Por Jesús López-Medel, abogado del Estado y ex presidente de la Comisión de Democracia y Derechos Humanos de la Asamblea de la OSCE (EL PAÍS, 15/12/08):
Viajar en avión es fuente de sorpresas: encontrar para cualquier ciudad europea un billete mucho más barato que para España, que la compañía aérea haya desaparecido y te deje en tierra… Pero especialmente emocionante es viajar con equipaje de mano. Las situaciones en esos controles a los que nos hemos adaptado sin rechistar son frecuentemente grotescas y en ocasiones hasta una clara vulneración de derechos humanos.
El ataque contra las Torres Gemelas del 11-S generó psicosis. Fue también la ocasión para que, desde planteamientos neoconservadores reaccionarios, se pretendiese implantar el todo vale. Entre ello, las restricciones arbitrarias de libertades fundamentales, y no sólo de los presuntamente “malos” sino de las de todos. Y así si portas un ordenador al viajar en avión, además de ponerlo separadamente para el control de rayos (apenas tienes manos para tanta caja de plástico), te piden en ocasiones que introduzcas tu clave de seguridad y lo enciendas. Si preguntas por qué, la mirada puede fulminarte. Una vez que comprueban que, en efecto, sólo es un ordenador, nada sucede.
Y si el viaje es a Estados Unidos, puede haber aún más emoción. Allí, al aterrizar en el país en el que se ubica la Estatua de la Libertad, la policía aeroportuaria puede no sólo inspeccionar cuanto hay grabado en tu ordenador, tal y como es posible desde hace meses, sino incluso algo todavía más surrealista: hacer una copia de ello. Da igual que bajo el icono de Mis documentos se lleve información sobre el trabajo o la vida privada. La policía no sólo puede leer cuanto guardas escrito o en imágenes, sino también apropiarse de ello. Y no hace falta el menor indicio de que el pasajero pudiera ser sospechoso; es sólo por si acaso. Resulta difícil salvarse si caes en manos de un policía que te ha mirado mal o al que no le han gustado tus ojos, tu piel o tu vestimenta.
Aunque sigamos viajando a ese país, admirable en muchos aspectos, a muchísimos europeos nos resultan muy vejatorios los sistemas de control de entrada a su territorio. Como recibimiento no te acogen con un collar hawaiano, sino que directamente te hacen una foto y te toman la huella dactilar. Eso es así siempre. Lo emocionante es si te miran mal y llevas ordenador…
Los europeos, sin embargo, no podemos dar muchas lecciones. Los hechos terroristas de julio de 2005 en Londres produjeron que en nuestro continente se activaran también severas medidas de control. Los atentados entonces fueron en el metro. Pero, con el aliento desde el otro lado del Atlántico, se impusieron importantes medidas para los viajes aéreos. Se aprobó sin reparos una normativa que endureció severamente los controles. En Heathrow son intensos. Sólo puedes portar un bulto de mano. No puedes llevar además el ordenador o una pequeña bolsa. Pero no sólo allí. En todos los aeropuertos pueden revelarse peligrosos e indescifrables para las nuevas tecnologías de rayos no sólo un reloj (y no el de 007) sino también todos los cinturones, muchos zapatos o cualquier objeto. A veces se producen situaciones surrealistas y vejatorias. A nadie le gusta pero pocos son tan temerarios como para preguntar dónde ha sido aprobado todo aquello.
Hasta que un día un ciudadano austriaco tuvo un problema: sus raquetas. Quería viajar pero llevando como equipaje de mano estos objetos. Los controladores del aeropuerto de Viena consideraron que tal artefacto deportivo podía ser peligroso. Ignoro si los agentes se imaginaban al pasajero yendo desde su fila dando golpes de izquierda a derecha para, finalmente, dejar noqueados a los pilotos con un smash y provocar un atentado. El pasajero insistió en querer conocer dónde estaba expresado que una raqueta fuese un objeto tan peligroso que impidiese viajar con ella. Logró incluso superar el control y entrar en la aeronave, pero el personal de seguridad terminó por hacerle desembarcar. Impugnaría aquella decisión ante los tribunales.
El asunto llegó al Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas. El Informe del Abogado General, emitido el pasado mayo, supuso un gran raquetazo a los gobiernos nacionales que aprobaron dicha normativa. En ella figuraba un anexo donde se relacionaban los objetos potencialmente peligrosos. Además, se incluía una cláusula donde se dejaba un margen de apreciación discrecional al controlador. Pero ese Anexo no estaba publicado en ningún boletín oficial. Se había guardado total opacidad sobre ello.
El Abogado General, en su informe ante el Tribunal de Luxemburgo, consideró que la seguridad jurídica y la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos supone que no pueda exigirse a los ciudadanos el cumplimiento de una parte importante de una norma (y un Anexo lo es) que no ha sido publicitado oficialmente y no es conocida. Ante la sentencia en este sentido, la Comisión prefirió evitar la condena y en agosto publicó el Reglamento.
Es éste un pequeño pero significativo avance. El fin del pretendido carácter secreto de los objetos prohibidos debe celebrarse. Pero ahora la Comisión estudia instalar escáneres que desnudan completamente a los pasajeros. Tras una evidente involución en materia de derechos humanos -la Directiva de retorno de inmigrantes es otra muestra-, deben seguir alzándose las voces de una conciencia crítica.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario