Por Bernabé López García, catedrático de Historia Contemporánea del Islam en la UAM y miembro del Comité Averroes (EL PAÍS, 17/12/08):
La oferta de un estatuto avanzado para Marruecos hecha por la Unión Europea en su reunión de ministros de Exteriores del 13 de octubre pasado, reunión de especial significación por adoptarse en ella medidas cruciales para afrontar la crisis, es la culminación de un cuarto de siglo de flirteo, hegemonizado primordialmente por Francia y acelerado sobre todo tras la llegada al trono de Mohamed VI. Fue éste quien en 2003 reclamó formalmente este estatuto, apoyado por el presidente Rodríguez Zapatero en su primera visita a Marruecos en abril de 2004.
La idea de un estatuto avanzado para Marruecos viene de antiguo. Es una demanda por lo menos desde que en 1984 Hassan II presentara una solicitud de adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea (CEE). Lo que algunos calificaron de boutadefue en realidad una demanda prospectiva para dejar sentada la voluntad de marchar hacia una convergencia cada vez mayor con Europa y lo europeo. Siempre le gustó al soberano marroquí repetir esa imagen que recogía en su libro El desafío y que imaginaba a Marruecos como “un árbol cuyas raíces nutricias agarran profundamente en la tierra de África y que respira gracias a su frondosidad que vibra a los vientos de Europa”.
Chocó entonces la ocurrencia de Hassan II porque los déficit en derechos sociales y políticos de Marruecos eran enormes. El balance de la represión de los disturbios urbanos de enero de 1984 fue de millares de detenidos y de 49 muertos según la Instancia Equidad y Reconciliación. En el colmo de un cinismo habitual, el rey afirmaría taxativamente en Le Monde que en su país no había detenidos políticos, sino tan sólo algunos “traidores a la patria” por no comulgar con las tesis oficiales de la marroquinidad del Sáhara Occidental.
Aunque el monarca insistirá alguna vez más en su demanda de adhesión, aquello quedó reducido a querer hacerse presente en la realidad europea de un tiempo en el que España y Portugal estaban en puertas de un ingreso en la CEE, en conflicto con los intereses marroquíes.
La cuestión de la inmigración dio pretexto a Hassan II años después, en febrero de 1993, para volver a hacerse presente ante los 12 países que integraban la Comunidad Europea. Apenas un año después del establecimiento del visado para magrebíes en España e Italia, y a punto el sistema Schengen, las pateras habían hecho su irrupción en el mundo mediático y habían resucitado fantasmas en Europa. Convocando a los embajadores de los países europeos, más Estados Unidos, Canadá, Japón y Suecia, el rey de Marruecos alertó en un discurso sobre el fenómeno que se avecinaba y dejó claro el papel que su país podía ejercer en el control de los flujos. Convertirse en gendarme de Europa valía un precio, exigía a cambio recursos y un empeño colectivo en el desarrollo del país para salir del atraso. No en vano el centro de aquel discurso fue el lanzamiento de una política de desarrollo para el norte marroquí, zona marginada hasta entonces, vivero de migraciones y plataforma de lanzamiento de pateras. Se proponía esto justo en un momento en que se discutía lo que debería ser el nuevo -por entonces- partenariado euro-magrebí, dándole un sentido más imaginativo, como preconizaba Habib El Malki en una sesión de la Academia de Marruecos en 1990, apoyado en nuevos instrumentos financieros, con una jerarquía en los dominios de intervención encabezada por la promoción del empleo y de nuevos actores empresariales en plena privatización del país.
En 1995, la conferencia de Barcelona, a la que Marruecos se incorporó en el último momento para sacar algo más en la negociación pesquera y en la renegociación de su acuerdo con Europa, concretó la creación de un espacio euromediterráneo que habría de servir no sólo de patio trasero para Europa, sino de ámbito en el que se fueran extendiendo los valores democráticos y el modo de vida europeo. Pero el proceso iniciado en Barcelona, bloqueado por problemas como el palestino-israelí y la resistencia de los regímenes árabes al cambio, quedó sobre todo postergado por la expansión hacia el Este de la Unión Europea. La “nueva política de vecindad” y sus planes de acción para países concretos, pretendieron compensar ese giro, pero el beneficiario final de todas estas políticas, el hombre o la mujer del sur, no termina de percibir sus efectos.
Ahora, la nueva oferta de un estatuto avanzado a Marruecos va un poco más allá de hasta donde habían ido sus relaciones con la Comisión Europea: mejorar la colaboración policial y judicial, entrada en algunas agencias comunitarias, generar un espacio económico común que permita una mayor integración de la economía marroquí en la de la Unión Europea. En el horizonte del año 2013 se permitirá incluso que Marruecos se beneficie de los Fondos de Cohesión. Pero en el libre cambio previsto hay temas siempre espinosos, como la exportación de productos de la agricultura (de la que vive casi la mitad de la población marroquí) y la libre circulación de personas. La autorización de la “presencia temporal en la UE de personas físicas con fines profesionales” apenas suena a una política algo más liberal en la usura de visados.
¿Son todos estos elementos suficientes para provocar el estímulo de la sociedad marroquí, tanto de la élite como de la calle, hacia una convergencia real con Europa? ¿Logrará el estatuto avanzado movilizar a la sociedad civil marroquí como ocurrió en Turquía, donde la esperanza estaba en un listón mucho más alto, el ingreso en la Unión Europea?
La “calle” marroquí, a la que pertenecen los harragas, los llamados inmigrantes ilegales, que son capaces hasta de poner en riesgo sus vidas para “vivir a la europea”, querría que esa relación preferencial, que ese estatuto avanzado se tradujera en seguridad social para todos, salarios dignos, posibilidad de ascenso en la escala social sin tener que dar el salto a la otra orilla del Estrecho, calles asfaltadas, acceso universal, tanto en el campo como en la ciudad, al agua corriente y a la red eléctrica (de los que carecen respectivamente un 40% y casi un 30% de las viviendas), poner fin a la vulnerabilidad del 25% de la población del país… En fin, cosas con las que se identifica el modo de vida en Europa.
Por su parte, entre la élite hay quienes aspiran a acabar con los privilegios abusivos pero también quienes viven de ellos abusivamente. Y no se ve una apuesta decidida de los que gobiernan para poner coto a las desigualdades notorias o hacer avanzar al país hacia una mayor justicia y democracia.
Llama la atención la ceguera de la gran mayoría de clase política marroquí ante los cambios que su país necesita. Aunque el rey Mohamed VI lance en su discurso del 6 de noviembre lo que llama “la dinámica de una regionalización avanzada y gradual para todas las regiones de Marruecos”, lo que exigirá en primer lugar un profundo cambio constitucional, los dirigentes de los principales partidos miran para otro lado y declaran no considerar urgente modificar la Constitución. Cuando lo que está en juego es encontrar una vía creíble de solución a la gangrena que es el problema del Sáhara, inviable sin un cambio radical del texto constitucional con el que choca la iniciativa de autonomía para la ex colonia española ofrecida por Marruecos. Se opta, como es habitual, por el camino del statu quo, mientras estallan conflictos en zonas marginadas como Ifni y se apalea a diario a los disidentes saharauis alejando cada vez más la perspectiva de una solución.
¿Es el mejor camino para acelerar esa convergencia que preconiza el estatuto avanzado la complacencia europea ante lo que se califica pomposamente de “valeroso proceso de modernización y democratización de Marruecos”? Surgen las dudas, cuando el país padece las prolongadas ausencias de su monarca, que algún medio local ha calificado de “humillantes” para una clase política (derecha, izquierda e islamistas) empeñada en defender, como lo hacía Mohamed VI en su entrevista con EL PAÍS de 2005, las “especificidades” de su régimen y la no convergencia con los modelos de las monarquías europeas.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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