Por Gregorio Morán (LA VANGUARDIA, 09/05/09):
Es la esclavitud de los titulares. Mi intención era Victorias y derrotas póstumas de Borges, pero hoy día tanta letra es imposible. Digan lo que digan los analistas borgianos de su literatura, lo más increíble, por paradójico, es que su vida, sus palabras, sus gestos, sus compromisos, sus hábitos, es decir, todo lo que no es estrictamente literatura, ha cobrado una importancia póstuma que cubre y hasta ilumina su obra. Basta visitar esas maravillosas librerías de Buenos Aires, auténticas bodegas de lujo repletas de las mejores añadas, para constatar que el atractivo - o la repulsión-hacia Jorge Luis Borges se refiere a su persona, y que sus escritos pueden servir en muchos casos como prueba de tal o cual rasgo biográfico.
Incluso su prolongada y tenebrosa muerte tiene algo de esperpento, imposible de atenuar con referencias a tradiciones japonesas -las de su viuda, María Kodama- o a la gélida Ginebra de calvinistas y banqueros, lugar donde se le dio sepultura.
Es probable que el inquebrantable mundo de los borgianos lo considere una blasfemia, pero a lo mejor es cierto y resulta que la vida de Borges tiene mayor trascendencia que su obra. No quiere decir esto que La intrusa o El sur,que él consideraba sus narraciones más conseguidas, y algunas más, como La forma de la espada, o Tema del traidor y del héroe, que bastarían para consagrarle, queden ocultas entre la farfolla de los chismes biográficos. No es eso. Lo que quiero decir es que en Borges -un chismoso irredento- tienen trascendencia aquellas cosas que para cualquier otro no eran más que incidentes de la vida o gajes del oficio de escribir. Cada gesto borgiano puede ser traducido. Y bastaría esto para considerarlo quizá la más rotunda de sus derrotas, porque se pasó toda la vida insistiendo en que eso mismo, que él consideraba fundamental en los demás, en su caso no tenía la menor trascendencia. Que la obra lo era todo.
Pongamos la política. Cualquier novato borgiano pensaría al primer golpe en lo absurdo de referirnos al maestro Borges en asunto tan zafio y lastimero como la política. Sin embargo, no hay acontecimiento político vivido en el que no haya participado con su opinión, pública y rotunda. Igual que no es fácil rastrear la historia en buena parte de la vida de Paul Valéry o de Hermann Hesse, o en ese grande de nuestra literatura, tan olvidado hoy, Juan Gil-Albert, al que la política castigó ¡y de qué modo!, en Borges no sólo figura en sus relatos sino que aparece como obsesiva en su vida. Desde su fervor juvenil por la revolución rusa y su anarquismo radical posterior, a la militancia expresa - es decir, con carnet y pago de cuotas-primero en el Partido Radical argentino y luego en el Partido Conservador. Su defensa de la guerra de Vietnam como la lucha entre la civilización occidental frente a la barbarie comunista, hasta llegar a su definición de la primera Junta Militar golpista del 76 como un gobierno de caballeros.¿Qué decir de sus elogios a Pinochet tras una entrevista, casi un psicodrama, donde el Dictador le confesó a nuestro hombre enternecido, que se sentía solo?Sobre el antiperonismo volveremos más adelante.
Pongamos también el amor, la pasión erótica, la sensualidad. No alcanza la media docena de versos - no poemas, digo versos-realmente sentidos y logrados sobre el asunto. ¿Pero qué es eso ante el fascinante y retorcido -no tengo muy claro si colocar antes lo de retorcido que lo de fascinante- mundo pasional de Borges? Desde la historia en Ginebra, con su padre y la prostituta de lujo (digamos en voz baja que ése fue el sueño de buena parte de mi generación: que tu padre te invitara en la edad de merecer a visitar una señorita garantizada para ilustrarte en los rudimentos del sexo). Al parecer, en su caso fue traumático. Luego están la retahíla de novias, amantes inconclusas y dos matrimonios más blancos que las sábanas. Y me cabe añadir su admirada madre, doña Leonor de Acevedo, que no sé por qué razón algunos indocumentados la llaman castradora.¿Acaso las madres que cuidan a sus hijos, que además de atenderles y aguantarles, incluso les buscan novias y hasta esposas, son castradoras? ¡El castrador de voluntades, en última instancia, sería él! Hay mucho psicólogo de regadío que desconoce la vida en socarral. No afirmo que la biografía de Borges sea apasionante. Al contrario, aseguro que lo apasionante consiste en estudiarla, no en vivirla. Llevo tantos años tras el personaje que echo de menos una biografía de esas que le gustaban a él, anglosajonas, donde con un punto de ironía se fueran desgranando los libros y los versos y las tramas biográficas, y las damas, sobre todo las damas. Borges es un profesional de la seducción. Yme atrevo a decirlo, de una virilidad obsesiva, apabullante. ¿Qué importa el consummatum si está la llama? Hay un Borges con mujeres y otro Borges con amigos. No hay mezcla, hay suma.
