Por ÁLVARO MURILLO - San José - (ElPais.com, 12/05/2009)
El helicóptero lo compraron mediante una cadena de socios y testaferros, con cuentas bancarias en el Golfo Pérsico. La semana pasada, viajaba con 395 kilos de cocaína desde la costa pacífica sur de Costa Rica hacia un hotel abandonado en el borde de la zona caribeña del país. La aeronave sufrió un accidente en lo más espeso de un bosque, en el que murieron el piloto, antiguo agente de la policía costarricense, y su pasajero, un joven mexicano, oriundo de Sinaloa. ¿Alguien duda ahora de que la guerra de las drogas en México, como cualquier guerra, tiene sus propios desplazados?
Centroamérica está ahora prensada entre dos grandes países que libran su propia batalla contra las bandas de narcotraficantes y también sufren las que se registran entre ellas. Al norte, México, con su escalada de violencia, caldeada por la cocaína; al sur, Colombia, con su historial de producción y una longeva tradición de carteles. No es que los siete países del istmo centroamericano desconozcan del todo la experiencia de alojar las redes del tráfico de la droga, pero quizá nadie sospechaba el valor que este angosto pedazo de tierra iba a tener para los carteles perseguidos en las dos potencias de la droga en el continente.
Bordeado por dos océanos, atestado de zonas montañosas, de poca fuerza de voluntad contra el dinero corrupto y debilitado por la condición de pobreza de casi la mitad de su población, Centroamérica vive ahora un cambio de funciones. Nadie se sorprende ya ante las evidencias de que la droga viaja hacia el norte por agua o tierra, ni de que en el camino quede el producto que cobran las bandas locales. Hacia el sur fluyen los dólares sucios, por más lavado que hagan. Ahora, sin embargo, la presión de las autoridades mexicanas y colombianas, reforzadas por Estados Unidos, empuja a las redes a usar Centroamérica como almacén y campo de operaciones.
Guatemala y Honduras fueron, por cercanía geográfica, los primeros en sentir lo que advirtió el propio vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, a los presidentes de la región en marzo. "Sabemos que el éxito de los esfuerzos contra las drogas en México y Colombia va a empujar a esos grupos hacia Centroamérica", señaló Biden segundos antes de subrayar la dificultad de Washington para aumentar la ayuda para la lucha contra el narcotráfico, por los ahogos económicos del momento.
El accidente del helicóptero en lo más tupido de las montañas de Costa Rica sólo sirvió para poner un ejemplo concreto. Las autoridades sospechan que el cargamento era uno de los primeros de este grupo de mexicanos, ya que en el hotel donde lo esperaban no se halló más que las condiciones aptas para comenzar a embodegar: una edificación con helipuerto, con vistas a todo un valle y cerca de caminos rurales que surcan una región montañosa y más bien deshabitada. La propiedad había sido arrendada por el piloto, amigo del propietario, a quien convenció de las ventajas de negociar con este grupo de inversores mexicanos.
Pero el helicóptero se precipitó a tierra y puso a la policía sobre la pista para armar el puzzle, o al menos para buscar sus piezas. Las autoridades revelaron que alguien fue más rápido que los equipos de rescate, llegó primero a la escena del accidente, sustrajo el rastreador de GPS y quizá algunos paquetes de droga, y se perdió en la montaña. Ahora es casi imposible conocer la ruta de vuelo que había seguido la aeronave en un espacio aéreo que permite a cualquiera con dinero evadir todo tipo de control policial y migratorio.
El caso se va conociendo a retazos. Uno de los últimos hallazgos de la prensa ha sorprendido aún más. El helicóptero aparece como propiedad de la gerente de la empresa que opera el principal aeropuerto de Costa Rica. La Policía Judicial evita publicar conjeturas, pero la opinión pública no cesa de vincular en sus conversaciones el narcotráfico con la corrupción, una combinación válida para cualquier país centroamericano, como recogía un informe publicado en Washington por el Departamento de Estado hace sólo dos meses.
Hasta ahora, la única solución mencionada es la coordinación entre países y un programa llamado Iniciativa Mérida, cuyo contenido económico, aportado por Estados Unidos, es casi una broma frente a los recursos del narcotráfico: para este año se han presupuestado 465 millones de dólares para México, Centroamérica y el Caribe; los mexicanos reciben 400 millones y dejan el resto para que los del sur afronten el problema de los desplazados del narco.
Las autoridades nacionales, mientras, se ven incapaces de mostrar algo de eficacia y al mismo tiempo aquietar los nervios de los ciudadanos por la creciente inseguridad. Los reportes sobre las toneladas de droga incautada dan, más que tranquilidad por la labor policial, una idea de los enormes volúmenes transportados y almacenados en la región.
