Por Eugenio Trías (ABC, 10/05/09):
1. Jacques Barzun, en su sugerente libro Del amanecer a la decadencia, Madrid, 2001, muestra el parentesco de tres grandes tareas contemporáneas que revolucionan el mundo del espíritu a mediados del siglo XIX. Todas ellas maduran en torno a la fecha clave de 1848, en la que nacen, con las aspiraciones democráticas, también nuevas formas culturales.
Se refiere a Richard Wagner, a Charles Darwin y a Karl Marx. «Partiendo de los trabajos pioneros del medio siglo anterior, todos ellos produjeron obras que. . . airearon ante el mundo entero la importancia del objeto que les preocupaban: la evolución, la distribución de la riqueza en la sociedad y la música dramática».
Piensa, sin duda, en tres obras respectivas de estos autores: la Tetralogía wagneriana, partitura que llevó su autor bajo el brazo treinta años; Das Kapital, culminación de una impresionante crítica de la economía política iniciada desde antes de la revolución de 1848; y esa obra cuya publicación este año conmemoramos, lo mismo que el nacimiento de su progenitor: On the Origin of Species by Means of Natural Selection (Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural).
Las tres obras promueven una descomunal síntesis en sus respectivos dominios creadores, la Ciencia de la Vida, la Música y la Economía Política, colmando una tradición en la que se inscriben: la idea de evolución emergente a finales del siglo XVIII; la música romántica; la economía política centrada en el trabajo como fuente de valor, desde Adam Smith hasta David Ricardo.
En los tres casos la creación resultante es de tal envergadura, y sobre todo de tal capacidad de llevar ciertas tradiciones hasta sus últimas consecuencias, que el ámbito de estudio o de creación parece estallar, liberándose flujos y energías insospechadas. Ya nunca la Ciencia de la Vida podrá ser igual (antes y después de Darwin), ni la música después del «drama musical», con sus Motivos Conductores siempre en transformación, ni desde luego la Economía Política después de Marx, y su poderosa síntesis llamada Materialismo Histórico.
Las tres grandes creaciones proceden de la más honda entraña del paradigma epistémico del siglo XIX: el sesgo historicista que domina todos los ámbitos de la creación y del conocimiento, desde la arquitectura a las artes plásticas. Una Historia concebida siempre a partir del gran Paradigma que constituye la Idea de Evolución. Evolución gradual, sin rupturas ni discontinuidades «cuánticas»; evolución a través de pequeñas variaciones.
Las transformaciones wagnerianas de los Motivos Conductores tienen ese carácter. El propio Nietzsche alabó sin reservas esa capacidad de transformaciones ínfimas del arte musical wagneriano.
También son cambios mínimos los que determinan la gestación de variantes en el marco tremendo de la struggle of life, donde impera la ley de «comer o ser comido».
Y el salto de la cantidad a la cualidad en el método dialéctico del Materialismo Histórico presenta también ese carácter.
2. Darwin escribe un gran libro de hechura clásica. Pero bien mirado no es así. De repente tiene lugar un giro extraordinario en medio del texto. Se presupone lo planteado en el libro hasta el momento: la teoría de la evolución de las especies, que tiene en la selección natural (y consiguiente supervivencia de los más adecuados) su primum movens. Son sopesadas y aquilatadas las objeciones que pueden presentar estas hipótesis y se examina el modo de refutarlas.
Entonces el texto da un salto de abismo, descomunal, inconmensurable. Y lo interesante es que ese brinco sin precedentes sólo se presiente ante una tremenda y desconcertante ausencia.
El giro de este libro se produce en el capítulo X, «De la imperfección de los registros geológicos». La tesis del libro se enfrenta a la prueba de fuego: el Tiempo (con mayúsculas).
Darwin aduce la imposibilidad de hallar vestigios de los eslabones intermedios entre las especies en disolución, especies que nunca fueron tales. No parece posible recorrer las innumerables variantes que cubren el trecho entre un remoto vestigio y la posible versión actual. Una ciencia recién constituida, la geología, da entonces amparo a la teoría. Charles Lyelle publica en 1847 los Principios de geología, fundamento de la geología moderna.
Darwin, ayudado de la geología y de la paleontología, constata que la finitud del tiempo encierra eones y avatares que sólo la especulación mitológica del hinduismo -podríamos decir- se había atrevido a pronunciar: millones y millones de años a través de los cuales se produce, a través de ese agente creador tan extraordinario que es el Azar, la constitución de variantes que dejan como conceptos obsoletos las nociones de género y de especie. El Tiempo en toda su deriva inconmensurable hace de pronto presencia en este recorrido por todo el mundo natural.
