Por Daniel Reboredo, historiador (EL CORREO DIGITAL, 18/05/09):
Los meses que siguieron a la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial fueron de caos absoluto en todo el país. La ‘época de las ruinas’ (Trümmerzeit) en la que se había convertido el Tercer Reich de los mil años, la anarquía que la caracterizó y las escasas posibilidades de supervivencia de la población sólo fueron superadas por la ocupación aliada y por el cuidado que ésta había tenido en no destruir el imponente tejido industrial alemán. Cuando el 23 de mayo de 1949 se creó la República Federal Alemana (RFA) y, cuatro meses después, la República Democrática Alemana patrocinada por la URSS, se constató la imposibilidad de reunificar el país. Ambos Estados fueron paradigmas de los modelos políticos y socioeconómicos que por aquel entonces se estaban implantando en Europa, y la RFA el ejemplo más llamativo e importante de estabilización política en la Europa de la postguerra. Cuando ésta ingresó en la OTAN (1955) se encontraba ya en pleno camino del ‘Wirtschaftswunder’, o milagro económico, del que tanto se vanaglorió y que tanto desconcertó y sorprendió a los numerosos observadores de ambos bandos que habían presagiado lo peor. A ello contribuyeron unas instituciones modeladas para evitar repetir el fracaso de la República de Weimar, una importante descentralización en länder o demarcaciones regionales, un Gobierno central fuerte a pesar del recorte de sus facultades y, finalmente, una legislación social orientada a reducir el riesgo de conflictos laborales y la politización de las disputas económicas. Fueron los años de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) que gobernó desde las primeras elecciones de la RFA, celebradas en 1949, hasta 1966, con un Konrad Adenauer que lideró el país hasta su dimisión en 1963.
La contrapartida del éxito económico fue el comportamiento de los gobiernos de la década de 1950 evitando la autocrítica del pasado reciente del país y respaldando una condescendiente visión del mismo que se acompañó con sucesivas amnistías que reincorporaron a la vida civil a muchos criminales de guerra, y con la no investigación de la mayoría de crímenes alemanes cometidos en el Este y en los campos de concentración. Adenauer eludió la declaración pública de la verdad y mantuvo siempre un prudente y cómplice silencio. Las voces críticas fueron acalladas por una losa en la que fabricar, ahorrar, adquirir y gastar se convirtieron en las principales actividades de los alemanes occidentales y en las líneas directrices de la vida nacional. Eficacia, detalle, minuciosidad, fiabilidad y calidad en la fabricación de sus productos acabados fueron los colores de la nueva, y metafórica, bandera alemana, cuyo ondear impulsaba la prosperidad, el compromiso y la indiferencia política, a la par que ocultaba los fantasmas del pasado en la memoria nacional. Por eso el desarrollo económico hizo que la RFA segregara autocomplacencia, hipocresía y olvido en la década de 1960, culminando semejante cinismo la elección como canciller, en diciembre de 1966, del ex nazi Kurt Georg Kiesinger.
La década siguiente, la de 1970, una época llena de problemas y que añoraba el pasado, se inició mal en todas partes debido a que el ciclo de crecimiento y prosperidad de la posguerra había finalizado. Después de veinte años de dominio cristianodemócrata, el Partido Socialdemócrata Alemán, liderado por Willy Brandt, ganó las elecciones federales de 1969 y accedió al poder coaligado con el Partido Liberal Demócrata. Brandt se convirtió en la cabeza de un país firmemente asentado en Occidente a través de la Unión de la Europa occidental, la CEE y la OTAN e inició la denominada ‘Ostpolitik’, con la que los alemanes asumieron la función de reunificar el país y que continuaron sus sucesores, el socialista Helmut Schmidt y el cristianodemócrata Helmut Kohl, hasta conseguirlo el 3 de octubre de 1990. La reunificación supuso un esfuerzo ímprobo para la nueva Alemania, que tuvo que reparar las carencias y el atraso en que se encontraba todo el este del nuevo país. Una vez conseguido, su economía se convirtió en la tercera del mundo y en la más importante del continente europeo, liderando también las exportaciones mundiales. Los gobiernos de Gerhard Schröder (1998-2005) y Angela Merkel continuaron la tendencia hasta que la crisis financiera y económica que recorre el planeta sacudió también a la potente Alemania y la denominada ‘locomotora europea’ inició su peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. Los principales institutos económicos alemanes y el FMI han manifestado su preocupación por la caída libre en que se encuentra la economía del país, que se contraerá hasta un 6% según los primeros y hasta un 5,6% según el segundo, que contemplará la existencia a finales de 2010 de casi 5 millones de parados, que ha visto el descenso de un 60% de los pedidos y las exportaciones, de un 25% en la producción industrial y de un 3,6% los salarios, y que hace que se piense en la temida llegada de la inflación y, sobre todo, de la deflación.
Las esperanzas que generaron los dos planes de reactivación económica del Gobierno, que han costado miles de millones de euros, no se han visto acompañadas de resultados de importancia, y ya se prepara un tercero que debe sumarse al ajuste entre la demanda interna y las exportaciones y que supone una gran inversión en infraestructuras. La incertidumbre que impregna todos los rincones de la nación se está acentuando con los recortes que se han comenzado a realizar y que están agitando los pilares de su sociedad.
Nada de esto se pensaba un año atrás, cuando se confiaba en salir de la crisis con relativa facilidad y sin angustia alguna. Vana ilusión que ha difuminado el tiempo y cuyo mensaje se ha sustituido por el del cómo y el cuándo se saldrá de la misma. Nadie lo sabe. Cuánto agradecerían los candidatos a regir los destinos del país después de las próximas elecciones de 27 de septiembre, un segundo milagro económico alemán.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Los meses que siguieron a la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial fueron de caos absoluto en todo el país. La ‘época de las ruinas’ (Trümmerzeit) en la que se había convertido el Tercer Reich de los mil años, la anarquía que la caracterizó y las escasas posibilidades de supervivencia de la población sólo fueron superadas por la ocupación aliada y por el cuidado que ésta había tenido en no destruir el imponente tejido industrial alemán. Cuando el 23 de mayo de 1949 se creó la República Federal Alemana (RFA) y, cuatro meses después, la República Democrática Alemana patrocinada por la URSS, se constató la imposibilidad de reunificar el país. Ambos Estados fueron paradigmas de los modelos políticos y socioeconómicos que por aquel entonces se estaban implantando en Europa, y la RFA el ejemplo más llamativo e importante de estabilización política en la Europa de la postguerra. Cuando ésta ingresó en la OTAN (1955) se encontraba ya en pleno camino del ‘Wirtschaftswunder’, o milagro económico, del que tanto se vanaglorió y que tanto desconcertó y sorprendió a los numerosos observadores de ambos bandos que habían presagiado lo peor. A ello contribuyeron unas instituciones modeladas para evitar repetir el fracaso de la República de Weimar, una importante descentralización en länder o demarcaciones regionales, un Gobierno central fuerte a pesar del recorte de sus facultades y, finalmente, una legislación social orientada a reducir el riesgo de conflictos laborales y la politización de las disputas económicas. Fueron los años de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) que gobernó desde las primeras elecciones de la RFA, celebradas en 1949, hasta 1966, con un Konrad Adenauer que lideró el país hasta su dimisión en 1963.
La contrapartida del éxito económico fue el comportamiento de los gobiernos de la década de 1950 evitando la autocrítica del pasado reciente del país y respaldando una condescendiente visión del mismo que se acompañó con sucesivas amnistías que reincorporaron a la vida civil a muchos criminales de guerra, y con la no investigación de la mayoría de crímenes alemanes cometidos en el Este y en los campos de concentración. Adenauer eludió la declaración pública de la verdad y mantuvo siempre un prudente y cómplice silencio. Las voces críticas fueron acalladas por una losa en la que fabricar, ahorrar, adquirir y gastar se convirtieron en las principales actividades de los alemanes occidentales y en las líneas directrices de la vida nacional. Eficacia, detalle, minuciosidad, fiabilidad y calidad en la fabricación de sus productos acabados fueron los colores de la nueva, y metafórica, bandera alemana, cuyo ondear impulsaba la prosperidad, el compromiso y la indiferencia política, a la par que ocultaba los fantasmas del pasado en la memoria nacional. Por eso el desarrollo económico hizo que la RFA segregara autocomplacencia, hipocresía y olvido en la década de 1960, culminando semejante cinismo la elección como canciller, en diciembre de 1966, del ex nazi Kurt Georg Kiesinger.
La década siguiente, la de 1970, una época llena de problemas y que añoraba el pasado, se inició mal en todas partes debido a que el ciclo de crecimiento y prosperidad de la posguerra había finalizado. Después de veinte años de dominio cristianodemócrata, el Partido Socialdemócrata Alemán, liderado por Willy Brandt, ganó las elecciones federales de 1969 y accedió al poder coaligado con el Partido Liberal Demócrata. Brandt se convirtió en la cabeza de un país firmemente asentado en Occidente a través de la Unión de la Europa occidental, la CEE y la OTAN e inició la denominada ‘Ostpolitik’, con la que los alemanes asumieron la función de reunificar el país y que continuaron sus sucesores, el socialista Helmut Schmidt y el cristianodemócrata Helmut Kohl, hasta conseguirlo el 3 de octubre de 1990. La reunificación supuso un esfuerzo ímprobo para la nueva Alemania, que tuvo que reparar las carencias y el atraso en que se encontraba todo el este del nuevo país. Una vez conseguido, su economía se convirtió en la tercera del mundo y en la más importante del continente europeo, liderando también las exportaciones mundiales. Los gobiernos de Gerhard Schröder (1998-2005) y Angela Merkel continuaron la tendencia hasta que la crisis financiera y económica que recorre el planeta sacudió también a la potente Alemania y la denominada ‘locomotora europea’ inició su peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. Los principales institutos económicos alemanes y el FMI han manifestado su preocupación por la caída libre en que se encuentra la economía del país, que se contraerá hasta un 6% según los primeros y hasta un 5,6% según el segundo, que contemplará la existencia a finales de 2010 de casi 5 millones de parados, que ha visto el descenso de un 60% de los pedidos y las exportaciones, de un 25% en la producción industrial y de un 3,6% los salarios, y que hace que se piense en la temida llegada de la inflación y, sobre todo, de la deflación.
Las esperanzas que generaron los dos planes de reactivación económica del Gobierno, que han costado miles de millones de euros, no se han visto acompañadas de resultados de importancia, y ya se prepara un tercero que debe sumarse al ajuste entre la demanda interna y las exportaciones y que supone una gran inversión en infraestructuras. La incertidumbre que impregna todos los rincones de la nación se está acentuando con los recortes que se han comenzado a realizar y que están agitando los pilares de su sociedad.
Nada de esto se pensaba un año atrás, cuando se confiaba en salir de la crisis con relativa facilidad y sin angustia alguna. Vana ilusión que ha difuminado el tiempo y cuyo mensaje se ha sustituido por el del cómo y el cuándo se saldrá de la misma. Nadie lo sabe. Cuánto agradecerían los candidatos a regir los destinos del país después de las próximas elecciones de 27 de septiembre, un segundo milagro económico alemán.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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