Por Rafael Rojas, historiador cubano exiliado en México (EL PAÍS, 03/10/08):
La cubana de 1959 no fue la última revolución de la historia de América Latina, pero sí la última de la historia de Cuba. Esa historia, que la ideología oficial presenta como si concluyera en el socialismo, no ha terminado aún. Sin embargo, casi 50 años sin revoluciones ni guerras civiles es un verdadero récord para la trayectoria de la isla. El fin de la violencia como método de oposición podría ser un logro paradójico del socialismo y sus adversarios. Por primera vez en la historia insular, los opositores cubanos, mayoritariamente, respaldan un cambio pacífico.
Desde 1851, cuando tuvo lugar la insurrección anexionista de Narciso López, no han pasado veinte años sin que estalle una revolución en Cuba. La siguiente fue en 1868, encabezada por Carlos Manuel de Céspedes, y duró diez años. Luego vendrían la llamada “guerra chiquita” (1879-1880) de Antonio Maceo y Calixto García contra el Pacto del Zanjón y las expediciones poco recordadas de Ramón Leocadio Bonachea en Manzanillo y Carlos Agüero en Varadero, entre 1883 y 1884. Finalmente, en 1895, se produjo la última revolución separatista, liderada por José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo, que desembocó en la primera ocupación norteamericana (1898-1902).
Entre 1902 y 1959, durante los 57 años que duró la experiencia republicana, también hubo revoluciones y guerras civiles por cada década. En 1906 estalló la “guerrita de agosto”, una revuelta armada del Partido Liberal y los seguidores del general José Miguel Gómez contra la reelección de Tomás Estrada Palma, que propició la segunda intervención de Estados Unidos (1906-1909). Tres años después de la retirada de los norteamericanos, en 1912, oficiales negros y mulatos y miembros del Partido Independiente de Color se alzaron en armas contra la proscripción de dicho partido y fueron masacrados por el Ejército.
Apenas cinco años más tarde, en 1917, una nueva guerra civil tiene lugar en Cuba. Empeñado en reelegirse, el general Gómez se levanta con oficiales del Ejército y miembros del Partido Liberal contra la elección del conservador Mario García Menocal. La revuelta es llamada la “chambelona”, en alusión al nombre de una orquesta popular, dirigida por Rigoberto Leyva, y una conocida conga que acompañó la campaña electoral del presidente Gómez y el vicepresidente Alfredo Zayas. Fue un Gobierno conservador, el de García Menocal, el primero en lograr una sucesión presidencial pacífica en la historia de Cuba: la que se produjo en 1921 a favor del liberal Zayas.
Tras la reelección de Gerardo Machado en 1928, como candidato único, y la ampliación de su mandato hasta 1935, se inició en la isla un largo periodo de turbulencia política. Los nacionalistas del ABC, los miembros del Directorio Estudiantil Universitario, los del Partido Comunista y una nueva generación de oficiales del Ejército se opusieron por medio de huelgas, atentados y cuartelazos a la dictadura de Machado, que colapsó en agosto de 1933. Luego de la caída de Machado y hasta 1939, por lo menos, aquellos actores políticos y otros nuevos, como el movimiento La Joven Cuba de Antonio Guiteras o el Partido Auténtico, pugnaron violentamente por el poder de la república.
Entre 1940 y 1952 hubo un periodo de paz relativa en la política cubana, si se descuentan las diversas modalidades de gansterismo que sacudieron la vida pública. Entonces se produjeron tres sucesiones presidenciales pacíficas continuas, la práctica parlamentaria logró una importante estabilidad gracias a la Constitución de 1940, la separación de poderes se hizo efectiva, la opinión pública desarrolló su pluralidad y su autonomía y la competencia entre diversos partidos se desenvolvió por las vías legales del código electoral. Doce años duró lo más parecido a una democracia que han conocido los cubanos en dos siglos de historia moderna.
