Por Juan José Sebreli, escritor argentino y acaba de publicar Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos (EL PAÍS, 27/12/08):
No soy ni de derechas ni de izquierdas -confesaba Néstor Kirchner a Alain Touraine-, soy un pragmático. ¿Acaso el peronismo tuvo en algún momento una ideología, o sólo fue una técnica oportunista para conquistar el poder y mantenerlo? Perón, el militar golpista de 1943, de regreso de la Italia mussoliniana tenía una ideología definida: el fascismo. Ya en el poder hizo todo el fascismo permitido en un contexto histórico adverso porque el Eje había sido derrotado y la mitad de la sociedad civil se le oponía. Del fascismo heredó el liderazgo carismático, la movilización de masas, el control estatal del movimiento obrero, el corporativismo, la ideologización total de la vida cotidiana tendente a borrar los límites entre lo público y lo privado.
El Perón de 1973, cuando regresó de su exilio madrileño, había aprendido del franquismo la necesidad de sustituir el fascismo por un conservadurismo tradicionalista. Sin embargo, intentó todavía apelar a la movilización de masas pero fracasó por el enfrentamiento entre la derecha de los sindicatos y la izquierda de las juventudes y la guerrilla.
El peronismo sufrirá una tercera transformación después de su derrota en las elecciones presidenciales de 1983. Obligado por las circunstancias, abandonó el movimientismo, se transfiguró en un partido político y reconoció a los otros como interlocutores válidos, algo que nunca había sucedido en vida de Perón. El menenismo fue una consecuencia de ese cambio, que habría de completarse con un giro económico radical hacia el liberalismo y las buenas relaciones con Estados Unidos, dos tradicionales bestias negras del peronismo histórico.
La historia del peronismo está signada por contradicciones que permiten la acusación recíproca de traidoras a las fracciones rivales. El peronismo canónigo, nacional y popular, y sus mitos de soberanía, independencia económica, lucha antiimperialista y eterno bienestar de los trabajadores pudieron parecer reales sólo en un primer y breve momento, entre 1946 y 1950. No fue más que una ilusión, abandonada ante la crisis económica, por el propio Perón que se convirtió, de ese modo, en el primero de los sucesivos traidores a un peronismo “esencial” pero insostenible.
La profunda crisis del 2001 acabó con el frágil intento del peronismo de integrarse al sistema democrático de partidos. El kirchnerismo fue el producto de ese momento crítico y a la vez encarnó una nueva versión del peronismo. A pesar de su confeso pragmatismo sin ideología, Kirchner ha intentado ocupar el lugar del centroizquierda, y logró así convencer a una parte del progresismo. Conectó así con la izquierda juvenil de los setenta, muchos de cuyo miembros, aunque reciclados, son ahora funcionarios kirchneristas.
Sin embargo, el kirchnerismo tiene poco que ver con el centro izquierda tal como lo entienden los europeos. En América Latina lo representan mejor Luis Ignacio Lula da Silva, Michelle Bachelet o Ramón Tabaré Vázquez, en tanto los Kirchner se inclinan, no sin vacilaciones, por el llamado “neopopulismo latinoamericano” al estilo de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y los sempiternos patriarcas Fidel y Raúl Castro. Para los Kirchner se trata de un viaje de ida y vuelta del antiguo al nuevo populismo, ellos imitan a Chávez que dice inspirarse en Perón.
Cristina Kirchner, que tiene sus alardes intelectuales, dice seguir a la politóloga belga Chantal Mouffe y su libro de cabecera es En torno a lo político. Mouffe es la mujer y colaboradora de Ernesto Laclau, un argentino profesor de Essex, que fue en su juventud trotskista-peronista. En Europa descubrió el posestructuralismo, el althusserismo y el lacanismo y los agregó a su viejo populismo porteño. Esa mezcla rara llamada neopopulismo latinoamericano fue adoptada por la juventud de las facultades de humanidades de Buenos Aires y dio origen al movimiento Carta Abierta cuyas intrincadas proclamas expresan su apoyo al kirchnerismo.
