Por José Vidal-Beneyto, director del Colegio Miguel Servet de París y presidente de la Fundación Amela (EL PAÍS, 11/05/09):
La democracia-marketing, tanto en su fase de emergencia como de consolidación, tiene como ethos fundante la afirmación del sujeto en sus diversas variantes que señorean la época y todas sus actividades. Con lo que el sujeto, el yo, lo de uno, el ego, lo propio, lo mío, lo íntimo y su expresión pública, el individuo, dibujan el perímetro sémico y social al que Malraux apostrofaba como ese “monstre préférable à tout”, que nos devora pero nos realiza. De las inabarcables referencias bibliográficas que lo manifiestan retengo sólo el reader de Pierre Birnbaum y Jean Leca, Sur l’individualisme, que fue el primero que, hace más de 20 años nos ayudó a sobrevivir a la confusión del imperialismo individualista en que iba a sumirnos el neoliberalismo radical y sus grandes epígonos Reagan, Bush, Thatcher y tantos otros apasionados acompañantes.
La gran falsificación del integrismo liberal fue enclaustrar al individuo en el augusto recinto de sus solos intereses propios, confinarlo en el universo de sus insignificancias, en el cálculo de tendero, de los logros y las pequeñeces de su estricta vida personal.
Esta regresión era además totalmente incompatible con la apertura al mundo, a lo otro y a los otros que caracterizó la modernidad y su principal banderín de enganche: el individuo y su producto, el individualismo, con su reivindicación del descubrimiento, la conquista, el progreso. Por el contrario, el individuo del integrismo liberal, miedoso y acurrucado, huido del mundo y refugiado en el último sótano de su vida particular, tenía, como único posible ámbito de ejercicio la libertad, pero obviamente confinada a su esfera personal. De aquí que la intimidad fuese el objeto privilegiado, que se vive bajo el signo de la autonomía absoluta. La privacidad nos salva y nos protege de la agresión de lo de todos, de la contaminación de lo común; la intimidad es la última trinchera de nuestro ser más auténtico, nos dicen, y el ejercicio de la libertad es la prueba de fuego de ambos. Con lo que la libertad conjugada en lo personal y privado se constituye en el referente máximo del cumplimiento individual.
El análisis de las grandes categorías que nos ofrece el compendio de Birnbaum y Leca, y más concretamente el estudio de la interacción entre los diferentes individualismos que distingue -metodológico, sociológico, ético, descriptivo, explicativo, legitimador, institucional, etcétera- nos confirma en esta lectura. La única posibilidad de superar “el cada uno para sí” que todos comparten, es la de insistir en un incondicionado desarrollo total de ese “para sí” que lo ensanche y profundice, es la de confiar a la libertad la realización de su intimidad más originaria, de lo solamente mío, sin intermediarios ni adulteraciones. Búsqueda patética en tantos casos y en tantos ámbitos.
Por ejemplo, en la afirmación de la mujer y de lo más genuinamente femenino, comenzando con la celebración de su genitalidad, vergonzante y oculta, la vagina, sexo invisible frente a la exhibida arrogancia del órgano masculino. El extraordinario éxito del breve texto dialogado de Eve Ensler, Los diálogos de la vagina, la obra más representada en la última década, número uno en más de 50 países, brillante conjunción de literatura y sociología en la que la sensibilidad, el humor, la delicadeza y el rigor en la elaboración del contenido de las múltiples entrevistas -testimonios recogidos y procesados por la autora- se traducen en una gloriosa proclamación, en una triunfal revancha del objeto indecible. Con la confortadora consecuencia de la instauración del V-day contra la violencia hecha a las mujeres, que sigue superando los 1.000 casos anuales, pero que después de más de 10 años de lucha y resistencia comienza a invertir la tendencia.