El helicóptero lo compraron mediante una cadena de socios y testaferros, con cuentas bancarias en el Golfo Pérsico. La semana pasada, viajaba con 395 kilos de cocaína desde la costa pacífica sur de Costa Rica hacia un hotel abandonado en el borde de la zona caribeña del país. La aeronave sufrió un accidente en lo más espeso de un bosque, en el que murieron el piloto, antiguo agente de la policía costarricense, y su pasajero, un joven mexicano, oriundo de Sinaloa. ¿Alguien duda ahora de que la guerra de las drogas en México, como cualquier guerra, tiene sus propios desplazados?
Centroamérica está ahora prensada entre dos grandes países que libran su propia batalla contra las bandas de narcotraficantes y también sufren las que se registran entre ellas. Al norte, México, con su escalada de violencia, caldeada por la cocaína; al sur, Colombia, con su historial de producción y una longeva tradición de carteles. No es que los siete países del istmo centroamericano desconozcan del todo la experiencia de alojar las redes del tráfico de la droga, pero quizá nadie sospechaba el valor que este angosto pedazo de tierra iba a tener para los carteles perseguidos en las dos potencias de la droga en el continente.
Bordeado por dos océanos, atestado de zonas montañosas, de poca fuerza de voluntad contra el dinero corrupto y debilitado por la condición de pobreza de casi la mitad de su población, Centroamérica vive ahora un cambio de funciones. Nadie se sorprende ya ante las evidencias de que la droga viaja hacia el norte por agua o tierra, ni de que en el camino quede el producto que cobran las bandas locales. Hacia el sur fluyen los dólares sucios, por más lavado que hagan. Ahora, sin embargo, la presión de las autoridades mexicanas y colombianas, reforzadas por Estados Unidos, empuja a las redes a usar Centroamérica como almacén y campo de operaciones.
Guatemala y Honduras fueron, por cercanía geográfica, los primeros en sentir lo que advirtió el propio vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, a los presidentes de la región en marzo. "Sabemos que el éxito de los esfuerzos contra las drogas en México y Colombia va a empujar a esos grupos hacia Centroamérica", señaló Biden segundos antes de subrayar la dificultad de Washington para aumentar la ayuda para la lucha contra el narcotráfico, por los ahogos económicos del momento.
El accidente del helicóptero en lo más tupido de las montañas de Costa Rica sólo sirvió para poner un ejemplo concreto. Las autoridades sospechan que el cargamento era uno de los primeros de este grupo de mexicanos, ya que en el hotel donde lo esperaban no se halló más que las condiciones aptas para comenzar a embodegar: una edificación con helipuerto, con vistas a todo un valle y cerca de caminos rurales que surcan una región montañosa y más bien deshabitada. La propiedad había sido arrendada por el piloto, amigo del propietario, a quien convenció de las ventajas de negociar con este grupo de inversores mexicanos.
Pero el helicóptero se precipitó a tierra y puso a la policía sobre la pista para armar el puzzle, o al menos para buscar sus piezas. Las autoridades revelaron que alguien fue más rápido que los equipos de rescate, llegó primero a la escena del accidente, sustrajo el rastreador de GPS y quizá algunos paquetes de droga, y se perdió en la montaña. Ahora es casi imposible conocer la ruta de vuelo que había seguido la aeronave en un espacio aéreo que permite a cualquiera con dinero evadir todo tipo de control policial y migratorio.
El caso se va conociendo a retazos. Uno de los últimos hallazgos de la prensa ha sorprendido aún más. El helicóptero aparece como propiedad de la gerente de la empresa que opera el principal aeropuerto de Costa Rica. La Policía Judicial evita publicar conjeturas, pero la opinión pública no cesa de vincular en sus conversaciones el narcotráfico con la corrupción, una combinación válida para cualquier país centroamericano, como recogía un informe publicado en Washington por el Departamento de Estado hace sólo dos meses.
Hasta ahora, la única solución mencionada es la coordinación entre países y un programa llamado Iniciativa Mérida, cuyo contenido económico, aportado por Estados Unidos, es casi una broma frente a los recursos del narcotráfico: para este año se han presupuestado 465 millones de dólares para México, Centroamérica y el Caribe; los mexicanos reciben 400 millones y dejan el resto para que los del sur afronten el problema de los desplazados del narco.
Las autoridades nacionales, mientras, se ven incapaces de mostrar algo de eficacia y al mismo tiempo aquietar los nervios de los ciudadanos por la creciente inseguridad. Los reportes sobre las toneladas de droga incautada dan, más que tranquilidad por la labor policial, una idea de los enormes volúmenes transportados y almacenados en la región.
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