Otra fuente inesperada de Laclau y sus seguidores kirchneristas es Carl Schmitt, jurista del nacionalsocialismo. A través de estos intelectuales, los Kirchner se han enterado de que eran schmittianos sin saberlo ya que practican la concepción política preconizada por el teórico alemán: la confrontación permanente, el antagonismo insuperable de amigo-enemigo, y el decisionismo opuesto a la discusión liberal. Piensan con Schmitt que el poder no reside en las instituciones republicanas sino en la persona del “soberano”, que decide por sí mismo recurriendo al estado de excepción y a los poderes extraordinarios.
Felipe González sostuvo que hoy la alternativa no era entre izquierda y derecha sino entre modernidad y bonapartismo. El peronismo ha sido una forma de bonapartismo. El fascismo fue al fin un modo extremista de populismo de derechas. En el bonapartismo hay un equilibrio inestable entre intereses -y sentimientos- diversos e, incluso, opuestos. La definición de Marx del líder bonapartista se ajusta a los Kirchner: “No es nada y por eso puede representarlos a todos”.
Algunos métodos bonapartistas o populistas prevalecen en el kirchnerismo: liderazgo autoritario y personalista, subordinación del Congreso y del Poder Judicial al Ejecutivo, intento de sustituir el sistema de partidos por el movimiento. En cambio, no se observan otros principios típicos del bonapartismo. Carece del apoyo de instituciones tradicionales, como el Ejército, la Iglesia y la Policía, sino todo lo contrario. Se lo puede definir como un semibonapartismo, caracterización más adecuada a las ambigüedades y vacilaciones de los Kirchner. Es improbable que ese semibonapartismo devenga en semifascismo o semicastrismo a la manera de Chávez. Faltan pasos ineludibles: la libertad de expresión, aunque retaceada, sigue existiendo, e igualmente la pluralidad de partidos, aunque ésta subsiste en buena parte por la debilidad y fragmentación de los opositores. Asimismo no aparecen los aspectos que dan color especial al populismo: la relación directa, prescindiendo de todo intermediario institucional, del líder con las masas y la movilización permanente de éstas.
El uso de sectores piqueteros y sindicales, o de la gente presionada por los intendentes provinciales, ha sido un germen de movilización de masas. Pero el fracaso de la convocatoria oficial en la Plaza del Congreso, enfrentada a la multitudinaria asistencia al acto realizado por los dirigentes rurales en Palermo, mostró los límites de esa tentativa donde tal vez los únicos asistentes que no fueron pagados fueron los intelectuales próximos al poder actual.
El kirchnerismo nunca dejó de ser la primera minoría, los grandes centros urbanos le fueron adversos y perdió el inicial apoyo del campo y de los pueblos del interior. La adhesión a los Kirchner se redujo al cálculo de intereses por parte de la clase media, que se apaga cuando la inflación y la recesión terminan con la bonanza económica Para las clases populares funciona la dádiva del “clientelismo”, pero es imposible hacer populismo sin dinero para repartir. Por añadidura los Kirchner no son carismáticos y la pasión y el fanatismo, ingredientes insoslayables del populismo, les son ajenos; un populismo frío es una contradicción en los términos.
Es apresurado decretar la muerte de kirchnerismo mientras sigue detentando los resortes del poder pero, sin duda, el proyecto político de perpetuarse en el mando, ya ha fracasado. Como suele ocurrir, muchos partidarios de ayer -el vicepresidente Julio Cobos, el senador Felipe Solá, varios gobernadores de provincia- se han apresurado a diferenciarse. Sin embargo parecería ser que la oposición no ha logrado, hasta ahora, capitalizar las debilidades del oficialismo. No es improbable pensar que el futuro sucesor sea un peronismo no kirchnerista y las próximas elecciones sean otra batalla interna del peronismo. Toda crítica al kirchnerismo implica la del peronismo en su conjunto, porque las peores perversidades del actual régimen provienen del mismo Perón que no se privó tampoco del saqueo a las cajas de jubilación.
Tal vez no sea inútil recordar que desde 1943 hasta el día de hoy hubo tres responsables políticos: el radicalismo, el militarismo y el peronismo. Este último cumplió el período más largo de gobierno -31 años con intermitencias- y su era coincide significativamente con el declive del país.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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