Por Mariano Aguirre, director del Norwegian Peacebuilding Centre, Oslo (EL PAÍS, 06/05/09):
Pocas semanas después de que el presidente Barack Obama anunciara una nueva estrategia integrada para Afganistán y Pakistán, basada en aumentar el número de tropas y técnicos en el primer país, fortalecer la ayuda militar y de desarrollo en el segundo, iniciar el diálogo con insurgentes moderados y promover un marco regional de negociación, emergen dudas sobre su viabilidad.
El general David Petraeus quiere repetir en Afganistán la fórmula usada en Irak: aumentar momentáneamente las tropas estadounidenses, poner más énfasis en proyectos civiles, no actuar como ocupantes y crear milicias que defiendan sus poblados y colaboren con la débil policía y Ejército afganos para combatir a los talibanes.
Además de que la situación en Irak está lejos de ser estable, su estrategia tiene tres problemas.
Primero, la volubilidad de los individuos y grupos armados de ese país que desde 1980 han cambiado en varias ocasiones de bandos y lealtades.
Segundo, que los talibanes están ejerciendo una fuerte presión sobre los pastunes para que no se alíen con Estados Unidos y el Gobierno de Kabul, amenazándoles con venganzas colectivas.
Tercero, que la experiencia en diversos países muestra que, una vez que se crean milicias paramilitares, pueden generarse nuevos ciclos de violencia, especialmente cuando no hay control estatal.
El número de tropas extranjeras en Afganistán se ha cuadruplicado desde 2001, al tiempo que han aumentado las fuerzas de seguridad locales, pero la inestabilidad es mayor y la insurgencia más fuerte. Nada asegura que un incremento de tropas vaya a ser exitoso. De hecho, los talibanes y otros grupos insurgentes de Afganistán y Pakistán están estrechando sus alianzas para recibir a las nuevas tropas de Estados Unidos. A su vez, Washington no cuenta con suficientes efectivos para cubrir simultáneamente Irak y Afganistán, ni con suficientes técnicos militares dispuestos a ir a este último país.
Recientemente, 50 parlamentarios del Progressive Caucus en el Congreso expresaron a Obama sus dudas, especialmente que el aumento de tropas no le conduzca a las situaciones que afrontaron los presidentes Lyndon Johnson en Vietnam o George W. Bush en Irak, que terminaron produciendo miles de víctimas y una salida sin victoria.
El representante demócrata Jim McGovern declaró: “Tengo el profundo sentimiento de que nos estamos metiendo en algo de lo que nunca vamos a poder salir”. Esa frase expresa que la complejidad del problema no permite imaginar una estrategia de salida exitosa, y a corto plazo, de las tropas de Estados Unidos. Esto puede ser un grave problema interno para Obama.
Una gran incógnita es con quién negociar. Por un lado, no hay claridad sobre quiénes son los talibanes moderados y los radicales a los que se refiere Estados Unidos.
La insurgencia afgana y paquistaní incluye grupos tribales, subtribales y clanes que van desde las tribus pastún, que son antioccidentales pero no “talibanes”, hasta organizaciones criminales locales y señores de la guerra. Además, los talibanes y el grupo Hezb-e-Islami parecen estar más interesados en debilitar y derrocar al Gobierno de Kabul que en negociar con él. Las críticas de Washington y otros Gobiernos al presidente afgano Hamid Karzai por tolerar la corrupción acentúan su debilidad.
Una cuestión central es la financiación de los talibanes. El cultivo de amapola es la fuente económica para parte de la población, pero también para los insurgentes. Cientos de miles de personas viven de una producción que en 2008 alcanzó un valor aproximado de 3.400 millones de dólares, y una buena parte fue a las arcas de los talibanes y otros grupos. El país produce el 90% del opio que se vende en el mundo, y la mayor parte viene de la provincia de Helmand, uno de los centros de operaciones de los talibanes.
Diversos expertos consideran que al Plan Obama le sobra ofensiva militar y le falta reconocer la naturaleza tribal de la sociedad afgana y parte de la paquistaní, y que sería más adecuado usar las instituciones tradicionales de Afganistán y Pakistán para promover acuerdos locales, procesos de reconciliación y mecanismos de resolución de conflictos basados en fórmulas tradicionales.
Todos los analistas coinciden en la necesidad de la perspectiva regional. Las relaciones están marcadas por el acceso a la energía, el narcotráfico, los refugiados, la expansión transfronteriza del islam político radical y el liderazgo geopolítico. Alcanzar algún tipo de diálogo y eventual marco negociador en este nivel será una tarea complicada y de largo plazo.
Afganistán no es una prioridad para ningún Gobierno de la región, aunque India, Pakistán, Rusia, Irán, China, Turquía, Arabia Saudí y los países de Asia Central tienen intereses en estabilizar Afganistán. Esto puede favorecer el diálogo, pero la tensión entre India y Pakistán por Cachemira es profunda, e Irán no colaborará a menos que ceda la presión sobre su plan nuclear y sea reconocido como potencia regional.
Además, Rusia y China desaprueban la presencia de tropas de Estados Unidos y la OTAN en la región, y existen competencias por recursos acuíferos entre Afganistán y sus vecinos de Asia Central.
Hasta hace poco, Estados Unidos y la OTAN consideraban que Pakistán era clave para ganar la guerra en Afganistán. Ahora, la guerra principal está en Pakistán, un Estado desintegrado y en tensión violenta entre el proyecto liberal secular y el del islam radical.
Estados Unidos y sus aliados están alarmados por el auge del islamismo radical y la ofensiva militante, y presionan a Pakistán para que colabore en la lucha contra los talibanes en sus áreas tribales y deje de proveerles retaguardia.
El Servicio de Inteligencia paquistaní ha apoyado desde los años ochenta a los muyahidin afganos contra la intervención soviética, luego a grupos armados pastunes y baluchis contra India en la disputa por Cachemira, y ahora a los talibanes y pastunes contra la OTAN.
Las fuerzas armadas paquistaníes creen que los talibanes pueden ser contenidos mediante entregas de territorio y disuasión, y que su misión principal es prepararse para contener la expansión de India. Los oficiales consideran que Estados Unidos está confabulado con India para debilitar a Pakistán. El acuerdo de transferencia tecnológica nuclear que firmó el Gobierno de George W. Bush con Nueva Delhi, más las condiciones que Washington ha puesto para que la ayuda militar a Pakistán sea usada para combatir la insurgencia y no contra India, confirman esta tesis.
Los militantes del Punjab están aliados con los talibanes y comparten armas, fondos y entrenamiento. El Punjab se asemeja cada vez más al control que mantienen los talibanes paquistaníes sobre la región SWAT después del acuerdo que alcanzaron hace pocas semanas con el Gobierno de Asif Ali Zardari. Los insurgentes usan esas zonas como retaguardia. O sea, que mientras Washington da fondos al Gobierno paquistaní para luchar contra los talibanes, éste les cede parte del país y el plan de Estados Unidos queda en entredicho.
Obama sigue la línea de George W. Bush de la “guerra contra el terror” al plantear que el objetivo es impedir que Afganistán y Pakistán sean usados para amenazar a Estados Unidos y Europa. Ésta es una visión muy limitada. Con tantos recursos, soldados y países implicados en este conflicto y en esta región, su plan debería ser menos militar y más favorable a generar negociaciones y acuerdos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Pocas semanas después de que el presidente Barack Obama anunciara una nueva estrategia integrada para Afganistán y Pakistán, basada en aumentar el número de tropas y técnicos en el primer país, fortalecer la ayuda militar y de desarrollo en el segundo, iniciar el diálogo con insurgentes moderados y promover un marco regional de negociación, emergen dudas sobre su viabilidad.
El general David Petraeus quiere repetir en Afganistán la fórmula usada en Irak: aumentar momentáneamente las tropas estadounidenses, poner más énfasis en proyectos civiles, no actuar como ocupantes y crear milicias que defiendan sus poblados y colaboren con la débil policía y Ejército afganos para combatir a los talibanes.
Además de que la situación en Irak está lejos de ser estable, su estrategia tiene tres problemas.
Primero, la volubilidad de los individuos y grupos armados de ese país que desde 1980 han cambiado en varias ocasiones de bandos y lealtades.
Segundo, que los talibanes están ejerciendo una fuerte presión sobre los pastunes para que no se alíen con Estados Unidos y el Gobierno de Kabul, amenazándoles con venganzas colectivas.
Tercero, que la experiencia en diversos países muestra que, una vez que se crean milicias paramilitares, pueden generarse nuevos ciclos de violencia, especialmente cuando no hay control estatal.
El número de tropas extranjeras en Afganistán se ha cuadruplicado desde 2001, al tiempo que han aumentado las fuerzas de seguridad locales, pero la inestabilidad es mayor y la insurgencia más fuerte. Nada asegura que un incremento de tropas vaya a ser exitoso. De hecho, los talibanes y otros grupos insurgentes de Afganistán y Pakistán están estrechando sus alianzas para recibir a las nuevas tropas de Estados Unidos. A su vez, Washington no cuenta con suficientes efectivos para cubrir simultáneamente Irak y Afganistán, ni con suficientes técnicos militares dispuestos a ir a este último país.
Recientemente, 50 parlamentarios del Progressive Caucus en el Congreso expresaron a Obama sus dudas, especialmente que el aumento de tropas no le conduzca a las situaciones que afrontaron los presidentes Lyndon Johnson en Vietnam o George W. Bush en Irak, que terminaron produciendo miles de víctimas y una salida sin victoria.
El representante demócrata Jim McGovern declaró: “Tengo el profundo sentimiento de que nos estamos metiendo en algo de lo que nunca vamos a poder salir”. Esa frase expresa que la complejidad del problema no permite imaginar una estrategia de salida exitosa, y a corto plazo, de las tropas de Estados Unidos. Esto puede ser un grave problema interno para Obama.
Una gran incógnita es con quién negociar. Por un lado, no hay claridad sobre quiénes son los talibanes moderados y los radicales a los que se refiere Estados Unidos.
La insurgencia afgana y paquistaní incluye grupos tribales, subtribales y clanes que van desde las tribus pastún, que son antioccidentales pero no “talibanes”, hasta organizaciones criminales locales y señores de la guerra. Además, los talibanes y el grupo Hezb-e-Islami parecen estar más interesados en debilitar y derrocar al Gobierno de Kabul que en negociar con él. Las críticas de Washington y otros Gobiernos al presidente afgano Hamid Karzai por tolerar la corrupción acentúan su debilidad.
Una cuestión central es la financiación de los talibanes. El cultivo de amapola es la fuente económica para parte de la población, pero también para los insurgentes. Cientos de miles de personas viven de una producción que en 2008 alcanzó un valor aproximado de 3.400 millones de dólares, y una buena parte fue a las arcas de los talibanes y otros grupos. El país produce el 90% del opio que se vende en el mundo, y la mayor parte viene de la provincia de Helmand, uno de los centros de operaciones de los talibanes.
Diversos expertos consideran que al Plan Obama le sobra ofensiva militar y le falta reconocer la naturaleza tribal de la sociedad afgana y parte de la paquistaní, y que sería más adecuado usar las instituciones tradicionales de Afganistán y Pakistán para promover acuerdos locales, procesos de reconciliación y mecanismos de resolución de conflictos basados en fórmulas tradicionales.
Todos los analistas coinciden en la necesidad de la perspectiva regional. Las relaciones están marcadas por el acceso a la energía, el narcotráfico, los refugiados, la expansión transfronteriza del islam político radical y el liderazgo geopolítico. Alcanzar algún tipo de diálogo y eventual marco negociador en este nivel será una tarea complicada y de largo plazo.
Afganistán no es una prioridad para ningún Gobierno de la región, aunque India, Pakistán, Rusia, Irán, China, Turquía, Arabia Saudí y los países de Asia Central tienen intereses en estabilizar Afganistán. Esto puede favorecer el diálogo, pero la tensión entre India y Pakistán por Cachemira es profunda, e Irán no colaborará a menos que ceda la presión sobre su plan nuclear y sea reconocido como potencia regional.
Además, Rusia y China desaprueban la presencia de tropas de Estados Unidos y la OTAN en la región, y existen competencias por recursos acuíferos entre Afganistán y sus vecinos de Asia Central.
Hasta hace poco, Estados Unidos y la OTAN consideraban que Pakistán era clave para ganar la guerra en Afganistán. Ahora, la guerra principal está en Pakistán, un Estado desintegrado y en tensión violenta entre el proyecto liberal secular y el del islam radical.
Estados Unidos y sus aliados están alarmados por el auge del islamismo radical y la ofensiva militante, y presionan a Pakistán para que colabore en la lucha contra los talibanes en sus áreas tribales y deje de proveerles retaguardia.
El Servicio de Inteligencia paquistaní ha apoyado desde los años ochenta a los muyahidin afganos contra la intervención soviética, luego a grupos armados pastunes y baluchis contra India en la disputa por Cachemira, y ahora a los talibanes y pastunes contra la OTAN.
Las fuerzas armadas paquistaníes creen que los talibanes pueden ser contenidos mediante entregas de territorio y disuasión, y que su misión principal es prepararse para contener la expansión de India. Los oficiales consideran que Estados Unidos está confabulado con India para debilitar a Pakistán. El acuerdo de transferencia tecnológica nuclear que firmó el Gobierno de George W. Bush con Nueva Delhi, más las condiciones que Washington ha puesto para que la ayuda militar a Pakistán sea usada para combatir la insurgencia y no contra India, confirman esta tesis.
Los militantes del Punjab están aliados con los talibanes y comparten armas, fondos y entrenamiento. El Punjab se asemeja cada vez más al control que mantienen los talibanes paquistaníes sobre la región SWAT después del acuerdo que alcanzaron hace pocas semanas con el Gobierno de Asif Ali Zardari. Los insurgentes usan esas zonas como retaguardia. O sea, que mientras Washington da fondos al Gobierno paquistaní para luchar contra los talibanes, éste les cede parte del país y el plan de Estados Unidos queda en entredicho.
Obama sigue la línea de George W. Bush de la “guerra contra el terror” al plantear que el objetivo es impedir que Afganistán y Pakistán sean usados para amenazar a Estados Unidos y Europa. Ésta es una visión muy limitada. Con tantos recursos, soldados y países implicados en este conflicto y en esta región, su plan debería ser menos militar y más favorable a generar negociaciones y acuerdos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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