Por Juliet Torome, escritora y documentalista. Recibió el primer premio anual Flaherty a documentales de la revista Cine-source (Project Syndicate, 15/03/11):
En Kenia, mi país natal, hay un refrán popular que dice que, cuando dos elefantes pelean, el que sufre es el pasto. En ninguna otra parte eso es más evidente que en los numerosos conflictos de los que África ha sido testigo en los últimos 50 años.
En la República Democrática de Congo, bandas merodeadoras que pretenden ser combatientes por la libertad, y los ejércitos del gobierno con los que pelean, durante décadas utilizaron la violación como un arma contra mujeres indefensas. Tras el fin del genocidio de Ruanda, las mujeres del país fueron las que tuvieron que soportar la pesada carga de reconstruir una sociedad devastada.
Sin embargo, cuando se trata de los esfuerzos por evitar este tipo de crisis, a las mujeres africanas muchas veces las dejan afuera. Consideremos los actuales esfuerzos de la Unión Africana por encontrar una solución al atolladero político postelectoral en Costa de Marfil. De los cinco líderes africanos elegidos en la cumbre de la UA en Addis Ababa, Etiopía, para coordinar las negociaciones, ninguno era una mujer.
Lo que resulta aún más agraviante para las mujeres africanas es que la UA las ignoró para elegir en cambio hombres cuyo compromiso con la democracia y los derechos humanos pueden ser peores que los de Laurent Gbagbo, el hombre que se aferra a la presidencia de Costa de Marfil a pesar de perder las elecciones. De los cinco hombres asignados para encabezar la misión para persuadir a Gbagbo de dimitir, sólo dos –Jakaya Kikwete de Tanzania y Jacob Zuma de Sudáfrica- pueden decir que llegaron al poder de manera democrática. Los otros tres, Mohamed Ould Abdel Aziz de Mauritania, Idriss Déby de Chad y Blaise Compaore de Burkina Faso, se apoderaron del gobierno en golpes, algunos de ellos violentos.
La ironía es mucho más profunda. La UA está llena de muchos más hombres que no son más honrados que Gbagbo. Meles Zenawi, anfitrión de la cumbre, ha gobernado Etiopía durante casi 20 años y no ha convencido a nadie fuera de su círculo de compinches de que las elecciones de su país fueron libres y justas.
Hasta Goodluck Jonathan, de Nigeria, que lidera la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (ECOWAS, por su sigla en inglés) y respalda la intervención militar contra Gbagbo, no puede salir indemne de ese tipo de escrutinio. Jonathan es presidente de Nigeria hoy porque Umaru Musa Yar´Ádua, su difunto predecesor, llegó al poder a través de lo que muchos consideran elecciones manipuladas.
¿Y qué diría el primer ministro de Kenia, Raila Odinga, si Gbagbo le preguntara por qué –a diferencia de Alassane Ouatarra, a quien la UA reconoce como el presidente legítimo de Costa de Marfil- él aceptó un acuerdo para compartir el poder después de una elección presidencial polémica en 2007?
Mientras África esté llena de estos hombres de pasado discutible, que aplican “soluciones africanas para los problemas africanos” como ellos dicen, el continente no saldrá beneficiado. Sé que muchos dirían que el conjunto de mujeres africanas reconocidas se limita a la presidenta de Liberia, Ellen Johnson Sirleaf, a la Premio Nobel de la Paz Wangari Maathai, a Ngozi Okonjo-Iweala, ex ministra de Finanzas de Nigeria y actual vicepresidente del Banco Mundial, a Graça Machel, ex primera dama de Mozambique y Sudáfrica, y algunas otras. Podrían tener razón, pero cualquiera de estas cuatro mujeres sería más efectiva en la mediación de conflictos en África que todos los otros presidentes de los países de la UA juntos.
El problema con África es que los funcionarios de gobierno de más alto ranking no tienen las mejores soluciones. En muchos casos, los funcionarios de menor rango, o incluso alguien fuera del gobierno, podrían ser más efectivos. A veces lo que África necesita es más sentido común y gente que –a diferencia de los poderosos “Hombres Grandes” de África- esté dispuesta a dejar de lado su orgullo y formular preguntas simples que otros no quieren enfrentar.
Una mujer en la cumbre de Addis Ababa podría haberles pedido a quienes llaman a la guerra, por ejemplo, que explicaran cómo, en vista del fracaso a la hora de controlar a milicias mal armadas de Somalia, la República Democrática de Congo, Uganda y otras partes, planeaban derrotar a Gbagbo. Una mujer podría haberles recordado a quienes amenazan a Gbagbo con una guerra que cuando el conflicto empiece, los hombres llevarán la lucha a la jungla, dejando a las mujeres atrás para ocuparse de los niños.
Son las mujeres las que entonces tendrán que empacar lo poco que tienen y huir a países vecinos que ya están luchando para alimentar a sus propios niños. Y son las mujeres las que serán violadas, mutiladas y asesinadas como pudo ver el mundo recientemente en Abidjan, la capital de Costa de Marfil, cuando las fuerzas de Gbagbo masacraron a siete mujeres durante una protesta pacífica.
Si las mujeres hubieran estado a cargo de la UA, habrían sabido que el machismo de los hombres africanos no les permite verse sacudidos por amenazas de confrontación violenta. Una mujer no le habría dicho a Gbagbo “Abandona el poder o enfrenta la guerra”. Más bien, Graça Machel podría haber empezado por decirle lo feliz que su marido, Nelson Mandela, ha vivido en el retiro. Wangari Maathai podría haberle contado a Gbagbo sobre ex líderes africanos como Daniel arap Moi de Kenia que, a pesar de sus malos antecedentes en materia de derechos humanos cuando estaba en el gobierno, fue perdonado por haber elegido respetar la voluntad del pueblo.
Como dijo Thomas Sankara, el hombre al que Compaore derrocó en 1987 para convertirse en presidente de Burkina Faso, “las mujeres llevan sobre sus espaldas la otra mitad del cielo”. Desafortunadamente, los hombres de la UA nos han marginado y el cielo de Costa de Marfil está por derrumbarse nuevamente.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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