Por Jordi Casabona, médico epidemiólogo (EL PERIÓDICO, 28/04/09):
Durante las últimas décadas se han producido brotes de enfermedades infecciosas previamente desconocidas que, en función de su virulencia y modo de transmisión, han disparado las alarmas de los sistemas de salud públicos. En el año 1981, se identificaron los primeros casos de sida, en 1987 el virus ébola fue el causante de repetidos brotes de fiebres hemorrágicas de alta mortalidad, en 1995 fueron los priones del mal de las vacas locas, el 2003 apareció el síndrome agudo respiratorio severo (SARS) y el 2004 la gripe de las aves en humanos. El escenario confirma que, a pesar de todos los avances biomédicos, las enfermedades infecciosas siguen dando sorpresas y siendo una amenaza para la raza humana. El hombre ha eliminado al lobo como competidor ecológico, pero no a los microorganismos.
En este contexto, hace años que los expertos vienen alertando de la posibilidad de que aparezca una nueva pandemia de gripe comparable a las grandes epidemias del siglo pasado, en los años 1918, 1957 y 1968. Dado que los virus causantes de esas epidemias fueron mutaciones de virus de la gripe habituales en animales, que adquirieron la capacidad de pasar a los humanos y de transmitírselos entre ellos, a pesar de mantener una alta virulencia, desde los primeros casos de la gripe aviaria en humanos del 2004, el principal motivo de preocupación ha sido que esta cepa –conocida como A(H5N1)– adquiriese la capacidad de ser transmitida de persona a persona. El lento goteo de casos, siempre muy concentrados en el sureste asiático, indica que no ha ocurrido. La gran diferencia pues entre la gripe aviaria y los actuales casos de gripe, llamada porcina porque la cepa que la produce A(H1N1) contiene componentes de un virus habitual en esos animales, es precisamente que existe transmisión de persona a persona. Ello supone que para parar la cadena de transmisión no es suficiente eliminar el ganado contaminado e impedir el contacto de las personas con ella, sino que hay que identificar a todas las personas infectadas, aislarlas y tratarlas hasta que dejarán de ser infectivas. En la práctica, dado el periodo de incubación, la poca especificidad de los síntomas y la facilidad de transmisión respiratoria, esto no es fácil. Por ello, es capital poder aplicar las medidas epidemiológicas al inicio del brote, puesto que a medida que crece la población afectada, esto resulta más complicado.
PRECISAMENTE porque los agentes que las causan necesitan al hombre como huésped, las epidemias han reflejado siempre las formas de vida, y principalmente de comunicación, de las sociedades en las que se producen. Si las epidemias de sífilis durante la edad media reflejaron los movimientos de los ejércitos a través de Europa, ahora la distribución de una infección como la gripe refleja los flujos de movimiento de los millones de personas que en pocas semanas se desplazan, legal o ilegalmente, a través de las fronteras. La línea que separa México y EEUU es el paso con mayor número de desplazamientos del planeta y cada año la cruzan millones de personas. De poco ha servido el muro de cemento que se está construyendo para evitar el paso de los inmigrantes para hacer frente a un virus. Occidente ya no puede protegerse de las enfermedades solo con barreras físicas. Hay que entender que, para un mundo globalizado sano, es necesario defender la salud en todo el planeta, y la salud significa desarrollo.
Hoy por hoy, es imposible prever cuál va a ser el curso y el impacto de esta epidemia, y por tanto durante las próximas semanas asistiremos al gran baile de cifras e interpretaciones. La incertidumbre es difícil de gestionar, especialmente cuando nos jugamos la salud, y todos querremos verdades y garantías que quizá la ciencia aún no puede dar. Será necesario un ejercicio de responsabilidad colectiva para contribuir a reducir los daños que esta epidemia pueda causar, aunque solo sean los relacionados con pánicos injustificados. Por ello, en primer lugar, se necesita cautela: desconocemos la tasa de ataque de la enfermedad y su virulencia, pero en Europa solo hay unos 20 casos sospechosos pendientes de confirmación (en España, Francia y Gran Bretaña), y todos ellos han procedido de México. La cepa es sensible a los fármacos disponibles y por ahora, en los países con un buen sistema sanitario, los casos evolucionan satisfactoriamente. En segundo lugar, rigor: los organismos internacionales y las administraciones sanitarias tendrán que analizar y compartir la información existente y emprender las acciones administrativas y legislativas correspondientes a los niveles de alerta establecidos. Y, en tercer lugar, disciplina: es posible que esporádicamente se tengan que poner en práctica medidas que a alguien no le puedan gustar, o que por el tradicional culto al riesgo de nuestra cultura, se juzguen desproporcionadas.
PERO SI BIEN no sabemos cómo evolucionará la epidemia, sí sabemos lo que hay que hacer para que lo haga de la mejor forma posible. Como se ha dicho muchas veces, la salud pública solo se ve cuando hay problemas, pero su labor se realiza de forma continuada. El susto del 2003 y 2005 con la gripe aviaria ayudó a poner los planes de emergencia al día y en Europa estrenamos el European Center for Disease Control (ECDC), que vela precisamente para tener los mecanismos de respuesta coordinados y listos. Es una buena oportunidad también para ver (y apoyar) la capacidad de liderazgo técnico de este proyecto común.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Durante las últimas décadas se han producido brotes de enfermedades infecciosas previamente desconocidas que, en función de su virulencia y modo de transmisión, han disparado las alarmas de los sistemas de salud públicos. En el año 1981, se identificaron los primeros casos de sida, en 1987 el virus ébola fue el causante de repetidos brotes de fiebres hemorrágicas de alta mortalidad, en 1995 fueron los priones del mal de las vacas locas, el 2003 apareció el síndrome agudo respiratorio severo (SARS) y el 2004 la gripe de las aves en humanos. El escenario confirma que, a pesar de todos los avances biomédicos, las enfermedades infecciosas siguen dando sorpresas y siendo una amenaza para la raza humana. El hombre ha eliminado al lobo como competidor ecológico, pero no a los microorganismos.
En este contexto, hace años que los expertos vienen alertando de la posibilidad de que aparezca una nueva pandemia de gripe comparable a las grandes epidemias del siglo pasado, en los años 1918, 1957 y 1968. Dado que los virus causantes de esas epidemias fueron mutaciones de virus de la gripe habituales en animales, que adquirieron la capacidad de pasar a los humanos y de transmitírselos entre ellos, a pesar de mantener una alta virulencia, desde los primeros casos de la gripe aviaria en humanos del 2004, el principal motivo de preocupación ha sido que esta cepa –conocida como A(H5N1)– adquiriese la capacidad de ser transmitida de persona a persona. El lento goteo de casos, siempre muy concentrados en el sureste asiático, indica que no ha ocurrido. La gran diferencia pues entre la gripe aviaria y los actuales casos de gripe, llamada porcina porque la cepa que la produce A(H1N1) contiene componentes de un virus habitual en esos animales, es precisamente que existe transmisión de persona a persona. Ello supone que para parar la cadena de transmisión no es suficiente eliminar el ganado contaminado e impedir el contacto de las personas con ella, sino que hay que identificar a todas las personas infectadas, aislarlas y tratarlas hasta que dejarán de ser infectivas. En la práctica, dado el periodo de incubación, la poca especificidad de los síntomas y la facilidad de transmisión respiratoria, esto no es fácil. Por ello, es capital poder aplicar las medidas epidemiológicas al inicio del brote, puesto que a medida que crece la población afectada, esto resulta más complicado.
PRECISAMENTE porque los agentes que las causan necesitan al hombre como huésped, las epidemias han reflejado siempre las formas de vida, y principalmente de comunicación, de las sociedades en las que se producen. Si las epidemias de sífilis durante la edad media reflejaron los movimientos de los ejércitos a través de Europa, ahora la distribución de una infección como la gripe refleja los flujos de movimiento de los millones de personas que en pocas semanas se desplazan, legal o ilegalmente, a través de las fronteras. La línea que separa México y EEUU es el paso con mayor número de desplazamientos del planeta y cada año la cruzan millones de personas. De poco ha servido el muro de cemento que se está construyendo para evitar el paso de los inmigrantes para hacer frente a un virus. Occidente ya no puede protegerse de las enfermedades solo con barreras físicas. Hay que entender que, para un mundo globalizado sano, es necesario defender la salud en todo el planeta, y la salud significa desarrollo.
Hoy por hoy, es imposible prever cuál va a ser el curso y el impacto de esta epidemia, y por tanto durante las próximas semanas asistiremos al gran baile de cifras e interpretaciones. La incertidumbre es difícil de gestionar, especialmente cuando nos jugamos la salud, y todos querremos verdades y garantías que quizá la ciencia aún no puede dar. Será necesario un ejercicio de responsabilidad colectiva para contribuir a reducir los daños que esta epidemia pueda causar, aunque solo sean los relacionados con pánicos injustificados. Por ello, en primer lugar, se necesita cautela: desconocemos la tasa de ataque de la enfermedad y su virulencia, pero en Europa solo hay unos 20 casos sospechosos pendientes de confirmación (en España, Francia y Gran Bretaña), y todos ellos han procedido de México. La cepa es sensible a los fármacos disponibles y por ahora, en los países con un buen sistema sanitario, los casos evolucionan satisfactoriamente. En segundo lugar, rigor: los organismos internacionales y las administraciones sanitarias tendrán que analizar y compartir la información existente y emprender las acciones administrativas y legislativas correspondientes a los niveles de alerta establecidos. Y, en tercer lugar, disciplina: es posible que esporádicamente se tengan que poner en práctica medidas que a alguien no le puedan gustar, o que por el tradicional culto al riesgo de nuestra cultura, se juzguen desproporcionadas.
PERO SI BIEN no sabemos cómo evolucionará la epidemia, sí sabemos lo que hay que hacer para que lo haga de la mejor forma posible. Como se ha dicho muchas veces, la salud pública solo se ve cuando hay problemas, pero su labor se realiza de forma continuada. El susto del 2003 y 2005 con la gripe aviaria ayudó a poner los planes de emergencia al día y en Europa estrenamos el European Center for Disease Control (ECDC), que vela precisamente para tener los mecanismos de respuesta coordinados y listos. Es una buena oportunidad también para ver (y apoyar) la capacidad de liderazgo técnico de este proyecto común.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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