Darwin escribe la teoría que desbarata toda idea clásica de género y de especie. Frente a ella sólo subsiste, en su monolítica evolución permanente, la Vida.
3. Michel Foucault en Las palabras y las cosas, traza el paradigma de ciencias propias de la «era clásica«: un Discurso de vocación cartesiana distribuye en cuadros -tableaux- los géneros y las especies. Buffon, Linneo abundan en procedimientos vigentes hasta finales del siglo XVIII; y que también encontramos en la manera de orientarse la ciencia de la riqueza de los mercantilistas y fisiócratas; o en el ámbito lingüístico en la gramática cartesiana (la de Port Royal, que Noam Chomsky reivindicó en su obra Cartesian Lingüistics).
Todo ello deja paso, en el siglo XIX, a unidades abismales que atraviesan miríadas de variantes evolutivas: Vida, Trabajo y Lenguaje. Éste no se proyecta en una lingüística general, como sucederá en el siglo XX con Ferdinand de Saussure, sino en la indagación paleontológica de escrituras primigenias, en el desciframiento de Piedras de Rosseta, y sobre todo en la gestación de la gran hipótesis de una común lengua originaria indogermánica de donde proceden nuestras lenguas más familiares. Todas en perpetua evolución y transformación inconsciente. Lo mismo sucede en las ciencias de la vida, y en la economía política.
Wagner traza la evolución infinita, con metonimia de eones, desde el tritono mayor del inicio del Oro del Rhin hasta el Apocalipsis por fuego y agua del final, en El ocaso de los dioses, con la destrucción del mundo (de los dioses, de los héroes).
Karl Marx arranca del comunismo primitivo, y prosigue la historia de la explotación del hombre por el hombre hasta culminar en la metástasis de la mercancía. Ésta se produce en la formación histórica que tiene al capitalismo como Modo de Producción.
Darwin queda absorto y abismado ante la magnitud del tiempo, que impide cualquier comprobación de eslabones intermedios. Pero justamente esa imposibilidad señala el campo futuro de investigación: la búsqueda de yacimientos de fósiles que permitirían trazar quizás lo que en esos millones de años se fue gestando.
Convirtió al Azar en poderoso agente creador (antes de que los artistas, en los inicios de las vanguardias del siglo XX, se apropiaran de esta idea).
1. Jacques Barzun, en su sugerente libro Del amanecer a la decadencia, Madrid, 2001, muestra el parentesco de tres grandes tareas contemporáneas que revolucionan el mundo del espíritu a mediados del siglo XIX. Todas ellas maduran en torno a la fecha clave de 1848, en la que nacen, con las aspiraciones democráticas, también nuevas formas culturales.
Se refiere a Richard Wagner, a Charles Darwin y a Karl Marx. «Partiendo de los trabajos pioneros del medio siglo anterior, todos ellos produjeron obras que. . . airearon ante el mundo entero la importancia del objeto que les preocupaban: la evolución, la distribución de la riqueza en la sociedad y la música dramática».
Piensa, sin duda, en tres obras respectivas de estos autores: la Tetralogía wagneriana, partitura que llevó su autor bajo el brazo treinta años; Das Kapital, culminación de una impresionante crítica de la economía política iniciada desde antes de la revolución de 1848; y esa obra cuya publicación este año conmemoramos, lo mismo que el nacimiento de su progenitor: On the Origin of Species by Means of Natural Selection (Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural).
Las tres obras promueven una descomunal síntesis en sus respectivos dominios creadores, la Ciencia de la Vida, la Música y la Economía Política, colmando una tradición en la que se inscriben: la idea de evolución emergente a finales del siglo XVIII; la música romántica; la economía política centrada en el trabajo como fuente de valor, desde Adam Smith hasta David Ricardo.
En los tres casos la creación resultante es de tal envergadura, y sobre todo de tal capacidad de llevar ciertas tradiciones hasta sus últimas consecuencias, que el ámbito de estudio o de creación parece estallar, liberándose flujos y energías insospechadas. Ya nunca la Ciencia de la Vida podrá ser igual (antes y después de Darwin), ni la música después del «drama musical», con sus Motivos Conductores siempre en transformación, ni desde luego la Economía Política después de Marx, y su poderosa síntesis llamada Materialismo Histórico.
Las tres grandes creaciones proceden de la más honda entraña del paradigma epistémico del siglo XIX: el sesgo historicista que domina todos los ámbitos de la creación y del conocimiento, desde la arquitectura a las artes plásticas. Una Historia concebida siempre a partir del gran Paradigma que constituye la Idea de Evolución. Evolución gradual, sin rupturas ni discontinuidades «cuánticas»; evolución a través de pequeñas variaciones.
