra que incluso en las peores condiciones la creatividad puede conseguir que por lo menos valga la pena continuar luchando y esperando. Sus cuadros, que ahora se exponen y se cotizan, reflejan claramente, ha dicho un crítico, la agudísima privación sensorial lamentada por el recluso en su libro. Para otros, trasmiten nostalgia, anhelo de libertad, locura. Lo que a mí me llama sobre todo la atención –solo he visto las reproducciones de la red– es su energía, su intenso colorido, su variedad y la sutileza de las formas.
EL PRESIDENTE Obama ha iniciado el desmantelamiento del ignominioso, del oprobioso, Abú Ghraib antillano, expresión del ojo por ojo bíblico en versión Bush Junior (muchas veces he pensando que el problema con el cristianismo es que, pese a sus afirmaciones al contrario, no ha podido liberarse del Viejo Testamento). Esperemos que sea el primer paso para que Estados Unidos rechace ahora tajantemente el desprecio de los derechos humanos de la era anterior, y vuelva a ser un país magnánimo y dialogante. Queda mucho por hacer, desde luego, empezando con la pena de muerte y siguiendo con las otras muchas crueldades de un sistema penitenciario simbolizado por la infame celda de castigo de Donny Johnson. Entre tanto, este pintor encarcelado está robusteciendo la fe de quienes queremos creer en el poder redentor del arte. “Amo el mito, el caos y el espacio”, ha dicho hace poco. Parece, de verdad, un hombre nuevo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Guantánamo es solo la punta de iceberg de los abusos de un sistema penal y carcelario que significan una vergüenza para Estados Unidos y su pretensión de ser un país cristiano. El caso de Donny Johnson, que actualmente está acaparando la atención de algunos medios norteamericanos –ha salido al respecto, además, un importante artículo en Der Spiegel– lo demuestra de manera especialmente llamativa.
Nacido en 1960, Johnson fue condenado a cadena perpetua por su participación en un asesinato a los 18 años y bajo los efectos de droga. No se tomaron en cuenta, al parecer, su infancia y juventud especialmente desfavorables. Preso desde entonces en la cárcel estatal de Pelican Bay, en California –que alberga una de las poblaciones de reclusos más violentas del país–, lleva casi 20 años totalmente aislado en una celda de castigo que mide 8×12 pies. Una celda de cemento que ni ofrece el consuelo de una ventana. No le dejan ver a los otros presos ni mucho menos hablar con ellos. Le pasan la comida a través de una ranura en la puerta. Durante todo este tiempo no ha podido tocar a nadie, ni a su propia madre, con quien tiene que hablar por un telefonillo a través de una vitrina de pérspex espeso. En su libro Donny: la vida de un condenado a cadena perpetua, escrito en el 2001, manifestó que la falta de estimulación sensorial y de contacto humano era, sencillamente, una variante de tortura. “Daría mi brazo derecho por poder abrazar a mi madre”, dijo. Cuesta trabajo imaginar tanta crueldad.
Allí sigue todavía, ocho años después. ¿Le dejan salir a un patio una vez a la semana, o al mes, para sentir el sol en la cara, o la lluvia, y quizá escuchar el canto de un pájaro, como si fuera el preso, moro o cristiano, de un antiguo romance español? En absoluto: un breve deambular por un oscuro pasillo interior es el único recreo, el único solaz, que le otorga el sistema.
Es verdad que tan desmedido castigo, añadido a la condena original, se debe a que, después de nueve años en prisión, Johnson arremetió contra dos guardias con una navaja. Llevado otra vez a juicio, alegó que se había confundido momentáneamente, imaginando que le atacaban otros presidiarios, y que su reacción fue un equivocado conato de defensa propia. Quizá no mentía, pero de todas maneras no se aceptó su versión de los hechos y se le impuso la vitalicia celda de castigo.
LO INSÓLITO del caso es que, gracias al interés de un ser humano excepcional llamado Steve Kurtz, que a través de una larguísima e intensa relación epistolar con Johnson logró insuflarle el amor al arte y a la lectura (desde Shakespeare a Jung y Primo Levi), la víctima ha desarrollado un insospechado talento para la pintura y una lucidez intelectual que no solo le han transformado como persona, sino que le están catapultando a la celebridad. Y no es que el presidio de Pelican Bay se lo haya puesto fácil, desde luego. Dignos sucesores de quienes en su momento humillaron a Oscar Wilde, no le han facilitado ni instrumentos, ni pintura, ni papel, ni mucho menos lienzos. Tuvo que ingeniárselas para fabricar sus propios pinceles con pelos de su cabeza; utilizar, en vez de pigmentos, una solución a base de caramelos de la marca M&M; y echar mano, como soporte, a lo único que allí había: las tarjetas postales que se vendían (¡sin ilustraciones, claro!) en la tienda de la cárcel.
Los resultados conseguidos con medios tan pobres, pero tan imaginativos, se pueden apreciar en internet con solo googlear el nombre del preso y luego abrir su web oficial. Son de verdad fantásticos. Siempre sabíamos que hay artistas que, si no exteriorizan lo que sienten, se mueren, se suicidan, se hunden. Lo ocurrido con Johnson demuestra que incluso en las peores condiciones la creatividad puede conseguir que por lo menos valga la pena continuar luchando y esperando. Sus cuadros, que ahora se exponen y se cotizan, reflejan claramente, ha dicho un crítico, la agudísima privación sensorial lamentada por el recluso en su libro. Para otros, trasmiten nostalgia, anhelo de libertad, locura. Lo que a mí me llama sobre todo la atención –solo he visto las reproducciones de la red– es su energía, su intenso colorido, su variedad y la sutileza de las formas.
EL PRESIDENTE Obama ha iniciado el desmantelamiento del ignominioso, del oprobioso, Abú Ghraib antillano, expresión del ojo por ojo bíblico en versión Bush Junior (muchas veces he pensando que el problema con el cristianismo es que, pese a sus afirmaciones al contrario, no ha podido liberarse del Viejo Testamento). Esperemos que sea el primer paso para que Estados Unidos rechace ahora tajantemente el desprecio de los derechos humanos de la era anterior, y vuelva a ser un país magnánimo y dialogante. Queda mucho por hacer, desde luego, empezando con la pena de muerte y siguiendo con las otras muchas crueldades de un sistema penitenciario simbolizado por la infame celda de castigo de Donny Johnson. Entre tanto, este pintor encarcelado está robusteciendo la fe de quienes queremos creer en el poder redentor del arte. “Amo el mito, el caos y el espacio”, ha dicho hace poco. Parece, de verdad, un hombre nuevo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario