Por Sanjeev Sanyal, autor de The Indian Renaissance: India’s Rise after a Thousand Years of Decline. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen (Project Syndicate, 18/03/11):
Hace exactamente 40 años el régimen militar paquistaní de Yahya Khan inició la “Operación Reflector” en marzo de 1971. Esa expedición militar no fue sino la última de una serie de matanzas realizadas para intimidar a la población descontenta e inquieta de lo que se llamaba entonces Pakistán Oriental, la Bangladesh independiente de hoy. Lo que siguió fue una de las peores masacres en la historia humana, hoy casi olvidada por la comunidad internacional.
Pakistán fue creada por la partición de la India británica en 1947, pero su territorio se dividió en dos enclaves separados por cientos de kilómetros. Si bien compartían una religión, el Islam, había grandes diferencias culturales y lingüísticas entre el Pakistán Occidental y Oriental.
En el este, había un fuerte sentido de ser bengalí y una considerable minoría hindú siguió viviendo en la provincia. Además, había un gran resentimiento por el hecho de que el poder político estuviera en manos de políticos y generales occidentales que manifestaban una clara insensibilidad a las demandas bengalíes. A muchos les parecía que, con la creación de Pakistán, Pakistán Oriental no había hecho más que pasar de una forma de colonialismo a otra. A medida que las demandas bengalíes por autonomía cobraron impulso, la respuesta se volvió más represiva.
En noviembre de 1970, el ciclón tropical “Bhola” azotó Pakistán Oriental, matando a entre 300.000 y 500.000 personas. Bhola se sigue considerando uno de los peores desastres naturales de la historia, y los tibios esfuerzos de socorro de la dictadura militar indignaron a la población bengalí.
Así, cuando los líderes militares de Pakistán finalmente permitieron elecciones a finales de diciembre de 1970, Pakistán Oriental votó abrumadoramente por la Liga Awami, de corte nacionalista bengalí, que ganó 167 de 169 escaños en la provincia. Puesto que Pakistán Oriental tenía más población que Pakistán Occidental, el resultado de las elecciones planteó la posibilidad de que los bengalíes pudieran terminan gobernando el país en su conjunto, lo cual era inaceptable para los altos mandos militares, predominantemente del Punjab, o para Zulfikar Ali Bhutto, líder del mayor partido político de Pakistán Occidental. Las elecciones fueron “canceladas” y Pakistán Oriental estalló en una rebelión abierta.
Yahya Khan respondió enviando tropas. El resultado fue un genocidio en el que fueron asesinados cerca de tres millones de personas, en particular intelectuales y miembros de minorías. Un objetivo especial fueron las habitaciones de estudiantes de la Universidad de Dhaka. Hasta 700 estudiantes fueron masacrados en un solo ataque en Jagannath Hall. Varios profesores bien conocidos, tanto hindúes como musulmanes, fueron asesinados. Cientos de miles de mujeres fueron violadas sistemáticamente en el campo. A septiembre de 1971, diez millones de refugiados habían huido al este de India.
El mundo supo lo que estaba sucediendo. En la revista Time del 2 de agosto de 1971 se cita a un funcionario de los Estados Unidos diciendo: “Esta es la masacre más increíble y calculada desde los días de los nazis en Polonia”. El artículo describe las corrientes de refugiados:
“Por ríos y carreteras, y a lo largo de incontables senderos por la selva, la población de Pakistán del Este sigue derramándose sobre la India: un interminable y desorganizado flujo de refugiados con unas pocas calderas de lata, cajas de cartón y ropas andrajosas apiladas en la cabeza, llevando sus niños enfermos y sus ancianos. Caminan descalzos y el lodo succiona sus talones en las partes húmedas. No dicen nada, a excepción de un niño que llora de vez en cuando, pero sus rostros cuentan la historia. Muchos están enfermos y cubierto de llagas. Otros tienen el cólera y cuando mueren en el camino no hay nadie que los entierre.”
La respuesta de la comunidad internacional a las masacres fue vergonzosa. Ahora tenemos copias de los desesperados cables enviado por el diplomático Archer Blood y sus colegas del consulado de EE.UU. en Dacca (hoy Dhaka), en que implora al gobierno estadounidense que deje de apoyar un régimen militar que estaba llevando a cabo tal genocidio. En lugar de ello, el presidente Richard Nixon se concentró en intimidar a la primer ministro de India, Indira Gandhi, para que se mantuviera al margen. Hasta enviaría la Séptima Flota de EE.UU. para acobardarla. Afortunadamente, Gandhi se mantuvo en su postura y comenzó a prepararse para la guerra.
Envalentonados por las promesas de apoyo de EE.UU. y China, los comandantes militares de Pakistán ordenaron ataques aéreos preventivos contra la India el 3 de diciembre de 1971. La respuesta de la India fue rápida y fuerte. Con el apoyo de la población civil, así como de la organización Mukti Bahini, un ejército irregular de rebeldes bengalíes, el ejército indio entró en Pakistán Oriental. Nixon estaba demasiado empantanado en Vietnam como para hacer algo más que proferir amenazas. El 16 de diciembre, los paquistaníes firmaron la rendición en Dacca. Había nacido Bangladesh.
Tras haber aceptado el genocidio, la comunidad internacional lo ha olvidado convenientemente y ningún funcionario paquistaní ha sido nunca llevado ante la justicia. Por el contrario, muchos de los responsables más tarde ocuparon altos cargos de gobierno. Es como si los juicios de Nuremberg nunca hubiesen ocurrido después de la Segunda Guerra Mundial.
En momentos que el mundo observa la masacre de Muammar Gadafi sobre su propio pueblo en Libia, haríamos bien en recordar el coste humano de la indiferencia internacional.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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