Las transformaciones wagnerianas de los Motivos Conductores tienen ese carácter. El propio Nietzsche alabó sin reservas esa capacidad de transformaciones ínfimas del arte musical wagneriano.
También son cambios mínimos los que determinan la gestación de variantes en el marco tremendo de la struggle of life, donde impera la ley de «comer o ser comido».
Y el salto de la cantidad a la cualidad en el método dialéctico del Materialismo Histórico presenta también ese carácter.
2. Darwin escribe un gran libro de hechura clásica. Pero bien mirado no es así. De repente tiene lugar un giro extraordinario en medio del texto. Se presupone lo planteado en el libro hasta el momento: la teoría de la evolución de las especies, que tiene en la selección natural (y consiguiente supervivencia de los más adecuados) su primum movens. Son sopesadas y aquilatadas las objeciones que pueden presentar estas hipótesis y se examina el modo de refutarlas.
Entonces el texto da un salto de abismo, descomunal, inconmensurable. Y lo interesante es que ese brinco sin precedentes sólo se presiente ante una tremenda y desconcertante ausencia.
El giro de este libro se produce en el capítulo X, «De la imperfección de los registros geológicos». La tesis del libro se enfrenta a la prueba de fuego: el Tiempo (con mayúsculas).
Darwin aduce la imposibilidad de hallar vestigios de los eslabones intermedios entre las especies en disolución, especies que nunca fueron tales. No parece posible recorrer las innumerables variantes que cubren el trecho entre un remoto vestigio y la posible versión actual. Una ciencia recién constituida, la geología, da entonces amparo a la teoría. Charles Lyelle publica en 1847 los Principios de geología, fundamento de la geología moderna.
Darwin, ayudado de la geología y de la paleontología, constata que la finitud del tiempo encierra eones y avatares que sólo la especulación mitológica del hinduismo -podríamos decir- se había atrevido a pronunciar: millones y millones de años a través de los cuales se produce, a través de ese agente creador tan extraordinario que es el Azar, la constitución de variantes que dejan como conceptos obsoletos las nociones de género y de especie. El Tiempo en toda su deriva inconmensurable hace de pronto presencia en este recorrido por todo el mundo natural.
Darwin escribe la teoría que desbarata toda idea clásica de género y de especie. Frente a ella sólo subsiste, en su monolítica evolución permanente, la Vida.
3. Michel Foucault en Las palabras y las cosas, traza el paradigma de ciencias propias de la «era clásica«: un Discurso de vocación cartesiana distribuye en cuadros -tableaux- los géneros y las especies. Buffon, Linneo abundan en procedimientos vigentes hasta finales del siglo XVIII; y que también encontramos en la manera de orientarse la ciencia de la riqueza de los mercantilistas y fisiócratas; o en el ámbito lingüístico en la gramática cartesiana (la de Port Royal, que Noam Chomsky reivindicó en su obra Cartesian Lingüistics).
Todo ello deja paso, en el siglo XIX, a unidades abismales que atraviesan miríadas de variantes evolutivas: Vida, Trabajo y Lenguaje. Éste no se proyecta en una lingüística general, como sucederá en el siglo XX con Ferdinand de Saussure, sino en la indagación paleontológica de escrituras primigenias, en el desciframiento de Piedras de Rosseta, y sobre todo en la gestación de la gran hipótesis de una común lengua originaria indogermánica de donde proceden nuestras lenguas más familiares. Todas en perpetua evolución y transformación inconsciente. Lo mismo sucede en las ciencias de la vida, y en la economía política.
Wagner traza la evolución infinita, con metonimia de eones, desde el tritono mayor del inicio del Oro del Rhin hasta el Apocalipsis por fuego y agua del final, en El ocaso de los dioses, con la destrucción del mundo (de los dioses, de los héroes).
Karl Marx arranca del comunismo primitivo, y prosigue la historia de la explotación del hombre por el hombre hasta culminar en la metástasis de la mercancía. Ésta se produce en la formación histórica que tiene al capitalismo como Modo de Producción.
Darwin queda absorto y abismado ante la magnitud del tiempo, que impide cualquier comprobación de eslabones intermedios. Pero justamente esa imposibilidad señala el campo futuro de investigación: la búsqueda de yacimientos de fósiles que permitirían trazar quizás lo que en esos millones de años se fue gestando.
Convirtió al Azar en poderoso agente creador (antes de que los artistas, en los inicios de las vanguardias del siglo XX, se apropiaran de esta idea).
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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