viernes, octubre 03, 2008

Necesitamos Estados fuertes

Por Ricardo Lagos, ex presidente de Chile y presidente del Club de Madrid (EL PAÍS, 03/10/08):

Frente a la enorme crisis financiera generada desde Estados Unidos emergen dos preguntas ineludibles, repetidas en muy diversos idiomas: ¿cómo se llegó a esto?, ¿cómo se sale de ello?

Mientras se construyen las respuestas, toma forma lo que nadie creyó posible: el Gobierno norteamericano, con dinero de todos los contribuyentes, busca “comprar” los créditos otorgados con irresponsable riesgo por las instituciones financieras. La operación salvamento, con sus 700.000 millones de dólares, conlleva una dimensión de dudosa ética, pero también de fuerte enseñanza política. El mercado no fue capaz de autorregularse y los que debían regularlo no hicieron la tarea. Mientras tanto, en la sociedad hay desconfianza y miedo.

Lo que tenemos al frente es el desequilibrio de un triángulo llamado a ser virtuoso: aquel donde Estado, Mercado y Sociedad se convierten en soporte de una gobernabilidad sólida cuando los tres polos marchan con dinámicas fuertes y con interacciones responsables. Esta crisis emerge de instituciones estatales que se replegaron al rincón de las normas antiguas, que dejaron desbordarse las “inventivas financieras” acunadas en un neoliberalismo desatado y alentaron un consumismo engañoso en la sociedad.

Todo se vino abajo y, como sabemos, instituciones financieras de mucho nombre, con altos reconocimientos por parte de las calificadoras de riesgo, han declarado la quiebra o están siendo rescatadas en una inconmensurable danza de millones de dólares. Por cierto, esas clasificadoras de riesgo -que no se crearon en Bretton Woods ni en ningún otro acuerdo internacional, pero son tan determinantes para la marcha económica de países como los nuestros- clasificaban con Triple A a entidades que dos o tres días después estaban en la quiebra. ¿A quién rinden cuenta de sus errores? ¿Cómo responden a los inversionistas que siguieron sus pautas?

Vale la pena recordar en dos palabras cómo hemos llegado a esto. Todo comenzó por otorgar hipotecas secundarias a los propietarios de vivienda. La garantía de una casa -con valor superior a la totalidad del crédito otorgado- suponía ser un préstamo muy seguro. Los bancos luego descubren que pueden armar un gran paquete con estos y otros créditos y “venderlos” a otros bancos o agencias financieras, todos catalogados como “muy seguros”.

Los entendidos venían hace tiempo hablando de la burbuja “inmobiliaria”, de viviendas con un valor por encima de su relación con el mundo real. Veían más especulación que economía sólida. ¿No se debería regular esto?, preguntaban algunos. No, el mercado se autorregula, decían las autoridades, con un ideologismo extremo. Hoy, la conclusión es evidente: nunca el mercado puede ser el amo, éste será más sano cuando funcione bajo las políticas decididas por los ciudadanos y sus representantes.

Ya en la reunión del Grupo de los Ocho, en julio de 2007, la canciller Angela Merkel y el presidente Nicolas Sarkozy levantaron duras objeciones a la forma cómo se estaba desplegando un modelo capitalista donde los excesos y los riesgos eran crecientes. Pidieron a los mandatarios de Estados Unidos, Reino Unido y Japón que tomaran medidas, pero nada se hizo.

Ahora, en la hora de la crisis, también se ve mucha improvisación. ¿Por qué se “salva” a aquellos que más arriesgaron y cuyairresponsabilidad está trayendo consecuencias catastróficas?, pregunta más de un analista. No hay respuestas contundentes. Sólo sabemos que se habla de empresas “nacionalizadas”, donde el Gobierno entra despidiendo y cortando cabezas tras colocar inmensas cantidades de dinero de origen público.

En el pasado aquello también ocurrió en algunos países de América Latina, incluido Chile, en 1982. Ahora, ante este descalabro, uno comparte lo dicho por un analista financiero en un periódico de Nueva York: si una actividad es tan importante que justifica la intervención del Gobierno para evitar su insolvencia, ello significa que esa actividad debió estar siempre regulada.

Como bien dijo el presidente Lula en Naciones Unidas, citando a un maestro de todos, al economista Celso Furtado, “no podemos permitir que las ganancias de los especuladores sean privatizadas, mientras sus pérdidas son invariablemente socializadas”.

En tanto se prepara “la nueva legislación”, que inevitablemente significa intervenir el mercado y poner más dinero público, surgen dos grandes ironías:

a) La culminación de la ideología neoliberal, tan determinada por su afán de disminuir el Estado y dejar al Mercado a su propia danza de ajustes, está terminando con la más grande intervención gubernamental que se conoce en el sistema financiero de Estados Unidos, ello medido por la cantidad de dólares que ha costado. Cuando suenan todas las sirenas de emergencia, está claro que el mercado no supo como “autorregularse”.

b) La otra ironía es que esto ocurre en el país percibido como el más grande mercado financiero y para muchos, el más serio. Cuesta imaginar adónde habrían llegado las cosas si esta debacle se hubiera iniciado en América Latina. ¿Cuántos estarían hoy dándonos lecciones? ¿Cuántas misiones habrían llegado a enseñarnos lo que se debe hacer?

Por eso hemos recibido con satisfacción las palabras dichas por el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero. A su juicio, Brasil y Chile son modelos de economía de mercado donde el Estado juega un papel importante. “Son países que no han caído en la trampa de aceptar el ataque al Estado y a lo público, de santificar la desregulación; países que se mantienen firmes”, ha manifestado.

La verdad es que en el ámbito iberoamericano hemos venido caminando con mejor perspectiva. En la última Cumbre Iberoamericana, realizada en noviembre pasado en Santiago de Chile, convocada para levantar como referente común la búsqueda de la cohesión social, el primer punto rescata aquella trilogía virtuosa de la que antes hablábamos. Allí se señaló como primera meta: “Asegurar un crecimiento económico perdurable que garantice el desarrollo humano sostenible y la capacidad del Estado para implementar políticas y programas con ese fin”.

En otras palabras, países como los nuestros requieren en el siglo XXI de un Estado fuerte y con capacidad de impulsar políticas y programas que respondan a las exigencias de sociedades desafiadas por la modernidad, a la vez que generen las condiciones para un despliegue sano e innovador de la economía. Es decir, un Mercado orientado al crecimiento económico persistente y con reglas claras. Y, por cierto, una Sociedad donde el desarrollo humano garantice las aspiraciones de los ciudadanos y sus afanes por tener una mejor calidad de vida.

Si alguna lección podemos sacar desde el sur frente a esta crisis financiera, la mayor desde 1929, es reforzar la convicción en el camino por el cual queremos avanzar. Tenemos un plan de trabajo mayor, tenemos en esa trilogía -Estado, Mercado, Sociedad- el referente desde el cual abordar los desafíos del futuro.

Desde allí podremos prevenir las crisis como la que ahora estamos viviendo. Desde allí podremos encontrar las soluciones cuando las perturbaciones asomen por el horizonte.

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