Esta afirmación que de lo íntimo va a lo público, tiene sus riesgos y sus perversiones, que en la reivindicación de lo originario femenino ha encontrado su ilustración en Zonas húmedas, el libro de la ex presentadora de la televisión alemana, Charlotte Roche, del que sólo en Alemania ha vendido ya más de un millón de ejemplares. Se trata de una mostrenca aplicación pornofecal de la exploración de la intimidad de la mujer, que, según declara la propia autora, tiene en las hemorroides y en las pústulas anales de las adolescentes su desencadenante más eficaz. A partir de ahí, se inicia una penosa competición entre lo mórbido y lo repugnante, a golpe de chistes de estudiantes de proctología -el relato está localizado en un hospital- y de lamentables provocaciones del ejercicio de sexo-pipí-caca, sobre cómo fabricarse cócteles con excrementos y orina, cómo perfumarse con sus secreciones vaginales, o comerse las bolitas fabricadas con flemas y mucosidades, coleccionar el comedón de sus amigas, intercambiar las compresas higiénicas con sus compañeras y así un vasto repertorio de ingenuidades nauseabundas con las que Roche quiere liberar a Hélène Memel, su protagonista, de la sumisión a los últimos tabúes impuestos por la sociedad masculina: el credo de la pulcritud y de la higiene, las pautas de la moda, en el vestir y en el hacer, esa silueta filiforme, esos modos sumisamente neutros que difunden las revistas femeninas.
Todas ellas condiciones imperativas para que las mujeres superen sus relaciones perturbadas con sus cuerpos y alcancen gracias al dominio directo y exhaustivo de su intimidad, la plenitud de su ser femenino. Una vez más, la apoteosis de la soberanía del yo, esta vez femenino, olvidando todos los condicionantes a que estamos sometidos los seres humanos, y que hacen que la libertad sea siempre la práctica de la necesidad. No hace falta ser súbdito de la sociología para aceptar que el yo es en buena medida un producto social y que el repertorio de los posibles personales es necesariamente función del conjunto de determinaciones objetivadas que estructuran cada contexto.
Lo que implica no sólo una fuerte limitación del número de esos posibles, sino un inescapable condicionamiento de su contenido y modalidades, que se traduce en una fuerte homogeneización del resultado, en una banalización reiterativa y uniformizadora de las aspiraciones a la diferencia. Todos los estudios empíricos sobre los modos de vida nos confirman que las múltiples posibilidades que inaugura la sociedad de consumo se contraen a unos cuantos pocos usos encardinados desde los imperativos del mercado. Con lo que la intimidad que se nos aparece como la expresión más acabada de lo propio, como la huella más inconfundible de lo irreductiblemente subjetivo, es lo más contaminado, lo más afectado por determinaciones exteriores masivas, consecuencia, por una parte, del repertorio extremadamente limitado de las posibilidades humanas; y por otra, de la estructura absolutamente dominante de la oferta real, organizada por las imposiciones estrictamente mercantiles.
Una de sus principales consecuencias ha sido que el imperativo fuerte de la unión política europea haya sido sustituido por la inacabable ampliación de un espacio mercantil blando en el que el principio más efectivo es obtener el máximo beneficio mediante la especulación y el privilegio. De tal manera que el principio de la unidad política de Europa y el objetivo de la ciudadanía europea, proclamados esperanzadamente en el Tratado de Maastricht en 1992, se han quedado en un uso angostamente interesado en la sola búsqueda del enriquecimiento. La hipótesis de una Confederación Europea, que viví muy de cerca y con la que el presidente Mitterrand movilizó tantas esperanzas, tropezó en seguida con el fervor, entonces ya dominante, por la riqueza y con el furor por las intimidades personales a que me he referido en este texto. Pero sobre todo, topó con la eficacísima oposición de Bush Senior y del lobby reaccionario mundial que se opusieron, por todos los medios, a este proyecto necesario. La Confederación hubiera sido un muy eficaz impulsor de la Europa política y hubiera puesto a cada país europeo en su sitio. Pero no fue posible y seguimos en la suicida cerrazón del nacionalismo de los Estados. ¿Cuándo podremos los Europeos volver al protagonismo mundial y solidario de un mundo de todos y para todos que es nuestro gran proyecto común? Ésta es la última esperanza de un muy viejo europeísta.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La democracia-marketing, tanto en su fase de emergencia como de consolidación, tiene como ethos fundante la afirmación del sujeto en sus diversas variantes que señorean la época y todas sus actividades. Con lo que el sujeto, el yo, lo de uno, el ego, lo propio, lo mío, lo íntimo y su expresión pública, el individuo, dibujan el perímetro sémico y social al que Malraux apostrofaba como ese “monstre préférable à tout”, que nos devora pero nos realiza. De las inabarcables referencias bibliográficas que lo manifiestan retengo sólo el reader de Pierre Birnbaum y Jean Leca, Sur l’individualisme, que fue el primero que, hace más de 20 años nos ayudó a sobrevivir a la confusión del imperialismo individualista en que iba a sumirnos el neoliberalismo radical y sus grandes epígonos Reagan, Bush, Thatcher y tantos otros apasionados acompañantes.
La gran falsificación del integrismo liberal fue enclaustrar al individuo en el augusto recinto de sus solos intereses propios, confinarlo en el universo de sus insignificancias, en el cálculo de tendero, de los logros y las pequeñeces de su estricta vida personal.
Esta regresión era además totalmente incompatible con la apertura al mundo, a lo otro y a los otros que caracterizó la modernidad y su principal banderín de enganche: el individuo y su producto, el individualismo, con su reivindicación del descubrimiento, la conquista, el progreso. Por el contrario, el individuo del integrismo liberal, miedoso y acurrucado, huido del mundo y refugiado en el último sótano de su vida particular, tenía, como único posible ámbito de ejercicio la libertad, pero obviamente confinada a su esfera personal. De aquí que la intimidad fuese el objeto privilegiado, que se vive bajo el signo de la autonomía absoluta. La privacidad nos salva y nos protege de la agresión de lo de todos, de la contaminación de lo común; la intimidad es la última trinchera de nuestro ser más auténtico, nos dicen, y el ejercicio de la libertad es la prueba de fuego de ambos. Con lo que la libertad conjugada en lo personal y privado se constituye en el referente máximo del cumplimiento individual.
El análisis de las grandes categorías que nos ofrece el compendio de Birnbaum y Leca, y más concretamente el estudio de la interacción entre los diferentes individualismos que distingue -metodológico, sociológico, ético, descriptivo, explicativo, legitimador, institucional, etcétera- nos confirma en esta lectura. La única posibilidad de superar “el cada uno para sí” que todos comparten, es la de insistir en un incondicionado desarrollo total de ese “para sí” que lo ensanche y profundice, es la de confiar a la libertad la realización de su intimidad más originaria, de lo solamente mío, sin intermediarios ni adulteraciones. Búsqueda patética en tantos casos y en tantos ámbitos.
Por ejemplo, en la afirmación de la mujer y de lo más genuinamente femenino, comenzando con la celebración de su genitalidad, vergonzante y oculta, la vagina, sexo invisible frente a la exhibida arrogancia del órgano masculino. El extraordinario éxito del breve texto dialogado de Eve Ensler, Los diálogos de la vagina, la obra más representada en la última década, número uno en más de 50 países, brillante conjunción de literatura y sociología en la que la sensibilidad, el humor, la delicadeza y el rigor en la elaboración del contenido de las múltiples entrevistas -testimonios recogidos y procesados por la autora- se traducen en una gloriosa proclamación, en una triunfal revancha del objeto indecible. Con la confortadora consecuencia de la instauración del V-day contra la violencia hecha a las mujeres, que sigue superando los 1.000 casos anuales, pero que después de más de 10 años de lucha y resistencia comienza a invertir la tendencia.
