Por Michel Wieviorka, profesor de la escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Traducción: J. M. ª Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 14/12/08):
La actual crisis presenta un único relato pero algunas variantes. El punto de partida ha sido estadounidense y de carácter financiero; ha sido el escándalo de las subprime,los préstamos concedidos a personas incapaces de devolverlos. Desde entonces la crisis se ha extendido y ha alcanzado a todo el mundo para extenderse mucho más allá de la mera esfera financiera. La crisis alcanza a toda la economía, genera paro, supresiones de puestos de trabajo, disminución del nivel de vida, precariedad y pobreza, y finalmente se acaba convirtiendo en una crisis global, susceptible de alcanzar cualquier aspecto de la vida colectiva y afectar a las personas en su existencia y sus esperanzas de futuro. La crisis tiene un impacto político considerable, supone un desafío para los estados, que se esfuerzan en hacerle frente cooperando entre ellos y articulando políticas internacionales.
Este relato, pues, no es totalmente falso. Pero necesita precisiones complementarias, especialmente si se quiere reflexionar sobre la salida de la crisis.
La crisis ha sido financiera simplemente porque las autoridades estadounidenses crearon las condiciones políticas que la hicieron posible. La crisis es, en su origen, institucional e ideológica, consecuencia de una lógica de Estado (Estados Unidos) ligada a lo que ha sido llamado “el consenso de Washington”, según expresión del economista John Williamson, que define así el consenso doctrinario que aglutinó en torno al neoliberalismo al Congreso estadounidense, al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial y a diversos laboratorios de ideas.
Pero alejémonos un instante de los aspectos meramente financieros de la crisis para abordar sus implicaciones sociales. La crisis afecta a nuestras sociedades de modo distinto según los países, por razones vinculadas a las especificidades de sus instituciones financieras y bancarias, pero también en función de su estructura social. Alimenta miedos, apatía, desánimo, pero también, en sentido contrario, radicalidad, violencia, disturbios. Y se alimenta de ellos. Por tanto, la crisis puede ser leída de dos modos distintos, relativamente complementarios.
La crisis es por un lado el fruto de rupturas, de disfunciones que alcanzan al sistema social o a algunos de sus elementos. Se desarrolla gracias a los desequilibrios, a un déficit de liquidez, a carencias del vínculo social que, además, exacerba. Se despliega y se desarrolla porque los valores se alteran, las señales se deshacen y la integración del cuerpo social se hace cada vez más difícil. Desde este punto de vista, no saldremos de ella hasta que nuestras sociedades hayan recobrado una cierta capacidad de integración, hasta que las instituciones puedan funcionar de nuevo y hasta que las normas reguladoras sean aceptadas y adaptadas y el vínculo social sea restablecido.
Pero hay otra perspectiva para abordar la crisis social. Es aquella que ve en la crisis lo contrario del conflicto y del debate entre actores. La crisis se revela entonces más aguda en la medida en que no existen relaciones conflictivas entre los actores constituidos, no hay oposición central entre sindicatos y patronal, no hay auténtico debate político entre un poder y una oposición. Desde este punto de vista, salir de la crisis implica que se formen, o se reformen, espacios de negociaciones, aunque sean tensas, entre actores.
Estos dos enfoques deben conjugarse. La salida de la crisis no será sólo financiera o bancaria, no es la inyección masiva de dinero a la que se han dedicado hasta ahora los gobiernos lo que la solucionará para siempre y definitivamente. La crisis lo es también de confianza, y demanda que se restablezcan los lazos de solidaridad hoy muy relajados, lo que debe pasar por otros valores que aquellos que han dominado las épocas neoliberales. La salida de la crisis será cultural ono será. Y la crisis es también la señal de un déficit de conflictividad. Salir de ella demanda también que se formen, o se relancen, actores contestatarios, sindicatos, asociaciones, organizaciones no gubernamentales, capaces de presentar exigencias nuevas y de imponer el debate y su tratamiento a escala política. La salida de la crisis será el comienzo de una nueva era, con sus nuevos principios de conflictividad, o no será.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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