Por Andreu Mayayo, historiador (EL PERIÓDICO, 15/12/08):
Hace unos días, encontré a mi amigo Pere Camps Campos, uno de los activistas culturales más incansables que conozco, colgando carteles de la nueva edición del Festival Barnasants, la niña de sus ojos. Este año el cartel reproduce la famosa silueta de Karl Marx con una leyenda sacada de la rumba El muerto vivo: “No estaba muerto, estaba de parranda”. ¡Bingo!
En efecto, un fantasma recorre el mundo desde hace semanas. Es el fantasma de Marx coincidiendo con el 190° aniversario de su nacimiento (Tréveris, Alemania, 1818-Londres, 1883). El pensador del siglo XIX que ha ejercido una influencia más directa, deliberada y profunda sobre la humanidad –según las palabras de Isaiah Berlin, el pensador liberal más prestigioso del siglo XX– nunca había desaparecido del todo, pero ahora su presencia se ha hecho más visible tras los escombros de la contrarrevolución neoconservadora aplastada por la caída del muro de Wall Street.
SI ES CIERTO que en tiempos de crisis es cuando aparecen las mejores oportunidades, el retorno de Marx que nos brindan los nuevos vientos de cambio hemos de aprovecharlo para conocer mejor a un personaje y una obra con demasiada frecuencia malinterpretada, fosilizada y manipulada a conveniencia de muchos sumos sacerdotes de un pensamiento convertido en santa religión, el marxismo, con sus múltiples iglesias: leninismo, estalinismo, trotskismo, maoísmo, castrismo…
La primera cosa que hay que hacer es no perder el tiempo en las estupideces que, desgraciadamente, muchas generaciones se tuvieron que tragar como sapos. Me refiero, claro está, a los famosos Principios elementales y fundamentales de filosofía, donde el bueno de Georges Politzer (un héroe de la resistencia francesa ejecutado por los nazis) certifica la infalibilidad científica del marxismo; o bien, a Los conceptos elementales del materialismo histórico, de la socióloga chilena Martha Harnecker, discípula predilecta de Louis Althusser.
Ambos compartieron sus orígenes en la Acción Católica y el dogmatismo estructuralista que les permitió transitar, sin tener que apearse, del catolicismo al marxismo. Althusser se volvió loco y estranguló a su mujer. Harnecker se refugió en Cuba hasta que resucitó hace unos años en Venezuela como asesora del presidente Hugo Chávez.
Dejémonos, pues, de intermediarios y vayamos directamente a sus escritos empezando por el principio. Por una vez, y sin que sirva de precedente, hay que hacer caso a la consigna del mayo del 68 que instaba a no fiarse de nadie de más de 30 años. Antes de los 30, Marx escribió de una manera diáfana y brillante todo lo que después encontraremos sepultado y excesivamente encorsertado en los gruesos volúmenes de El capital, salvo el primero, que fue codificado por Friederich Engels. Es decir, que Marx rodó las secuencias pero Engels montó la película. Tuvo que pasar casi un siglo para que los Cuadernos de París (1844), conocidos como Manuscritos económicos y filosóficos, vieran la luz, y habrían de pasar muchos años más para que esos textos empezaran a circular con una cierta fluidez.
Marshall Berman explica en Aventuras marxistas (2002) las emociones despertadas por el descubrimiento de los Manuscritos… y cómo le cambió la vida. Cansado del determinismo económico y la codificación científica del marxismo, le impresionó encontrar en el joven Marx una defensa de la democracia y de la individualidad. Aún más, en plena luna de miel, Marx afirmaba sin rubor “que el amor sexual era lo más importante”. Sus ideas eran una bocanada de aire fresco, y su estilo, deslumbrante. Entre el idealismo filosófico alemán y la realidad, decía, “hay la misma relación que hay entre la masturbación y el amor sexual”.
A BUEN SEGURO que si muchos de los que pasaron por el onanismo levítico de los seminarios marxistas hubieran leído La ideología alemana (1845) no se avergonzarían de su pasado, ni habrían renegado de su impulso emancipador, individual y colectivo. Y habrían aprendido también este pensamiento de Marx y Engels: “El comunismo no es para nosotros ni un Estado que se tenga que crear, ni un ideal sobre el cual tuviera que reglamentarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que abole el estado de cosas presentes”.
Rozando la treintena, Marx escribió con Engels Manifiesto del Partido Comunista (1848), el libro más traducido y difundido en el mundo después de la Biblia, del cual se cumple el 160° aniversario. El Manifiesto… es, paradójicamente, una loa admirable de la capacidad revolucionaria de la burguesía y, al mismo tiempo, una guía espléndida, llena de pasión y de esperanza, para vivir en el mundo moderno.
La modernidad, dice el profesor Berman, es una experiencia vital que comparten todos los hombres y mujeres del mundo. Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Esta es la triste y, a veces cruel, paradoja de nuestra vida (individual y colectiva) Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como apuntaba Marx, “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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