Por Jesús Ferrero, escritor (EL PAÍS, 05/03/11):
En lo que se refiere al mundo del libro y a lo que ha sido hasta ahora la cultura escrita, y desde Gutenberg también impresa, el desconcierto y el caos empiezan a ser un asunto general, y se está produciendo ya un gran desgarrón, de naturaleza impredecible, entre los que se educaron bajo el signo de la galaxia Gutenberg y los que no, y que resulta evidente a poco que uno observe lo que está pasando.
Pongamos un ejemplo: siguiendo la tradición secular de la prensa, los críticos seguimos examinando novelas excelentes que van apareciendo todos los años, pretendiendo ignorar que el mercado del libro se está muriendo e ignorando, o pretendiendo ignorar, que las obras que juzgamos apenas permanecen un mes en las librerías, suplantadas por la nada o por la infraliteratura que se ha ido apoderando de los escaparates de las librerías. Tampoco parecemos darnos cuenta de que esas novelas que comentamos, y que ocupan cada vez menos espacio en muchas bibliotecas, ya no conquistan tanto la mente de los lectores, que ya solo compran novelas en los supermercados, generalmente históricas, de terror o policiacas.
Y da toda la impresión de que hay un contingente de intelectuales que se ha quedado ya a este lado del abismo, y otro contingente, mucho más numeroso y global, que ya está al otro lado, y que solo se despliega en Internet. Pero, ¿Internet no es ya el mundo? ¡Y qué poco van a servir los cánones que hemos establecido hasta ahora!
De momento, lo mejor es colocarse entre las dos corrientes, que sería casi lo mismo que en el ojo del huracán, en el que además puedes estar relativamente tranquilo, en medio de tanta desesperación y tanto canto fúnebre a las bellas artes.
Adiós al mundo de los libros, al menos tal como los hemos conocido en el siglo XX. En muchos casos, el libro del futuro derivará hacia la autoedición. El lector editará solamente esos libros que le gusten, con el modelo de letras que le plazca y hasta con ilustraciones que no figuraban en el original. En cierto modo será el retorno a la Edad Media y a los libros personales y manuscritos. En otros casos podría derivar hacia los libros-objeto, bien editados y bellos, y que sería volver a los primeros siglos de la imprenta, cuando en el libro se fundían y confundían el arte, la artesanía y la industria.
En un mundo reducido a fantasma global por la Red, donde no tocas materia, se van a valorar mucho más las obras únicas y el objeto material. Sentémonos a esperar, pero no demasiado, que ahora las cosas ocurren antes de que las puedas ver llegar.
En el magma universal de la Red la cultura universal forma ya una especie de papilla niveladora donde todos los discursos son posibles y todos tienen cabida y todos se deslizan sobre la misma superficie imaginaria. ¿Cómo discriminar entre lo bueno, lo malo y lo regular y bajo qué criterios? El trabajo va a resultar más difícil que en la era Gutenberg, al menos de momento.
Lo que ocurrirá después podría ser una especie de identificación integral del ciudadano con la Red, como en cierto modo ya ocurre en Japón. En esa fase de inmanencia individuo-Red, conformando ya un único ser y un único cuerpo místico, el libro se haría menos necesario como superficie de transmisión de un cierto saber o sencillamente de información, pues todo eso se daría ya de un modo inmanente en un tipo de ciudadano que estaría conectado al sistema siempre, y que en esencia no sería tan diferente al que ya estamos viendo.
¿Y qué va a ser de la novela? Es evidente que la novela moderna surgió con la imprenta, y que con la imprenta maduró y se desarrolló. Al fijar “para siempre” el texto, la imprenta liberó el lenguaje escrito y fue fundamental para el desarrollo de la prosa y de las posibilidades de comunicación de la escritura, pero da la impresión que desde hace ya un tiempo está emergiendo un lector al que ya no le convence ni siquiera un poco el discurso de la novela, de cualquier novela. Como si, más allá de su modalidad y su materia verbal, todas esas historias concebidas para ser transmitidas en forma de libro, con un sentido de la duración y la expresión acordes con el artefacto libro, les pareciesen un asunto antiguo y ya no les llegase ni a la mente ni al corazón. Hace unos 20 años me parecía una tragedia, ahora no.
Por otra parte, la historia ejerce periódicamente toda clase de crueldades, y ahora estamos en un cambio histórico fundamentalmente cruel con todo el universo que habíamos ido creando bajo el modelo Gutenberg.
No hace mucho Olvido Alaska se refería al mundo de la música pop como un universo relativamente perdido, que ha cambiado de dimensión, también en su función de educación sentimental. Antes los movimientos del pop-rock eran también ideológicos y envolvían completamente, convirtiéndose en un asunto fundamental en los jóvenes, en cambio ahora la música popular no deja de ser cierto sonido ambiental, envolviendo sin envolver, como algo más de lo que puedes disponer en cualquier momento y ya está, en opinión de Alaska.
Me pregunto si en el mundo de los libros no está pasando algo parecido. En el de los intelectuales sí, desde luego, que de conciencias de la sociedad, en la época del existencialismo, han pasado a ser monigotes de feria. Y es normal, ha desaparecido la figura del maestro, del maître à penser. Quizá no hacía ninguna falta, dirá alguien, quizá, pero sin maîtres la feria es más aburrida porque además de maestros del pensamiento eran también maestros de ceremonias. Ya vivían en la sociedad del espectáculo y lo sabían. Así que hacían un buen espectáculo. ¿Es tan deplorable?
Yo no me pongo trágico. En parte todo esto tiene algo de liberador y de gran desarticulación de una mascarada, y muchas veces así lo siento. La desarticulación de las jerarquías que fue creando la galaxia Gutenberg, ahora mismo totalmente erosionadas. Cada vez que recuerdo los escritores que figuraban como esenciales en los libros escolares de mi adolescencia me entran ganas de vomitar. Esa fijación de ideas heredadas y mineralizadas tenía mucho que ver con el universo Gutenberg, que al fijar los textos como si estuviesen tallados en piedra lo ralentizaba todo. Con toda evidencia, la imprenta pertenece como artefacto a un mundo que está quedando atrás, y que ha coincidido con la era de la burguesía, desde sus airosos comienzos renacentistas hasta su crepúsculo definitivo.
Volvamos al comienzo. En los periódicos los críticos valoramos novelas, en bastantes casos excelentes (en bastantes más casos del los que cabría sospechar), observamos que hay erratas, decidimos que algún personaje no está redondeado o que ciertos adjetivos sobran, y mientras tanto el mercado literario desciende el 30% (el mercado del disco no se desplomó tan rápido) y las novelas que valoramos son retiradas a menudo antes de que salga la reseña, pues hay que dejar paso a la literatura de consumo. Y casi todos los libros devueltos acabarán guillotinados, que es más ecológico que quemarlos, y también más moderno: no olvidemos que la guillotina sucedió a la hoguera en las penas capitales. Es para morirse de risa, pero cuidado, no conviene demorarse mucho en el pasado, que ya decía Borges que es la región más propicia a la muerte.
Como conclusión a todo lo dicho solo se me ocurre pensar en la ironía de la historia. Cuando era chaval y toda la cultura que circulaba estaba relacionada con la galaxia Gutenberg, era difícil imaginar esta crisis del libro y el mundo editorial, si bien McLuhan ya lo había anunciado en varios de sus libros. Estamos cruzando un puente y uno no sabe qué hacer, si volver al cálido mundo Gutenberg, donde todo parecía tan duradero y tan seguro, o saltar al otro lado. De todas formas, no tiene por qué ser un salto mortal: han colocado una red.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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