Shreeya Bajracharya fue consagrada el domingo pasado, vestida de dorado y rojo, y rodeada por sacerdotes, incienso y lámparas de aceite. Miles de devotos que profesan una mezcla de hinduismo y budismo pudieron admirar a la nueva divinidad.
La pequeña es la cuarta de cinco hijos de una pareja de campesinos. Y ha sido separada de su familia y su choza frente al sembrado de patatas, para vivir atendida por varios sirvientes en el templo de la ciudad. De ahí sólo saldrá tres o cuatro veces al año, con ocasión de ceremonias religiosas. Así, hasta que le llegue la menstruación y deje de ser considerada un ser divino. Entonces será elegida otra diosa viviente o kumari.
Las kumaris son el centro de la vida de la comunidad y suponen una gran atracción turística. No hay una explicación sobre la tradición de adorar a niñas como diosas, pero entre las leyendas se cuenta que la diosa Durga constantemente se reencarnaba en una niña. Se cree que surgió durante el reinado de Jaya Prakash, miembro de la dinastía Malla, que reinó entre los siglos XII y XVIII.
"Quiero ser enfermera", atinó Shreeya a decir tímidamente, pero con encanto infantil, tras su santificación. Fue su respuesta a la pregunta de qué quiere ser en el futuro, cuando vuelva a sus orígenes terrenales. Los encargados de cuidarla sólo dicen que a la pequeña deidad le gusta comer galletas y arroz inflado, un lujo difícil en sus días en el campo.
"Tiene muchas virtudes, como sus grandes ojos y sus pestañas rizadas: justo como las vacas", explica telefónicamente Keshab Shrestha, que encabeza la fundación elegida por el Gobierno para designar a esta kumari. Un periodista local, Metrika Poudel, explica que la niña no es de una familia especial ni tiene relación alguna con el Gobierno: "Sólo querían marcar una diferencia al elegirla".
Y lo curioso está justamente ahí. Que tras la conversión de Nepal en un país secular -era una monarquía hinduista-, sean los ateos maoístas los que siguen perpetuando las tradiciones religiosas íntimamente ligadas a la monarquía que reinó durante 239 años en el país.
Los ex guerrilleros maoístas y su Partido Comunista de Nepal, vencedores de las elecciones celebradas en abril pasado, habían conducido una sangrienta guerra civil para destronar al rey. Y ahora no quieren -o no les conviene- arrancar de raíz las tradiciones a las que la dinastía estaba íntimamente ligada: el mismo rey veneraba a las kumaris y el sacerdote real era quien las escogía. El giro de los maoístas ha sido pequeño pero estratégico: aceptan a las diosas vivientes, pero las van a elegir ellos.
"Vamos a continuar con esta tradición por respetar los sentimientos de la gente. Queremos mejorar la sociedad y que se vuelva moderna y científica, donde la religión desempeñe un papel mucho menos importante. Pero romper con la tradición es imposible, debe hacerse gradualmente". Así lo explica, con diplomacia, el ministro nepalí de Cultura, Gopal Chiranti, al teléfono desde Katmandú. De su cartera depende la fundación que en adelante escogerá a las deidades vivientes.
Y es que los pocos meses que llevan los maoístas en el poder parecen haber sido suficientes para aprender que tocar la vena religiosa puede tener graves consecuencias. Sólo una semana antes de la elección de la nueva kumari, los nepalíes se amotinaron durante días contra el Gobierno cuando éste dejó de dar dinero a los templos para que compraran animales destinados al sacrificio en el Festival del Indrajatra. La policía dispersó a los manifestantes, que lo quemaron todo a su paso.
"El Gobierno sabe que ahora no le conviene perder popularidad: tiene la obligación de cumplir con la recuperación de Nepal y con todas las promesas que hizo tras mantener una década al país en jaque con la guerra", comenta el analista político Yogruach Gimire.
Sin embargo, hay otro importante sector liberal de la comunidad en contra del sistema de las kumaris, liderado por los activistas de derechos humanos. Incluso han logrado que la Corte Suprema solicite al Gobierno que vele por el cumplimiento de los derechos de las niñas. "Pero todavía se ha hecho poco al respecto", explica Subodh Pyakurel, director del Centro de Servicios de los Sectores Informales, una de las ONG para los derechos humanos más reconocidas en Nepal y que pide la abolición de las diosas vivientes.
Las kumaris no llevan una vida común: están aisladas de toda relación humana normal, sin acceso a la educación. Tampoco viven con su familia. "Justificándolo por la veneración que se les profesa, se las priva de una infancia normal. Además, cuando termina sureinado, existe la creencia de que trae mala suerte casarse con ellas", explica Pyakurel.
En Nepal hay tres kumaris, una por cada templo de las ciudades más importantes del valle de Katmandú (la del mismo nombre, Bhaktapur y Patán). Para ser diosas, las niñas tienen que ser mayores de cuatro años y cumplir con 32 requerimientos físicos. "Deben tener una buena postura, un bonito color de ojos, una dentadura correcta y una voz melódica", cuenta Chunda Bayara, profesora de la Universidad de Nepal. Además, su horóscopo debe ser considerado favorable para el bienestar de la comunidad.
El grupo de niñas que ha pasado esta selección de pruebas físicas es llevado a una habitación oscura en la que cuelgan cabezas de animales muertos y hombres con máscaras terroríficas bailan a su alrededor haciendo ruidos estremecedores. La que será diosa viviente superará esa prueba sin el menor susto.
La elección de la primera diosa de los maoístas no vino, como tradicionalmente ocurría, con la menstruación y pubertad de su antecesora. En este caso, Sajani Shakya fue despojada de la condición de deidad tras una gran polémica. La kumari desató la ira del sacerdote local y de los conservadores cuando visitó Estados Unidos para promocionar una película sobre el sistema de las diosas vivientes. Lo cual fue considerado un grave insulto a las tradiciones... y tuvo que dejar el reinado que había ejercido durante nueve años.
El último rey de Nepal, el destronado Gyanendra Bir Bikram Shah Dev, hizo su primera aparición pública el miércoles pasado, justo en un templo de Bhaktapur. Es la primera vez que se le ve tras exiliarse en una casa en lo alto de una montaña que le dio el Gobierno. Deseó lo equivalente a "feliz Navidad" y expresó un único anhelo: "Que todos los nepalíes tengan paz y prosperidad".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario