Por Juan Goytisolo, escritor (EL PAÍS, 07/05/09):
La actual invasión de la intimidad en los medios informativos -llevada como sabemos a extremos nausea-bundos- responde al apetito morboso del gran público por conocer la supuesta verdad oculta detrás del mito de los actores famosos, políticos, gente guapa, realezas o ases del balón. Tanta avidez halaga de ordinario a los sujetos de tal inquisición de sus vidas privadas y les procura a veces jugosos beneficios. Las portadas de las revistas del corazón y los programas del tipo Gran Hermano tienen un precio y los protagonistas desnudados en público o, por mejor decir, los actores de su propio strip-tease, se aprovechan de ello y la convierten en un modus vivendi rentable. Lo que en mi niñez se susurraba al sacerdote confesor en el silencio de una iglesia se explaya ahora en directo ante millones de telespectadores. Sí, le fui infiel. Tengo una amante que me satisface más que él. Soy alcohólico. Conduje en estado de embriaguez. Odio a mi hijastra. Etcétera.
El ámbito literario y cultural no podía ser una excepción a la avasalladora invasión. Los mitos que envuelven a las grandes estrellas, casi siempre con su consentimiento, requieren en contrapartida su correspondiente desmitificación: la demolición a partir de una cascada de revelaciones picantes de la figura del ídolo enhestado a las alturas del éxito o la gloria. Sin mito, no hay antimito. El acoso a las figuras mediáticas, el ansia de hurgar en sus secretos o zonas oscuras, abarca a todos los protagonistas del espacio público. El candidato a las elecciones estadounidenses debe proceder, por ejemplo, a un escrupuloso examen de conciencia no sólo sobre su honradez y competencias, lo cual responde a las normas de una transparencia democrática, sino también de sus pecados o pecadillos de índole íntima: fui injusto con mi primera mujer, frecuenté a un grupo de jóvenes adictos a la marihuana, tuve dos aventuras amorosas antes de contraer matrimonio… El famélico telespectador aguarda aún, insaciable: ¿mintió alguna vez a su esposa, correspondió al amor de sus padres? La voracidad de desnudar al personaje carece de límites. Sabedores de ello, algunos políticos astutos, sin tener la menor idea de quién fue Guy Debord, actúan en la vida como un escenario televisivo. Las bufonadas y dotes histriónicas de Berlusconi, los amores y desamores de Sarkozy encarnan la nueva era. El Gran Teatro del Mundo calderoniano se ha transmutado en un Gran Plató Global en el que los entronizados por la fama aspiran a convertirse en personajes de sí mismos. Seguir siendo únicamente personas es una prueba irrefutable de mediocridad.
Hablaba de la contaminación de semejante estado de cosas en el ámbito cultural. Lo que hoy interesa del escritor o artista conocidos es menos cuanto escribió o escribe que su biografía, especialmente la no autorizada. Quien se arriesga en el género autobiográfico -lo sé por experiencia- engaña de algún modo al lector: la sucesión de recuerdos deshilvanados de la propia vida plasmada en una ambigua continuidad argumental, en un texto sujeto, como todo relato, a una serie de exigencias compositivas de índole artística. Lo que se inicia como labor de arqueólogo -la de ahondar en las incertidumbres de la memoria-, se trueca insidiosamente en tarea de arquitecto, geómetra o agrimensor.
Pero si ello relativiza la verdad de las mejores obras del género, el campo de la biografía ajena se presta a una manipulación infinitamente mayor. La contextualización de poemas, novelas, obras teatrales o artísticas deja a éstas, en la mayoría de los casos, en segundo o tercer plano. El indagador las pospone a las circunstancias preferentemente dramáticas o excitantes, en las que fueron creadas. Pero, ¿aumenta esto el interés por aquéllas? Me temo que la respuesta sea negativa. No leemos más a Virginia Woolf, Sylvia Plath o, más próximo a nosotros, a un notable poeta de mi generación, por la cascada de revelaciones patéticas del biógrafo. Nos internamos únicamente en la espesura de sus dramas personales, en los pormenores de su vida secreta, en sus pulsiones más íntimas. Los investigadores nos desvelan que Fulana fue una homosexual reprimida, que Mengano frecuentaba los escenarios sadomasoquistas, que Perengana sufrió el cruel maltrato síquico de su pareja… Descubrir que Gertrude Stein y su querida Alicia se beneficiaron de la complicidad del régimen de Vichy durante la Ocupación nazi, ¿mejora nuestra intelección de la Autobiografía de Alice B. Toklas? Una cosa es leer el Nunc manet in te de Oscar Wilde o el Diario de André Gide, y otra muy distinta los descubrimientos sensacionalistas de Janet Malcom. Hay diferencias notables entre la labor de José Lázaro en su esclarecedora biografía intelectual y política de Luis Martín Santos o los escritos de Castilla del Pino sobre los intelectuales rebeldes al franquismo, y la de los cazadores de historias ocultas, sobre todo morbosas, que se interfieren en nuestra percepción del artista o creador retratados. Los episodios y vicisitudes de su vida, expuestos a la luz del día, cumplen una doble función: la de rebajarlos, para consuelo de mediocres, al nivel de todo hijo de vecino y, paradójicamente, la de fortalecer y amplificar el mito.