Borges debe figurar entre los escritores más preocupados por su biografía. La insinceridad borgiana es antológica. ¡Qué falso es! Y sin embargo qué autenticidad hay en su falta de sinceridad. No creo que haya otro caso en la literatura en castellano tan obsesionado como Borges en su biografía, salvo quizá Camilo José Cela. No tienen nada que ver, pero comparten ese vínculo singular que los amarra. Un castizo lo llamaría la desfachatez del cínico, pero no es eso. No es cinismo, ni maldad tampoco. Me impresiona cuando Borges le dice a su amiga y biógrafa María Esther Vázquez, “yo no soy un canalla; sólo un pedante”. En El Aleph se le cuela un sinónimo delator: “de literatura, de falsedad”. Confesémoslo, hay en Borges un atractivo al que ningún escritor puede sustraerse, y hay también algo que repele hasta el vómito. Recuerdo un momento, casi un rasgo, de una conversación un tanto ligera - ¡qué frívolo era Borges con todo lo que no se refería a élmismo!-donde a propósito de la literatura española - donde dice cosas agudísimas, por cierto-,añade a modo de resumen: “A mí García Lorca siempre me ha parecido un poeta menor… Creo que tuvo la suerte de ser fusilado y eso contribuye, ¿no?”. Probablemente habrá que ir admitiendo la evidente categoría de García Lorca como poeta dotado y trágicamente interrumpido, lo que le convierte en términos canónicos en menor,¡pero lo de la suerte de ser asesinado!
Para quienes duden de este enfoque infrecuente de un Borges biográfico, les remito a sus últimos años. ¿Diez, veinte? Las décadas de viajes permanentes y abundante producción social. Su conversión en relaciones públicas de la alta cultura y la alta política exigiría una crónica minuciosa. Los premios, los doctorados honoris causa, la canonización en vida, sus opiniones en todas y cada una de las sedes del ancho mundo… No nos engañemos, la fascinación por el poder, es un señuelo de la política para atrapar a los intelectuales.
Cuando los grandes de la tierra confían sus cuitas y otorgan agasajos, glorias, elogios, se entra sin duda en un mundo diferente. El de lo indiscutido. Sotto voce se dirá que Borges está acabado, que es un ciego boludo que no se entera de nada. Se equivocan. Nunca estuvo tan lúcido como cuando le glorificaron. En definitiva era como cerrar un ciclo, y para Borges cerrar un pasado. Como sabe todo aquel que escribe, basta con olvidarlo en los fastos del presente; el resto es cuestión de dejarlo en el sillón del psicoanalista.
Y ese ciclo, tan trascendentalmente biográfico y creativo estaba dominado por aquella frase, que se le escapó en 1976, probablemente insincera: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. ¿Por qué dice pecado? El pecado exige conciencia de pecar, como no se cansaban de explicarnos los teólogos. Hay mucha gente infeliz, pero sin pecado; porque la vida no les ha consentido otra cosa. Ellos no pudieron escoger, Borges sí.
En fin, hemos de dejarlo aquí. ¿Y la victoria póstuma? La única cosa en lo que fue coherente y radicalmente sincero Borges fue en su odio a Perón. Una diputada de la bancada peronista ha solicitado, hace unas semanas, que se trasladen los restos de Jorge Luis Borges del cementerio de Ginebra al muy porteño de La Recoleta, donde reposa su madre. ¿Hay mayor éxito biográfico que conseguir que el enemigo reconozca el deber de enterrarte con honores?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Es la esclavitud de los titulares. Mi intención era Victorias y derrotas póstumas de Borges, pero hoy día tanta letra es imposible. Digan lo que digan los analistas borgianos de su literatura, lo más increíble, por paradójico, es que su vida, sus palabras, sus gestos, sus compromisos, sus hábitos, es decir, todo lo que no es estrictamente literatura, ha cobrado una importancia póstuma que cubre y hasta ilumina su obra. Basta visitar esas maravillosas librerías de Buenos Aires, auténticas bodegas de lujo repletas de las mejores añadas, para constatar que el atractivo - o la repulsión-hacia Jorge Luis Borges se refiere a su persona, y que sus escritos pueden servir en muchos casos como prueba de tal o cual rasgo biográfico.
Incluso su prolongada y tenebrosa muerte tiene algo de esperpento, imposible de atenuar con referencias a tradiciones japonesas -las de su viuda, María Kodama- o a la gélida Ginebra de calvinistas y banqueros, lugar donde se le dio sepultura.
Es probable que el inquebrantable mundo de los borgianos lo considere una blasfemia, pero a lo mejor es cierto y resulta que la vida de Borges tiene mayor trascendencia que su obra. No quiere decir esto que La intrusa o El sur,que él consideraba sus narraciones más conseguidas, y algunas más, como La forma de la espada, o Tema del traidor y del héroe, que bastarían para consagrarle, queden ocultas entre la farfolla de los chismes biográficos. No es eso. Lo que quiero decir es que en Borges -un chismoso irredento- tienen trascendencia aquellas cosas que para cualquier otro no eran más que incidentes de la vida o gajes del oficio de escribir. Cada gesto borgiano puede ser traducido. Y bastaría esto para considerarlo quizá la más rotunda de sus derrotas, porque se pasó toda la vida insistiendo en que eso mismo, que él consideraba fundamental en los demás, en su caso no tenía la menor trascendencia. Que la obra lo era todo.
Pongamos la política. Cualquier novato borgiano pensaría al primer golpe en lo absurdo de referirnos al maestro Borges en asunto tan zafio y lastimero como la política. Sin embargo, no hay acontecimiento político vivido en el que no haya participado con su opinión, pública y rotunda. Igual que no es fácil rastrear la historia en buena parte de la vida de Paul Valéry o de Hermann Hesse, o en ese grande de nuestra literatura, tan olvidado hoy, Juan Gil-Albert, al que la política castigó ¡y de qué modo!, en Borges no sólo figura en sus relatos sino que aparece como obsesiva en su vida. Desde su fervor juvenil por la revolución rusa y su anarquismo radical posterior, a la militancia expresa - es decir, con carnet y pago de cuotas-primero en el Partido Radical argentino y luego en el Partido Conservador. Su defensa de la guerra de Vietnam como la lucha entre la civilización occidental frente a la barbarie comunista, hasta llegar a su definición de la primera Junta Militar golpista del 76 como un gobierno de caballeros.¿Qué decir de sus elogios a Pinochet tras una entrevista, casi un psicodrama, donde el Dictador le confesó a nuestro hombre enternecido, que se sentía solo?Sobre el antiperonismo volveremos más adelante.
Pongamos también el amor, la pasión erótica, la sensualidad. No alcanza la media docena de versos - no poemas, digo versos-realmente sentidos y logrados sobre el asunto. ¿Pero qué es eso ante el fascinante y retorcido -no tengo muy claro si colocar antes lo de retorcido que lo de fascinante- mundo pasional de Borges? Desde la historia en Ginebra, con su padre y la prostituta de lujo (digamos en voz baja que ése fue el sueño de buena parte de mi generación: que tu padre te invitara en la edad de merecer a visitar una señorita garantizada para ilustrarte en los rudimentos del sexo). Al parecer, en su caso fue traumático. Luego están la retahíla de novias, amantes inconclusas y dos matrimonios más blancos que las sábanas. Y me cabe añadir su admirada madre, doña Leonor de Acevedo, que no sé por qué razón algunos indocumentados la llaman castradora.¿Acaso las madres que cuidan a sus hijos, que además de atenderles y aguantarles, incluso les buscan novias y hasta esposas, son castradoras? ¡El castrador de voluntades, en última instancia, sería él! Hay mucho psicólogo de regadío que desconoce la vida en socarral. No afirmo que la biografía de Borges sea apasionante. Al contrario, aseguro que lo apasionante consiste en estudiarla, no en vivirla. Llevo tantos años tras el personaje que echo de menos una biografía de esas que le gustaban a él, anglosajonas, donde con un punto de ironía se fueran desgranando los libros y los versos y las tramas biográficas, y las damas, sobre todo las damas. Borges es un profesional de la seducción. Yme atrevo a decirlo, de una virilidad obsesiva, apabullante. ¿Qué importa el consummatum si está la llama? Hay un Borges con mujeres y otro Borges con amigos. No hay mezcla, hay suma.
