Por Luis Alejandre, General (EL PERIÓDICO, 16/05/09):
Los ingleses ya vivieron tristes experiencias en las primaveras de Afganistán, donde se desangraron en tres cruentas guerras. En la primera (1839-1842), tras el asesinato de sir Alexander Burnes, gobernador inglés, perdieron una columna de 16.000 hombres que se retiraba de Kabul. En la última, tras la primera guerra mundial, acabaron reconociendo la independencia del país (1919). La primera acción del nuevo Gobierno fue reconocer al ruso surgido de la Revolución: de hecho, fue el primer país que formalizó relaciones con el régimen bolchevique.
En el país de las zarzas, siempre Rusia, que también conoció el esfuerzo y el sacrificio de su contingente, que llegó a contar con 120.000 soldados. A partir de 1980, intervinieron para intentar consolidar el régimen, afín a la URSS, de Babrak Karmal. Acabarían retirándose en 1989, tras muchas bajas. El simbólico cruce a pie del Puente de la Amistad de su comandante, el general Gromon, marcó el final de aquella angustiosa presencia.
ES LÓGICO que en un país de 650.000 kilómetros cuadrados (la península Ibérica tiene 581.000), la mitad de los cuales están por encima de los 2.000 metros de altitud, y que en su extensa frontera con Pakistán (2.400 kilómetros) tiene alturas superiores a los 8.000 metros (en las inmediaciones de Kabul hay otras que oscilan entre los 4.500 y los 6.000 metros), las fases más cruentas de las guerras se hayan producido en primavera y en verano. No debe, por tanto, extrañarnos que en estos días hayamos conocido un incremento de acciones insurgentes, de las que el contingente español ha sufrido dos: una en Qala i Nao y otra en pleno núcleo urbano de Siahvashan, a 8 kilómetros de Herat, donde se ubica la base avanzada del Ejército español. Dos episodios próximos en el tiempo, pero separados por 180 kilómetros. No parece que hubiese una coordinación especial contra el contingente español, sino más bien contra las fuerzas de ISAF y las del ANA, el renacido Ejército Nacional Afgano.
¿Qué puede pasar? Para los talibanes, las elecciones presidenciales del 10 de agosto y los nuevos modos de la Administración de Obama y de la coalición internacional representan un serio ataque a su estrategia. No olvidemos que “su mentalidad está formada por la combinación letal de un credo tribal primitivo, una ideología feroz y una pura incompetencia impregnada de crueldad”, en conocida frase de Robert Kaplan.
¿Cómo pueden debilitar las líneas de acción de la coalición? Desgastándola ante la opinión pública de sus propias sociedades. Utilizando la baza de los daños colaterales, de las muertes de civiles. Aprovechando los fallos de las propias fuerzas multinacionales, especialmente de las norteamericanas.
Saben que la opinión pública será siempre más sensible a un niño herido que al trabajo de un batallón que reconstruye un puente o de una agencia estatal que construye un hospital. Saben que pueden quebrar la moral de las sociedades. “Afganistán será el Vietnam de Obama” Bien lo saben también los americanos. Tras el último ataque que causó más de 100 víctimas civiles, Robert Gates voló inmediatamente a Kabul (6 de mayo) por orden de su presidente. No es descartable que el error le costase el puesto al general McKierman, hasta ayer responsable americano sobre el terreno afgano.
En consecuencia, entra dentro de su lógica que los talibanes utilicen a civiles como escudos humanos. De ahí también la necesidad de extremar las medidas por parte de la coalición internacional, sabiendo a priori que en este tema siempre llevarán las de perder ante la opinión publica mundial.
De todo ello, imagino, hablarían Obama, Karzai (el presidente afgano) y Zardari (el pakistaní) en Washington a primeros de mes. Se planteó operar en “un frente único” porque Pakistán se ha convertido en pieza clave de la resolución del conflicto afgano. Y, según la Casa Blanca, no contribuye decisivamente. Hace unos años era una baza segura. Hoy, el latente conflicto que mantiene con la India por Cachemira se ve agravado por una situación interna inestable, en tensión permanente entre el proyecto de Gobierno liberal y el de un islamismo más radical.
LA INSURGENCIA –tanto afgana como paquistaní– está formada por tribus, escisiones de tribus, clanes, caciques, señores de la guerra. Es difícil saber con quién tratar, con quién mediar. ¿Dónde está la frontera entre moderados y radicales? Son, además, volubles. Hoy pueden estar conmigo; mañana, con el enemigo.
Su financiación es clave: Afganistán produce el 90% del opio mundial. En el 2008, las ventas en mercado pudieron significar 3.400 millones de dólares. No es raro que la provincia de mayor producción (Helmand) sea también la más conflictiva. La pasada semana murieron cuatro soldados británicos en tres atentados. Ya son 157 los fallecidos ingleses en este territorio.
Solo metiéndose en la piel de los afganos, en su propia edad media, en sus tribus y costumbres, solo llegando con sus propios modos, se logrará vencer a los insurgentes. El camino está, hoy, bien diseñado. Hay que asegurar su ejecución. Nos alegraría ver el 10 de agosto unas elecciones libres, participativas, comprometidas. Quedan 100 días y hay que pensar en esfuerzos y sacrificios, porque no serán fáciles. Deben saberlo las sociedades que tienen contingentes militares y civiles de reconstrucción en la zona, y ahora de soporte electoral.
El gran reto, y el elemento más vulnerable, es la población. Aparte de los conocidos y reiterados intereses estratégicos, es por ella por la que un montón de países nos sacrificamos. Es por su libertad. Espero que algún día lo comprendan.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Los ingleses ya vivieron tristes experiencias en las primaveras de Afganistán, donde se desangraron en tres cruentas guerras. En la primera (1839-1842), tras el asesinato de sir Alexander Burnes, gobernador inglés, perdieron una columna de 16.000 hombres que se retiraba de Kabul. En la última, tras la primera guerra mundial, acabaron reconociendo la independencia del país (1919). La primera acción del nuevo Gobierno fue reconocer al ruso surgido de la Revolución: de hecho, fue el primer país que formalizó relaciones con el régimen bolchevique.
En el país de las zarzas, siempre Rusia, que también conoció el esfuerzo y el sacrificio de su contingente, que llegó a contar con 120.000 soldados. A partir de 1980, intervinieron para intentar consolidar el régimen, afín a la URSS, de Babrak Karmal. Acabarían retirándose en 1989, tras muchas bajas. El simbólico cruce a pie del Puente de la Amistad de su comandante, el general Gromon, marcó el final de aquella angustiosa presencia.
ES LÓGICO que en un país de 650.000 kilómetros cuadrados (la península Ibérica tiene 581.000), la mitad de los cuales están por encima de los 2.000 metros de altitud, y que en su extensa frontera con Pakistán (2.400 kilómetros) tiene alturas superiores a los 8.000 metros (en las inmediaciones de Kabul hay otras que oscilan entre los 4.500 y los 6.000 metros), las fases más cruentas de las guerras se hayan producido en primavera y en verano. No debe, por tanto, extrañarnos que en estos días hayamos conocido un incremento de acciones insurgentes, de las que el contingente español ha sufrido dos: una en Qala i Nao y otra en pleno núcleo urbano de Siahvashan, a 8 kilómetros de Herat, donde se ubica la base avanzada del Ejército español. Dos episodios próximos en el tiempo, pero separados por 180 kilómetros. No parece que hubiese una coordinación especial contra el contingente español, sino más bien contra las fuerzas de ISAF y las del ANA, el renacido Ejército Nacional Afgano.
¿Qué puede pasar? Para los talibanes, las elecciones presidenciales del 10 de agosto y los nuevos modos de la Administración de Obama y de la coalición internacional representan un serio ataque a su estrategia. No olvidemos que “su mentalidad está formada por la combinación letal de un credo tribal primitivo, una ideología feroz y una pura incompetencia impregnada de crueldad”, en conocida frase de Robert Kaplan.
¿Cómo pueden debilitar las líneas de acción de la coalición? Desgastándola ante la opinión pública de sus propias sociedades. Utilizando la baza de los daños colaterales, de las muertes de civiles. Aprovechando los fallos de las propias fuerzas multinacionales, especialmente de las norteamericanas.
Saben que la opinión pública será siempre más sensible a un niño herido que al trabajo de un batallón que reconstruye un puente o de una agencia estatal que construye un hospital. Saben que pueden quebrar la moral de las sociedades. “Afganistán será el Vietnam de Obama” Bien lo saben también los americanos. Tras el último ataque que causó más de 100 víctimas civiles, Robert Gates voló inmediatamente a Kabul (6 de mayo) por orden de su presidente. No es descartable que el error le costase el puesto al general McKierman, hasta ayer responsable americano sobre el terreno afgano.
En consecuencia, entra dentro de su lógica que los talibanes utilicen a civiles como escudos humanos. De ahí también la necesidad de extremar las medidas por parte de la coalición internacional, sabiendo a priori que en este tema siempre llevarán las de perder ante la opinión publica mundial.
De todo ello, imagino, hablarían Obama, Karzai (el presidente afgano) y Zardari (el pakistaní) en Washington a primeros de mes. Se planteó operar en “un frente único” porque Pakistán se ha convertido en pieza clave de la resolución del conflicto afgano. Y, según la Casa Blanca, no contribuye decisivamente. Hace unos años era una baza segura. Hoy, el latente conflicto que mantiene con la India por Cachemira se ve agravado por una situación interna inestable, en tensión permanente entre el proyecto de Gobierno liberal y el de un islamismo más radical.
LA INSURGENCIA –tanto afgana como paquistaní– está formada por tribus, escisiones de tribus, clanes, caciques, señores de la guerra. Es difícil saber con quién tratar, con quién mediar. ¿Dónde está la frontera entre moderados y radicales? Son, además, volubles. Hoy pueden estar conmigo; mañana, con el enemigo.
Su financiación es clave: Afganistán produce el 90% del opio mundial. En el 2008, las ventas en mercado pudieron significar 3.400 millones de dólares. No es raro que la provincia de mayor producción (Helmand) sea también la más conflictiva. La pasada semana murieron cuatro soldados británicos en tres atentados. Ya son 157 los fallecidos ingleses en este territorio.
Solo metiéndose en la piel de los afganos, en su propia edad media, en sus tribus y costumbres, solo llegando con sus propios modos, se logrará vencer a los insurgentes. El camino está, hoy, bien diseñado. Hay que asegurar su ejecución. Nos alegraría ver el 10 de agosto unas elecciones libres, participativas, comprometidas. Quedan 100 días y hay que pensar en esfuerzos y sacrificios, porque no serán fáciles. Deben saberlo las sociedades que tienen contingentes militares y civiles de reconstrucción en la zona, y ahora de soporte electoral.
El gran reto, y el elemento más vulnerable, es la población. Aparte de los conocidos y reiterados intereses estratégicos, es por ella por la que un montón de países nos sacrificamos. Es por su libertad. Espero que algún día lo comprendan.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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