Por Sami Naïr, profesor en la Universidad Pablo Olavide de Sevilla. Traducción de Martí Sampons (EL PAÍS, 13/12/08):
El congreso de Reims del Partido Socialista confirma una evidencia: el descenso a los infiernos de la izquierda francesa prosigue inexorablemente, mientras que la derecha en el poder confía en yugular la fuerza de rechazo que se ha manifestado contra ella en las elecciones cantonales y municipales. El Partido Socialista ha ganado todas las elecciones desde que Nicolas Sarkozy llegó al poder, pero las ha ganado menos por su credibilidad que por el “efecto limpia parabrisas”, según el cual el electorado decepcionado sanciona a la mayoría en el poder votando a una oposición en la que no cree realmente.
La crisis de la izquierda francesa es en primer lugar la crisis de su dirección política, y más fundamentalmente, la crisis derivada de la ausencia de un proyecto político alternativo serio. De hecho, el congreso de Reims ha revelado por lo menos tres cosas.
En primer lugar, este congreso quería ser el del “proyecto”, y no el de la elección de un candidato a las próximas elecciones presidenciales. Ahora bien, la elección de Martine Aubry augura tiempos inciertos, puesto que ella misma es “presidenciable”. Aunque ha conseguido reunir a su alrededor en la segunda vuelta a todos los enemigos de Ségolène Royal (Jospin, Fabius, Hollande, Delanoë, Emmanuelli, los partidarios de Strauss-Kahn y otros más), sólo ha podido vencer por muy poco, lo que confirma la fuerza de la corriente Royal en el partido. El todo contra Ségolène se ha convertido en todos contra Ségolène. En sí, esta coalición defensiva del aparato contra Royal tendrá consecuencias duraderas.
En segundo lugar, la elección de Martine Aubry, del todo legal por otra parte, es frágil, puesto que la realidad de las relaciones de fuerza en el seno del partido es del orden de 50 a 50. En estas condiciones podíamos esperar de Martine Aubry y de quienes la apoyaban que eligiesen en la composición del nuevo equipo, y para vendar las heridas, a una dirección colegial unitaria y ampliamente abierta a los representantes de Ségolène Royal. Nada de esto ha ocurrido. El sábado 6 de diciembre, el nombramiento de la nueva ejecutiva del partido encarnaba fielmente la batalla del congreso. Los royalistas fueron empujados a la minoría. Proponían varias enmiendas sobre la política europea, la organización de primarias de toda la izquierda para las elecciones presidenciales, la instauración de una cuota más accesible para los simpatizantes y las alianzas. No obtuvieron nada.
En tercer lugar, esta situación augura un mal porvenir. Es probable que el PS vaya hundiéndose en la espiral suicida que vive desde la desaparición de François Mitterrand, ya que ninguno de los problemas planteados a este partido desde mediados de los años ochenta ha sido resuelto. Vive una situación típica de crisis sistémica, con efectos destructivos de feed back. La crisis de la dirección política refleja la de la ausencia de proyecto político movilizador, y esta ausencia de proyecto reproduce, profundiza, la crisis de dirección política. En lugar de ser una fuerza con propuestas y llena de esperanzas, el partido se ha convertido en una batalla campal de “presidenciables” y en un valle de lágrimas para unos militantes desesperados.
Sobre la crisis de la dirección, las contradicciones son patentes en el seno de la nueva coalición. Ante el desastre económico del liberalismo y la crisis social resultante, la parálisis de Europa y la dimisión del Estado, ¿cómo podría llegarse a consensos fuertes entre los partidarios socio-liberales de Strauss-Kahn, Jospin y Delanoë y los de Fabius y Hamon, más socialdemócratas? En el momento en que los propios ultraliberales piden auxilio al Estado, la nueva dirección del PS retoma este leitmotiv aunque, de momento, sin darle un contenido concreto.
En efecto, si tomamos las cinco mociones que han sido presentadas en el congreso, incluyendo la de Ségolène Royal, es difícil encontrar divergencias serias entre ellas. Elaboradas desde una perspectiva táctica, todas ellas buscaban borrar las diferencias de orientación en provecho de una síntesis. Pero unida por el rechazo a Ségolène Royal, ¿resistirá esta dirección al impacto de los acontecimientos? Y las ambiciones personales de unos y otros, ¿acaso desaparecerán milagrosamente? Martine Aubry gobernará bajo la mirada de los jefes de los clanes. Y éstos, sólidamente instalados en el partido como señores feudales, no están dispuestos a ver cómo se transforma en monarca absoluto.
Esta situación no hace en realidad sino manifestar una crisis más profunda. El Partido Socialista francés ha sido incapaz de hacer balance de los años Mitterrand y Jospin. Ha sido incapaz de definir una línea clara sobre Europa y nunca se ha interrogado sobre el sentido de la victoria del no en el referéndum de 2005 a propósito de la Constitución europea. Tampoco ha sabido analizar las mutaciones internacionales después de la descomposición de la URSS, ni entender el papel del imperio americano convertido en superpotencia unilateral. En el ámbito socio-económico, mientras que exhibía hábilmente su adhesión al liberalismo de las costumbres, en realidad se adormecía ante el liberalismo financiero.
En las elecciones presidenciales de 2002, Lionel Jospin llega detrás de Le Pen, el líder de la extrema derecha. Jamás se ha analizado esta derrota, quizá por la transferencia de la culpa a otros candidatos de la izquierda. Demasiado simplista. El Partido Socialista nunca ha sabido escoger entre la socialdemocracia alemana, el social-liberalismo de Blair y el socialismo reformista a la francesa. En realidad, la experiencia del Partido Socialista en el poder, entre 1981-84, 1988-93 y 1997-2002, es decir, 13 años y tres cohabitaciones, es una curiosa mezcla de todas esas culturas, sin ninguna aportación ideológica original. Una mezcla que ha llevado a la impotencia.
La crisis económica y financiera actual es aún más reveladora del desfase del PS. En las mociones presentadas en el congreso no encontramos ningún análisis serio sobre la mundialización, el librecambismo, las relaciones entre países pobres y ricos, las potencias emergentes, la reorganización geopolítica en marcha y el medioambiente, etcétera. La “declaración de principios” adoptada por el PS en la primavera de 2008, antes de que esta crisis mundial apareciera en toda su gravedad, chorrea buenas intenciones socio-liberales y propone, como si fuera el problema, el alineamiento con la economía de mercado. Todo esto, más bajo una forma de catálogo que de visión del mundo, de eslóganes publicitarios que de un proyecto coherente de sociedad fundado sobre un análisis crítico de la realidad existente. Es duro reconocerlo, pero debemos decirlo: el Partido Socialista jamás ha estado en una situación tan grave en el plano ideológico.
Podemos preguntarnos hasta dónde llegará su caída. Hay dos hipótesis: o bien sigue desmoronándose, empujado por el juego de las ambiciones y la ausencia de proyecto, y entonces podemos apostar que acabará implosionando en varias capillas opuestas, dejando el campo político despejado para la derecha, como entre mediados de los años cincuenta y 1981. La izquierda será entonces, en el mejor de los casos, una fuerza municipal y regional, pero no accederá a la presidencia de la República, clave de bóveda del sistema político francés. O bien la nueva dirección sabrá hacer rápidamente propuestas para reunificar todas las corrientes internas, frenar las ambiciones personales con orientaciones programáticas, unir el pragmatismo a la audacia intelectual, abrirse a todas las corrientes que quieren renovar la sociedad, ser finalmente el partido que une a la izquierda. Puesto que el ciclo que ha separado a las principales familias de la izquierda a principios del siglo XX se derrumbó con el muro de Berlín en 1989 y ha sido enterrado con la desaparición de la URSS en 1991. El Partido Socialista ya no tiene ningún adversario serio a su izquierda. Es, pues, el momento ideal para preconizar la unidad de todos los demócratas de progreso, de los republicanos sociales, de los radicales, de los comunistas, de los ecologistas y de los altermundialistas en una gran confederación de izquierdas, en la que cada uno podrá por lo demás conservar su especificidad, pero donde todos estarán unidos bajo un mismo programa de gobierno. Es el medio más eficaz para enfrentarse al gran partido de derechas que ha construido Sarkozy. Y sería sin duda la mejor manera para que el Partido Socialista saliera de la crisis.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario