Por Alfonso S. Palomares, periodista (EL PERIÓDICO, 12/05/09):
La verdad es que el título que le he puesto a esta reflexión es incompleto. Los títulos casi siempre lo son, porque, de lo contrario, resultarían demasiado largos y tendrían un difícil encaje. Digo esto porque quiero resaltar que deseo añadir a “en tiempo de crisis”, esta otra frase: “en tiempos de Obama”. Es importante. Barack Obama ha hablado varias veces del papel de Europa en su diseño de la geopolítica mundial y de que busca la colaboración europea en un plano de igualdad con Estados Unidos y con el resto del mundo. Es un giro total con relación a George Bush, que hablaba de la supremacía de Estados Unidos. Bush dividió a Europa y a los europeos. Más que aliados, quería pajes de su política. El caso más claro es el de José María Aznar, el gran paje europeo del presidente estadounidense y de sus aventuras bélicas.
LAS PRÓXIMAS elecciones del 7 de junio se celebrarán en medio de las agitaciones de la crisis económica mundial, y, por supuesto, de la violenta crisis económica europea, con peculiaridades especialmente dramáticas en el caso español, donde se multiplica el paro de una manera asfixiante. Cara a las elecciones, vamos a oír bellas palabras sobre la importancia de Europa y del Parlamento Europeo, va a sonar una retórica de entusiasmos, pero se trata de entusiasmos verbales de los políticos, no de los ciudadanos. A juzgar por las encuestas, los ciudadanos siguen el proceso electoral con un alto grado de indiferencia y lejanía. El alma de la Unión Europea está paralizada por la esclerosis burocrática, por la carencia de audacia europeísta y por muchos intereses nacionales, o prejuicios nacionales que bloquean el Tratado de Lisboa y frenan, con debates sobre el sexo de los ángeles, el avance hacia esa Unión Europea que consolide una fuerte potencia económica, política, diplomática y militar. Obama está formulando un nuevo proyecto de globalización multipolar, y, en ese proyecto, Europa tendrá fuerza e influencia mundial si está unida. De lo contrario, no hay un país europeo con fuerza suficiente para jugar un papel importante en la mundialización. Francia, Alemania, Inglaterra, Italia y por supuesto España serían pequeños satélites buscando soles donde girar. Europa es indispensable en la nueva construcción global, pero dividida es impotente.
Lo que acabo de decir tiene una proyección plástica en el panorama de la crisis y de sus planteamientos de solución, y concretamente en las reuniones del G-20. Si hacemos una reflexión sobre los encuentros de este grupo de países, nos encontramos con que, a pesar de los nerviosos movimientos de Nicolas Sarkozy, la impaciente presencia de José Luis Rodríguez Zapatero y de otras plateadas declaraciones verbales, la Unión Europea fue un actor secundario, que recitaba pequeños papeles en el conjunto. Los protagonistas de la escena económica que se está dibujando en la nueva fase de la mundialización son EEUU y China, y a continuación emergen la India y Brasil.
La fuerza de una economía es la base de la fuerza para hacer política. Da la sensación de que Europa está varada en medio de un mar agitado. Es evidente esta parálisis. El que cada seis meses se renueve la presidencia es un punto de partida para le ineficacia. Este semestre ejerce la presidencia el checo Vaclav Klaus, ejemplo de euroescéptico. Sobre el cambio climático ha dejado perlas como esta: es preferible el calentamiento global al frío global. Sigue defendiendo un liberalismo sin cortapisas incluso en medio de la crisis de ese tipo de capitalismo. Ejemplares como él son un lastre para Europa, como lo son algunos países, como Irlanda o Polonia, anclados en un nacionalismo arcaico.
El verdadero debate en el espacio europeo es cómo se construye una supranacionalidad con un rostro político bien definido. Se necesitan líderes con un proyecto de Europa que seduzca a los europeos, como sucedió en los tiempos de los padres fundadores Schuman, Adenauer o Monet, y en los de quienes después dieron el salto a la UE, como Delors, Mitterrand, Felipe González o Helmut Kohl. Los líderes para el futuro de Europa tienen que lograr primero el apoyo de sus países. ¿Cómo lo va a lograr un escéptico al estilo Klaus? Si está en contra del Tratado de Lisboa ¿cómo va a impulsarlo?
EL SALTO DE la Europa de los 15 a la Europa de los 27 fue demasiado rápido y, por eso, algunos parecen más unos países adosados que unos países integrados. No cabe duda de que el proyecto europeo es un proyecto continental y que debe extenderse también a los Balcanes. Pero no debe hacerse amontonando naciones: se impone un proceso de articulación en un proyecto perfectamente definido. En la mayoría de los nuevos miembros de la Europa central y oriental está creciendo un fuerte desencanto, ya que, en parte la crisis y en parte la falta de solidaridad, están deteriorando sus economías y minando las viejas ilusiones europeístas.
El debate de la Europa de dos velocidades ha sido frecuente y, con frecuencia, apasionado. A veces incluso ha sido un debate confuso. No sé las velocidades que debe tener, pero determinados líderes y determinados países son los que tienen que marcar el ritmo hacia la meta irrenunciable que es la Europa política en el más profundo sentido de la palabra.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La verdad es que el título que le he puesto a esta reflexión es incompleto. Los títulos casi siempre lo son, porque, de lo contrario, resultarían demasiado largos y tendrían un difícil encaje. Digo esto porque quiero resaltar que deseo añadir a “en tiempo de crisis”, esta otra frase: “en tiempos de Obama”. Es importante. Barack Obama ha hablado varias veces del papel de Europa en su diseño de la geopolítica mundial y de que busca la colaboración europea en un plano de igualdad con Estados Unidos y con el resto del mundo. Es un giro total con relación a George Bush, que hablaba de la supremacía de Estados Unidos. Bush dividió a Europa y a los europeos. Más que aliados, quería pajes de su política. El caso más claro es el de José María Aznar, el gran paje europeo del presidente estadounidense y de sus aventuras bélicas.
LAS PRÓXIMAS elecciones del 7 de junio se celebrarán en medio de las agitaciones de la crisis económica mundial, y, por supuesto, de la violenta crisis económica europea, con peculiaridades especialmente dramáticas en el caso español, donde se multiplica el paro de una manera asfixiante. Cara a las elecciones, vamos a oír bellas palabras sobre la importancia de Europa y del Parlamento Europeo, va a sonar una retórica de entusiasmos, pero se trata de entusiasmos verbales de los políticos, no de los ciudadanos. A juzgar por las encuestas, los ciudadanos siguen el proceso electoral con un alto grado de indiferencia y lejanía. El alma de la Unión Europea está paralizada por la esclerosis burocrática, por la carencia de audacia europeísta y por muchos intereses nacionales, o prejuicios nacionales que bloquean el Tratado de Lisboa y frenan, con debates sobre el sexo de los ángeles, el avance hacia esa Unión Europea que consolide una fuerte potencia económica, política, diplomática y militar. Obama está formulando un nuevo proyecto de globalización multipolar, y, en ese proyecto, Europa tendrá fuerza e influencia mundial si está unida. De lo contrario, no hay un país europeo con fuerza suficiente para jugar un papel importante en la mundialización. Francia, Alemania, Inglaterra, Italia y por supuesto España serían pequeños satélites buscando soles donde girar. Europa es indispensable en la nueva construcción global, pero dividida es impotente.
Lo que acabo de decir tiene una proyección plástica en el panorama de la crisis y de sus planteamientos de solución, y concretamente en las reuniones del G-20. Si hacemos una reflexión sobre los encuentros de este grupo de países, nos encontramos con que, a pesar de los nerviosos movimientos de Nicolas Sarkozy, la impaciente presencia de José Luis Rodríguez Zapatero y de otras plateadas declaraciones verbales, la Unión Europea fue un actor secundario, que recitaba pequeños papeles en el conjunto. Los protagonistas de la escena económica que se está dibujando en la nueva fase de la mundialización son EEUU y China, y a continuación emergen la India y Brasil.
La fuerza de una economía es la base de la fuerza para hacer política. Da la sensación de que Europa está varada en medio de un mar agitado. Es evidente esta parálisis. El que cada seis meses se renueve la presidencia es un punto de partida para le ineficacia. Este semestre ejerce la presidencia el checo Vaclav Klaus, ejemplo de euroescéptico. Sobre el cambio climático ha dejado perlas como esta: es preferible el calentamiento global al frío global. Sigue defendiendo un liberalismo sin cortapisas incluso en medio de la crisis de ese tipo de capitalismo. Ejemplares como él son un lastre para Europa, como lo son algunos países, como Irlanda o Polonia, anclados en un nacionalismo arcaico.
El verdadero debate en el espacio europeo es cómo se construye una supranacionalidad con un rostro político bien definido. Se necesitan líderes con un proyecto de Europa que seduzca a los europeos, como sucedió en los tiempos de los padres fundadores Schuman, Adenauer o Monet, y en los de quienes después dieron el salto a la UE, como Delors, Mitterrand, Felipe González o Helmut Kohl. Los líderes para el futuro de Europa tienen que lograr primero el apoyo de sus países. ¿Cómo lo va a lograr un escéptico al estilo Klaus? Si está en contra del Tratado de Lisboa ¿cómo va a impulsarlo?
EL SALTO DE la Europa de los 15 a la Europa de los 27 fue demasiado rápido y, por eso, algunos parecen más unos países adosados que unos países integrados. No cabe duda de que el proyecto europeo es un proyecto continental y que debe extenderse también a los Balcanes. Pero no debe hacerse amontonando naciones: se impone un proceso de articulación en un proyecto perfectamente definido. En la mayoría de los nuevos miembros de la Europa central y oriental está creciendo un fuerte desencanto, ya que, en parte la crisis y en parte la falta de solidaridad, están deteriorando sus economías y minando las viejas ilusiones europeístas.
El debate de la Europa de dos velocidades ha sido frecuente y, con frecuencia, apasionado. A veces incluso ha sido un debate confuso. No sé las velocidades que debe tener, pero determinados líderes y determinados países son los que tienen que marcar el ritmo hacia la meta irrenunciable que es la Europa política en el más profundo sentido de la palabra.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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