Muchas veces he imaginado la que habría caído encima al pobre Cervantes si hubiese vivido en la era mediática tras el éxito popular del Quijote. Le veo acosado por cámaras y grabadoras, espiado en sus menores movimientos por periodistas y retratones, sometido al interrogatorio implacable de los micrófonos: ¿por qué se ausentó de España y prefirió tentar la suerte en Italia? ¿Cuál fue su relación con el cardenal Acquaviva? ¿Cómo vivió Lepanto y qué valoración le merece la figura de don Juan de Austria? ¿Es cierto que la experiencia del cautiverio de Argel marcó de forma decisiva su vida? Y, si es así, ¡explíquelo a los auditores! ¿Trató íntimamente a Hasán Bajá? ¿Considera que su hoja de servicios al Rey fue mal apreciada y peor correspondida? ¿Por qué se le denegó el permiso de embarcarse para la Nueva España? ¿Qué puede decirnos del encarcelamiento por deudas en Sevilla y del hecho de firmar con su segundo apellido Saavedra? Se habla mucho de las amantes de Lope de Vega y nada de las suyas, ¿a qué obedece este secreto? ¿Cuáles fueron las relaciones con su esposa Catalina Salazar, sus hermanas Andrea y Catalina y su sobrina Constanza? El público que le contempla quisiera su versión del oscuro episodio de Valladolid y del asesinato de Gaspar de Ezpeleta junto a la casa llana, en uno de cuyos cuartos se apretujaba usted con su familia. ¿Sabe usted que una profesora norteamericana sostiene que…?
La publicación de media docena de biografías escrutadoras no autorizadas arrasaría y se convertiría en un fenómeno editorial. La lectura de las andanzas del Caballero de la Triste Figura y de su fiel Sancho cedería paso a las de las revelaciones apetitosas sobre su autor. La verdadera historia de los Baños de Argel y El inventor del "Quijote" visto por su sobrina escalarían las listas de los campeones de ventas y ocuparían los escaparates de El Corte Inglés.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La actual invasión de la intimidad en los medios informativos -llevada como sabemos a extremos nausea-bundos- responde al apetito morboso del gran público por conocer la supuesta verdad oculta detrás del mito de los actores famosos, políticos, gente guapa, realezas o ases del balón. Tanta avidez halaga de ordinario a los sujetos de tal inquisición de sus vidas privadas y les procura a veces jugosos beneficios. Las portadas de las revistas del corazón y los programas del tipo Gran Hermano tienen un precio y los protagonistas desnudados en público o, por mejor decir, los actores de su propio strip-tease, se aprovechan de ello y la convierten en un modus vivendi rentable. Lo que en mi niñez se susurraba al sacerdote confesor en el silencio de una iglesia se explaya ahora en directo ante millones de telespectadores. Sí, le fui infiel. Tengo una amante que me satisface más que él. Soy alcohólico. Conduje en estado de embriaguez. Odio a mi hijastra. Etcétera.
El ámbito literario y cultural no podía ser una excepción a la avasalladora invasión. Los mitos que envuelven a las grandes estrellas, casi siempre con su consentimiento, requieren en contrapartida su correspondiente desmitificación: la demolición a partir de una cascada de revelaciones picantes de la figura del ídolo enhestado a las alturas del éxito o la gloria. Sin mito, no hay antimito. El acoso a las figuras mediáticas, el ansia de hurgar en sus secretos o zonas oscuras, abarca a todos los protagonistas del espacio público. El candidato a las elecciones estadounidenses debe proceder, por ejemplo, a un escrupuloso examen de conciencia no sólo sobre su honradez y competencias, lo cual responde a las normas de una transparencia democrática, sino también de sus pecados o pecadillos de índole íntima: fui injusto con mi primera mujer, frecuenté a un grupo de jóvenes adictos a la marihuana, tuve dos aventuras amorosas antes de contraer matrimonio… El famélico telespectador aguarda aún, insaciable: ¿mintió alguna vez a su esposa, correspondió al amor de sus padres? La voracidad de desnudar al personaje carece de límites. Sabedores de ello, algunos políticos astutos, sin tener la menor idea de quién fue Guy Debord, actúan en la vida como un escenario televisivo. Las bufonadas y dotes histriónicas de Berlusconi, los amores y desamores de Sarkozy encarnan la nueva era. El Gran Teatro del Mundo calderoniano se ha transmutado en un Gran Plató Global en el que los entronizados por la fama aspiran a convertirse en personajes de sí mismos. Seguir siendo únicamente personas es una prueba irrefutable de mediocridad.
Hablaba de la contaminación de semejante estado de cosas en el ámbito cultural. Lo que hoy interesa del escritor o artista conocidos es menos cuanto escribió o escribe que su biografía, especialmente la no autorizada. Quien se arriesga en el género autobiográfico -lo sé por experiencia- engaña de algún modo al lector: la sucesión de recuerdos deshilvanados de la propia vida plasmada en una ambigua continuidad argumental, en un texto sujeto, como todo relato, a una serie de exigencias compositivas de índole artística. Lo que se inicia como labor de arqueólogo -la de ahondar en las incertidumbres de la memoria-, se trueca insidiosamente en tarea de arquitecto, geómetra o agrimensor.
Pero si ello relativiza la verdad de las mejores obras del género, el campo de la biografía ajena se presta a una manipulación infinitamente mayor. La contextualización de poemas, novelas, obras teatrales o artísticas deja a éstas, en la mayoría de los casos, en segundo o tercer plano. El indagador las pospone a las circunstancias preferentemente dramáticas o excitantes, en las que fueron creadas. Pero, ¿aumenta esto el interés por aquéllas? Me temo que la respuesta sea negativa. No leemos más a Virginia Woolf, Sylvia Plath o, más próximo a nosotros, a un notable poeta de mi generación, por la cascada de revelaciones patéticas del biógrafo. Nos internamos únicamente en la espesura de sus dramas personales, en los pormenores de su vida secreta, en sus pulsiones más íntimas. Los investigadores nos desvelan que Fulana fue una homosexual reprimida, que Mengano frecuentaba los escenarios sadomasoquistas, que Perengana sufrió el cruel maltrato síquico de su pareja… Descubrir que Gertrude Stein y su querida Alicia se beneficiaron de la complicidad del régimen de Vichy durante la Ocupación nazi, ¿mejora nuestra intelección de la Autobiografía de Alice B. Toklas? Una cosa es leer el Nunc manet in te de Oscar Wilde o el Diario de André Gide, y otra muy distinta los descubrimientos sensacionalistas de Janet Malcom. Hay diferencias notables entre la labor de José Lázaro en su esclarecedora biografía intelectual y política de Luis Martín Santos o los escritos de Castilla del Pino sobre los intelectuales rebeldes al franquismo, y la de los cazadores de historias ocultas, sobre todo morbosas, que se interfieren en nuestra percepción del artista o creador retratados. Los episodios y vicisitudes de su vida, expuestos a la luz del día, cumplen una doble función: la de rebajarlos, para consuelo de mediocres, al nivel de todo hijo de vecino y, paradójicamente, la de fortalecer y amplificar el mito.
Muchas veces he imaginado la que habría caído encima al pobre Cervantes si hubiese vivido en la era mediática tras el éxito popular del Quijote. Le veo acosado por cámaras y grabadoras, espiado en sus menores movimientos por periodistas y retratones, sometido al interrogatorio implacable de los micrófonos: ¿por qué se ausentó de España y prefirió tentar la suerte en Italia? ¿Cuál fue su relación con el cardenal Acquaviva? ¿Cómo vivió Lepanto y qué valoración le merece la figura de don Juan de Austria? ¿Es cierto que la experiencia del cautiverio de Argel marcó de forma decisiva su vida? Y, si es así, ¡explíquelo a los auditores! ¿Trató íntimamente a Hasán Bajá? ¿Considera que su hoja de servicios al Rey fue mal apreciada y peor correspondida? ¿Por qué se le denegó el permiso de embarcarse para la Nueva España? ¿Qué puede decirnos del encarcelamiento por deudas en Sevilla y del hecho de firmar con su segundo apellido Saavedra? Se habla mucho de las amantes de Lope de Vega y nada de las suyas, ¿a qué obedece este secreto? ¿Cuáles fueron las relaciones con su esposa Catalina Salazar, sus hermanas Andrea y Catalina y su sobrina Constanza? El público que le contempla quisiera su versión del oscuro episodio de Valladolid y del asesinato de Gaspar de Ezpeleta junto a la casa llana, en uno de cuyos cuartos se apretujaba usted con su familia. ¿Sabe usted que una profesora norteamericana sostiene que…?
La publicación de media docena de biografías escrutadoras no autorizadas arrasaría y se convertiría en un fenómeno editorial. La lectura de las andanzas del Caballero de la Triste Figura y de su fiel Sancho cedería paso a las de las revelaciones apetitosas sobre su autor. La verdadera historia de los Baños de Argel y El inventor del "Quijote" visto por su sobrina escalarían las listas de los campeones de ventas y ocuparían los escaparates de El Corte Inglés.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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