viernes, diciembre 26, 2008

Navidad de la crisis

Por Manuel Mandianes, escritor y antropólogo del CSIC (EL MUNDO, 24/12/08):

El origen de la crisis es institucional e ideológico, radica en las disfunciones y desequilibrios sociales. La ingeniería financiera y la arquitectura económica han fracasado. El futuro no se deja encerrar. La situación actual de crisis puede ser la ocasión para recapacitar en el control sobre el gasto, en la austeridad del consumo y de aprender a superar un fracaso y a actuar con prudencia. Parece que todo el mundo vivía de rentas y nadaba en la abundancia, parece que todo venía hecho sin ningún esfuerzo por parte de nadie.

Si la gente, aun a la hora de las rebajas, se preguntara no por lo que puede comprar sino por aquello de lo que puede prescindir, ahorraría mucho dinero, aumentaría el campo de su libertad, ganaría tiempo para hacer cosas y espacio para la creatividad. El tiempo disponible está a favor de los que tienen capacidad de iniciativa y la fomentan. Un necio no supera jamás un éxito pero un inteligente puede sacar partido de un fracaso.

No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita. El deseo de nuevos productos impide disfrutar de lo que ya se tiene y desencadena una serie de frustraciones. Estar atrapado por el deseo de lo nuevo, de lo que acabamos de conocer por la publicidad, dicen los psiquiatras, es fuente de ansiedad y de angustia.

La crisis es susceptible de alcanzar cualquier aspecto de la vida colectiva y de afectar a las personas en su presente y en su futuro; y de producir miedo a tener que renunciar a cosas y placeres a los que la gente ya estaba acostumbrada y los consideraba consustanciales a la vida misma: el estado de bienestar. El miedo y el desaliento pueden degenerar en reacciones violentas, en radicalidad.

La actual crisis de la que todo el mundo habla viene a añadirse a la crisis de pensamiento. La posmodernidad no piensa la realidad como una estructura solidamente anclada en un único fundamento porque ha descubierto que muchas de las verdades metafísicas axiomáticas no eran más que conceptos detrás de los cuales no había nada. Los valores se alteran, las señales y los símbolos se deshacen.

La verdad ya no es algo estable, eterno, dado de una vez por todas y rígidamente objetiva, sino un ir desocultando lo oculto. La esencia de la verdad es una lucha, un conflicto (M. Heidegger, Parménides). Esto supone el final de la creencia en un orden objetivo del mundo que hace cada vez más difícil la integración del cuerpo social.

La gente nunca tuvo una conciencia tan clara como ahora de que todo cuanto existe llega, está y pasa; de la temporalidad de las cosas: todo es de usar y tirar. La manera de actuar de los postmodernos cambia sin dar tiempo a la consolidación de hábitos. La vida moderna es una serie de nuevos comienzos. En todo momento se enfatiza el olvido. Los nuevos productos, tan deseados, quedan reducidos a restos inservibles y desperdicios tan pronto como la publicidad nos hace creer en la excelencia de los que acaban de parecer.

La liviandad y la revocabilidad son los preceptos por los que se guían en sus apegos y en sus compromisos los posmodernos. Lo difícil de explicar hoy no son los cambios sino la permanencia y la duración de algo. La tolerancia no es sino ausencia de compromiso y de dirección. La conducta que se ajusta a la tradición y a la autoridad es considerada inauténtica porque la decisión y la elección no competen al individuo sino que es considerado algo impuesto.

Nuestro tiempo reduce todo a la política y la política a la propaganda. Uno de los logros de la publicidad es convencer a los portantes de que están decidiendo lo que llevan puesto y que son los creadores de su imagen. Los viejos son recluidos en asilos y condenados al ostracismo porque su experiencia no sirve para nada.

Porque no admite un fundamento metafísico último e inamovible ni el a priori kantiano que dice lo mismo a todos los hombres, la posmodernidad ha sido desposeída de la certeza tranquilizadora. Los individuos posmodernos dedican su vida a una supervivencia cada vez más colmada de placeres cada vez más artificialmente excitantes.

La vida líquida (Z. Bauman) asigna al mundo y a todos sus fragmentos animados e inanimados el papel de objetos de consumo. En esta época posideológica, en vez de tratar de cambiar el mundo, intentamos reinventarnos a nosotros mismos, reinventar todo nuestro universo embarcándonos en nuevas formas de todo tipo de prácticas.

La posmodernidad anda a tientas porque ha devaluado y demolido los valores y las normas existentes. Entre la salida y la meta media un desierto, un vacío, un páramo, un enorme abismo. El debilitamiento y la desconfianza hacia las estructuras y la renuncia a una serie de ideas hechas causan al ser humano una sensación de vacío que puede ser el inicio de un proceso de catarsis, que tiene un buen ejemplo en la kenosis navideña

En la encarnación, Dios se vació de sí mismo para asumir la condición humana (Filipenses, 2, 7) y hacerse en todo igual al hombre menos en el pecado. Jesús, el hombre Dios, asumió la naturaleza humana con su carga de limitaciones, sufrimientos.

Los griegos llamaban kairos al momento en que recibían de los dioses un regalo. No prestarle atención y pasar de largo era considerado un acto de rebelión, hybris, contra el destino y contra el orden sagrado de las cosas. El kairos cristiano es el momento de la salvación traída por Jesús.

Guardar silencio es retener la palabra que se podría decir para comunicar algo. Sólo guardan silencio los que tienen algo que decir y no lo hacen; el que no tiene nada que decir, sólo calla. Y no es poco. Son muchos los que hablan de todo sin tener una relación directa con nada. El hombre prudente guarda silencio con frecuencia sobre lo que es esencial.

La vida es el arte de ver lo esencial, escondido detrás de las apariencias. Ante el portal de Belén lo único que cabe es el sobrecogimiento, disposición del hombre frente al misterio. ¡Aunque sólo sea delante de la celebración del nacimiento de un hombre que cambió la historia del mundo!

La encarnación es el acontecimiento con el cual Dios pasó el umbral, el límite, de la diferencia cualitativa de la criatura, se unió a ella y asumió el último escalón del género humano haciéndose siervo, como dice el profeta Isaías. El límite no es aquello en lo cual algo cesa sino en lo que algo emerge. La esencia del hombre es determinada a partir de su relación con el ser emergente (E. Trías).

Para los cristianos, en la encarnación la eternidad alcanza el tiempo y el mundo se hace historia divina en el hombre. Nadie que no tome en serio al otro puede decir que toma en serio la encarnación.

El que los cristianos hayan situado la celebración de la Navidad en el momento del solsticio de invierno demuestra inteligencia práctica a la hora de utilizar los recursos a su alcance, pero no permite afirmar que su origen es pagano ni merma en nada la radicalidad de su mensaje. La Navidad es la fiesta de la solidaridad absoluta.

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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