El golpe de Estado de Fulgencio Batista, en marzo del 52, se llamó a sí mismo revolución e hizo resurgir la violencia política. El asalto al cuartel Moncada no fue la primera ni la única reacción armada contra dicho golpe. En abril de 1953, el filósofo Rafael García Bárcena y un grupo de seguidores, afiliados al Movimiento Nacionalista Revolucionario, intentaron tomar el cuartel Columbia. También en abril, pero de 1956, 50 revolucionarios de la Organización Auténtica y la Triple A, encabezados por Reynold García, trataron de ocupar el cuartel “Domingo Goicuría” de Matanzas. Todavía en marzo de 1957, el Directorio Revolucionario fracasó en su intento de ejecutar a Batista en el Palacio Presidencial.
Entre 1957 y 1959, la violencia se generalizó como resultado del choque de la revolución y la dictadura. Entonces se produjo en Cuba un fenómeno como el descrito por Walter Benjamin en un conocido ensayo: el enfrentamiento de la “violencia sancionada y la no sancionada como poder”, de la violencia que preserva un derecho establecido y la que se le opone para generar un nuevo derecho. Unos y otros, los oficiales y soldados del Ejército y los guerrilleros urbanos y rurales se consideraban “revolucionarios”. Después de un siglo de tradición violenta, captada como nadie por Guillermo Cabrera Infante en Vista del amanecer en el trópico (1974), el concepto de revolución desplazó al de república en la cultura política cubana.
En cuanto el Gobierno revolucionario comenzó a purgar a sus miembros liberales y demócratas y a torcer el rumbo hacia el comunismo, la oposición escogió, una vez más, el camino de la revolución. En la primera mitad de la década de los 60, en Cuba se vivió un estado de guerra civil latente, que se reflejó, al igual que a fines de los 50, por medio de invasiones, atentados, sabotajes, clandestinaje urbano y guerrillas campesinas como las del Escambray. El Gobierno cubano, apoyado por la Unión Soviética, se enfrentó a esa oposición, respaldada por Estados Unidos, con una sofisticada tecnología represiva y movilizadora. Los muertos y, sobre todo, los presos de esa guerra civil fueron más que los de la insurrección contra Batista.
Como todas las pacificaciones, la socialista cubana fue despótica, pero el fin de las revoluciones en Cuba no se debió sólo a los mecanismos de control del nuevo Estado. Tampoco dejaron de producirse guerras civiles, únicamente, como sostiene el discurso oficial, por el indudable consenso que generó el socialismo en los años 60. El abandono de la violencia política en el exilio y la oposición, aunque demoró, se extendió, finalmente, a casi todos los actores políticos, como una necesidad de ruptura con la tradición revolucionaria. En las dos últimas décadas, el régimen de la isla, que no renuncia a la violencia represiva ni a la militarización del país, ha tenido que hacer malabares para presentar a la oposición cubana como “terrorista”.
La pax socialista también tiene que ver con el cambio político global y, específicamente, con la transformación de América Latina luego de la caída del muro de Berlín. A pesar de la guerra y el terrorismo, que marcan el nuevo contexto internacional, y de la inseguridad, el narcotráfico y la pobreza, que enturbian el panorama regional, la política latinoamericana ha abandonado la violencia autoritaria o revolucionaria. Todos los países de la región, menos Cuba, son democráticos y casi todas las izquierdas de la región -lenguajes aparte-, también. Ese cambio ideológico e institucional de la política latinoamericana ha tenido efectos positivos en la isla, a pesar de la persistencia del partido único y la economía de Estado.
El futuro no está cifrado y una guerra civil nunca puede descartarse. En las últimas semanas, un grupo de intelectuales socialistas (Pedro Campos, Félix Sautié, Haroldo Dilla, Juan Antonio Blanco…), residentes dentro y fuera de Cuba, militantes o ex militantes del Partido Comunista, debatieron, en publicaciones electrónicas, una serie de reformas -autonomía empresarial, desestatización de la agricultura, libertad de movimiento, unificación monetaria, revisión del Código Penal, división de poderes…- que, entre otras ventajas, tendría la de conjurar ese peligro. El Gobierno de Raúl Castro no parece escuchar las demandas de los propios socialistas cubanos: si la guerra civil vuelve a Cuba no será por iniciativa de opositores y exiliados, que defienden una transición pacífica, sino por el inmovilismo y la soberbia del régimen.
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