Por Mustapha Tlili, académico de investigación en la Universidad de Nueva York, fundador y director del Centro para el Diálogo de la Universidad de Nueva York y miembro del comité asesor de Human Rights Watch para Oriente Medio y África del Norte. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen (Project Syndicate, 15/03/11):
Los países mediterráneos están experimentando turbulencias no se veían desde la época de la descolonización y la independencia. Las revoluciones populares en Túnez y Egipto han barrido con arraigadas autocracias. En Libia, Muammar Gadafi resiste con uñas y dientes, y líderes políticos de Argelia y Marruecos se esfuerzan por mantener la autoridad.
¿Puede surgir de esta vorágine un espacio mediterráneo que se nutra de valores democráticos , intereses y esperanzas en común?
Los países mediterráneos son el hogar de 475 millones de personas: 272 millones de europeos, entre ellos 20 millones de musulmanes, y 200 millones de árabes y judíos no europeos. Hoy parece posible que la Unión por el Mediterráneo (UPM), el mecanismo que el presidente francés Nicolas Sarkozy creara en 2008 para incrementar la cooperación regional, en realidad sirva de plataforma para acometer el reto de recuperar el pasado de la región como cuna la razón, la tolerancia y el humanismo. La UPM podría ofrecer un modelo de coexistencia a un mundo herido por las dictaduras y el temor al fundamentalismo islámico.
Las crecientes tensiones en Europa sobre lo que ominosamente se ha dado en llamar “la cuestión musulmana” hacen muy fácil olvidar que hubo un tiempo cuando el Islam – una civilización más tolerante e inclusiva de lo que parece ser el Occidente posterior al 9/11- formó plenamente parte de la vida europea.
Hoy en día, no menos que ayer, los pueblos del Mediterráneo – musulmanes, cristianos y judíos- comparten ineludibles realidades geopolíticas, demográficas y económicas. Deberían recordar que la demonización, la exclusión y la división no son las únicas opciones, y que no tienen por qué ser el destino de la región.
Entre los principales interlocutores de Sarkozy durante la creación de la UPM en 2008 estuvieron el presidente tunecino Zine El Abidine Ben Ali y el presidente egipcio Hosni Mubarak. Ahora que se han marchado, también lo ha hecho su enfoque limitado y limitante hacia el diálogo internacional, basado casi exclusivamente en las relaciones de estado a estado, sin ninguna aportación significativa de la sociedad civil.
Es triste observar que los líderes europeos a veces también adoptan posiciones estrechas, en respuesta a las demandas de corto plazo de la política electoral en lugar de enfrentar los retos del pensamiento estratégico de largo plazo. Sarkozy también ha caído presa de esta tendencia. De hecho en febrero declaró que el multiculturalismo era un “fracaso”, y agregó que “nuestros compatriotas musulmanes deben ser capaces de vivir y practicar su religión como cualquier otra persona … pero debe ser un Islam francés, no solo un Islam en Francia.”
Por supuesto, Sarkozy no definió lo que entiende por un “Islam francés.” Pero los comentarios fueron ampliamente interpretados como un eco de las declaraciones realizadas unos días antes por Jean-Marie Le Pen, ex líder del partido de extrema derecha Frente Nacional .
Las mentes menos apresuradas deberían dirigir la mirada a la España musulmana, Al Ándalus, que brilló en Europa desde el siglo VIII hasta el siglo XV – un fértil período de brillantez cultural que preparó el camino para el Renacimiento occidental y representó un inspirador paradigma de convivencia o coexistencia.
Integrar el mundo mediterráneo a una comunidad tolerante que garantice la paz y la prosperidad de todos sus pueblos es algo que puede suceder hoy porque ha sucedido antes. Un logro así ofrecería al mundo una alternativa necesaria al cada vez más cuestionable modelo de globalización económica.
Al mirar a Europa desde la distancia, es tentador ver un continente que pierde peso en la escena mundial y en conflicto consigo mismo y con su pasado. Sin embargo, la realidad tiene más matices. La Europa de hoy está llena de potencial, a condición de que la región del Mediterráneo aproveche la fuerza y la riqueza implícitas en iniciativas como la UPM.
Dos características importantes de las revoluciones de Túnez y Egipto serán significativas a la hora de evaluar las posibilidades de una Unión Mediterránea renovada.
En primer lugar, el amplio y eficaz uso de los medios de redes sociales en ambos países reveló un notable nivel de conocimientos tecnológicos y creatividad entre los jóvenes. Más importante aún, mostró el nivel sin precedentes de conciencia política y el activismo de esta generación. De hecho, la medida del éxito de cualquier nueva estructura del Mediterráneo será el grado en que satisfaga en toda la región las aspiraciones y el análisis de esta generación joven y dotada de conciencia política.
Por las mismas razones, una nueva unión mediterránea podría ser un marco para una nueva vitalidad moral, nutrida por los mismos valores universales que movilizaron a los jóvenes en Túnez, Egipto y más allá: la libertad, la responsabilidad individual y la rendición de cuentas, la transparencia, la tolerancia, la solidaridad con los débiles y los oprimidos, la igualdad de género y otros derechos humanos fundamentales y democráticos.
A la luz de esta tendencia esperanzadora, ¿cuánto tiempo puede seguir influyendo la obsesión de Europa con el fundamentalismo islámico? ¿Por cuánto tiempo puede la llamada “cuestión musulmana” ser utilizada como una herramienta para derrotar adversarios políticos? Probablemente muchos jóvenes votantes europeos, con mayor amplitud y agudeza de miras, no vean con buenos ojos estas tácticas oportunistas.
Por último, es de esperar que el concepto de pertenencia a la misma familia mediterránea pueda producir nuevas soluciones a viejos conflictos; por ejemplo, ofrecer a palestinos e israelíes por igual la sanación que ambos pueblos desean, pero que el moribundo y viejo orden árabe no pudo lograr.
Los grandes filósofos de la Ilustración no dudarían en hacer suya la conciencia moral que se expresó en los mensajes que inundaron el ciberespacio durante la revolución de Túnez. Tanto en las escarpadas calles de Sidi Bouzid como en el imponente refinamiento de la Avenida Habib Bourguiba de la ciudad de Túnez pudo verse el secularismo moral en su mejor expresión.
Este renovado sentido de pertenencia a la misma familia humana y al mismo universo moral resonó profundamente con los europeos del Mediterráneo, que en las demandas y expectativas que afloraron en la orilla opuesta encontraron ecos de sus propias demandas y las expectativas incumplidas.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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