Borges debe figurar entre los escritores más preocupados por su biografía. La insinceridad borgiana es antológica. ¡Qué falso es! Y sin embargo qué autenticidad hay en su falta de sinceridad. No creo que haya otro caso en la literatura en castellano tan obsesionado como Borges en su biografía, salvo quizá Camilo José Cela. No tienen nada que ver, pero comparten ese vínculo singular que los amarra. Un castizo lo llamaría la desfachatez del cínico, pero no es eso. No es cinismo, ni maldad tampoco. Me impresiona cuando Borges le dice a su amiga y biógrafa María Esther Vázquez, “yo no soy un canalla; sólo un pedante”. En El Aleph se le cuela un sinónimo delator: “de literatura, de falsedad”. Confesémoslo, hay en Borges un atractivo al que ningún escritor puede sustraerse, y hay también algo que repele hasta el vómito. Recuerdo un momento, casi un rasgo, de una conversación un tanto ligera - ¡qué frívolo era Borges con todo lo que no se refería a élmismo!-donde a propósito de la literatura española - donde dice cosas agudísimas, por cierto-,añade a modo de resumen: “A mí García Lorca siempre me ha parecido un poeta menor… Creo que tuvo la suerte de ser fusilado y eso contribuye, ¿no?”. Probablemente habrá que ir admitiendo la evidente categoría de García Lorca como poeta dotado y trágicamente interrumpido, lo que le convierte en términos canónicos en menor,¡pero lo de la suerte de ser asesinado!
Para quienes duden de este enfoque infrecuente de un Borges biográfico, les remito a sus últimos años. ¿Diez, veinte? Las décadas de viajes permanentes y abundante producción social. Su conversión en relaciones públicas de la alta cultura y la alta política exigiría una crónica minuciosa. Los premios, los doctorados honoris causa, la canonización en vida, sus opiniones en todas y cada una de las sedes del ancho mundo… No nos engañemos, la fascinación por el poder, es un señuelo de la política para atrapar a los intelectuales.
Cuando los grandes de la tierra confían sus cuitas y otorgan agasajos, glorias, elogios, se entra sin duda en un mundo diferente. El de lo indiscutido. Sotto voce se dirá que Borges está acabado, que es un ciego boludo que no se entera de nada. Se equivocan. Nunca estuvo tan lúcido como cuando le glorificaron. En definitiva era como cerrar un ciclo, y para Borges cerrar un pasado. Como sabe todo aquel que escribe, basta con olvidarlo en los fastos del presente; el resto es cuestión de dejarlo en el sillón del psicoanalista.
Y ese ciclo, tan trascendentalmente biográfico y creativo estaba dominado por aquella frase, que se le escapó en 1976, probablemente insincera: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. ¿Por qué dice pecado? El pecado exige conciencia de pecar, como no se cansaban de explicarnos los teólogos. Hay mucha gente infeliz, pero sin pecado; porque la vida no les ha consentido otra cosa. Ellos no pudieron escoger, Borges sí.
En fin, hemos de dejarlo aquí. ¿Y la victoria póstuma? La única cosa en lo que fue coherente y radicalmente sincero Borges fue en su odio a Perón. Una diputada de la bancada peronista ha solicitado, hace unas semanas, que se trasladen los restos de Jorge Luis Borges del cementerio de Ginebra al muy porteño de La Recoleta, donde reposa su madre. ¿Hay mayor éxito biográfico que conseguir que el enemigo reconozca el deber de enterrarte con honores?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
1 comentario:
Es sintomático que el periodista no identifique eso que tanto repele en Borges: la pedantería. Se habría ahorrado tan cansina acumulación de chismes biográficos; y con un poco de suerte nos habría ahorrado también la pedantería insufrible que el propio artículo destila, con esa obsesión paranoica por querer decir de un plumazo algo diferente y más agudo que nadie, sobre un escritor del que ya se ha dicho todo y más.
Borges escribio y dijo disparates y boutades a mansalva, movido por su manía de ser original, de decir siempre algo diferente e ingenioso. Pero, claro, era Borges y la calidad de su obra puede soportarlo casi todo. Además, tuvo la altura de reconocerlo con todas las letras: “no soy un canalla; sólo un pedante”, una chulería más, en el fondo.
El articulista, evidentemente, no es Borges, aunque en pedantería se le aproxima. Y es que casi siempre lo más dificil de observar es la propia nariz.
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