Esta afirmación que de lo íntimo va a lo público, tiene sus riesgos y sus perversiones, que en la reivindicación de lo originario femenino ha encontrado su ilustración en Zonas húmedas, el libro de la ex presentadora de la televisión alemana, Charlotte Roche, del que sólo en Alemania ha vendido ya más de un millón de ejemplares. Se trata de una mostrenca aplicación pornofecal de la exploración de la intimidad de la mujer, que, según declara la propia autora, tiene en las hemorroides y en las pústulas anales de las adolescentes su desencadenante más eficaz. A partir de ahí, se inicia una penosa competición entre lo mórbido y lo repugnante, a golpe de chistes de estudiantes de proctología -el relato está localizado en un hospital- y de lamentables provocaciones del ejercicio de sexo-pipí-caca, sobre cómo fabricarse cócteles con excrementos y orina, cómo perfumarse con sus secreciones vaginales, o comerse las bolitas fabricadas con flemas y mucosidades, coleccionar el comedón de sus amigas, intercambiar las compresas higiénicas con sus compañeras y así un vasto repertorio de ingenuidades nauseabundas con las que Roche quiere liberar a Hélène Memel, su protagonista, de la sumisión a los últimos tabúes impuestos por la sociedad masculina: el credo de la pulcritud y de la higiene, las pautas de la moda, en el vestir y en el hacer, esa silueta filiforme, esos modos sumisamente neutros que difunden las revistas femeninas.
Todas ellas condiciones imperativas para que las mujeres superen sus relaciones perturbadas con sus cuerpos y alcancen gracias al dominio directo y exhaustivo de su intimidad, la plenitud de su ser femenino. Una vez más, la apoteosis de la soberanía del yo, esta vez femenino, olvidando todos los condicionantes a que estamos sometidos los seres humanos, y que hacen que la libertad sea siempre la práctica de la necesidad. No hace falta ser súbdito de la sociología para aceptar que el yo es en buena medida un producto social y que el repertorio de los posibles personales es necesariamente función del conjunto de determinaciones objetivadas que estructuran cada contexto.
Lo que implica no sólo una fuerte limitación del número de esos posibles, sino un inescapable condicionamiento de su contenido y modalidades, que se traduce en una fuerte homogeneización del resultado, en una banalización reiterativa y uniformizadora de las aspiraciones a la diferencia. Todos los estudios empíricos sobre los modos de vida nos confirman que las múltiples posibilidades que inaugura la sociedad de consumo se contraen a unos cuantos pocos usos encardinados desde los imperativos del mercado. Con lo que la intimidad que se nos aparece como la expresión más acabada de lo propio, como la huella más inconfundible de lo irreductiblemente subjetivo, es lo más contaminado, lo más afectado por determinaciones exteriores masivas, consecuencia, por una parte, del repertorio extremadamente limitado de las posibilidades humanas; y por otra, de la estructura absolutamente dominante de la oferta real, organizada por las imposiciones estrictamente mercantiles.
Una de sus principales consecuencias ha sido que el imperativo fuerte de la unión política europea haya sido sustituido por la inacabable ampliación de un espacio mercantil blando en el que el principio más efectivo es obtener el máximo beneficio mediante la especulación y el privilegio. De tal manera que el principio de la unidad política de Europa y el objetivo de la ciudadanía europea, proclamados esperanzadamente en el Tratado de Maastricht en 1992, se han quedado en un uso angostamente interesado en la sola búsqueda del enriquecimiento. La hipótesis de una Confederación Europea, que viví muy de cerca y con la que el presidente Mitterrand movilizó tantas esperanzas, tropezó en seguida con el fervor, entonces ya dominante, por la riqueza y con el furor por las intimidades personales a que me he referido en este texto. Pero sobre todo, topó con la eficacísima oposición de Bush Senior y del lobby reaccionario mundial que se opusieron, por todos los medios, a este proyecto necesario. La Confederación hubiera sido un muy eficaz impulsor de la Europa política y hubiera puesto a cada país europeo en su sitio. Pero no fue posible y seguimos en la suicida cerrazón del nacionalismo de los Estados. ¿Cuándo podremos los Europeos volver al protagonismo mundial y solidario de un mundo de todos y para todos que es nuestro gran proyecto común? Ésta es la última esperanza de un muy viejo europeísta.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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