Por Marisa Manchado Torres, compositora y vicedirectora del Conservatorio Teresa Berganza de Madrid (EL PAÍS, 20/12/08):
Últimamente hemos asistido a dos manifestaciones, aparentemente opuestas, de una idéntica situación: me estoy refiriendo al silencio al que fuimos sometidas las mujeres compositoras en el extra de Babelia dedicado a la música contemporánea del pasado 27 de septiembre, así como la media página que, en este mismo periódico se nos concedió, el jueves 23 de octubre, a raíz del concierto Fémina Clásica organizado por Fundación Autor. Tanto un caso -el silencio- como el otro -la fuerza de la imagen con siete compositoras en torno a un piano y el acertado titular ¿Discriminadas? Rotundamente, sí-, obedecen a la misma situación: las mujeres en la música y más concretamente en el territorio patriarcal por excelencia, la composición, continuamos siendo pájaros exóticos, mitad temidos, mitad mimados paternalistamente, como “nenitas”, en ningún caso en igualdad de condiciones con nuestros colegas varones, sin la mayoría de edad necesaria, y a los hechos me remito.
En el mencionado extra el primer artículo arranca con diversos comentarios, por cierto, también muy discutibles -pero eso ya es territorio de otro artículo- donde son citados 49 nombres, entre los cuales ninguna mujer; seguimos con las fotos, donde de nuevo brillamos por nuestra ausencia y así, sucesivamente. Terminamos de leer siete páginas de cultura dedicadas al pensamiento y creación musical contemporánea en nuestro país manteniendo un regusto de tiempos remotos donde la mujer era descanso del guerrero o in ecclesiis taceant, desgraciadamente, tiempos no tan lejanos. No voy a extenderme, Laura Freixas ya contestó magníficamente en Cartas al director.
Así, el común denominador es recurrente: sistemáticamente partimos de cero, cuando la realidad demuestra nuestro pasado rico que debe ser reconocido y divulgado. Hay quien en su atrevimiento ignorante todavía afirma: “¡Pero si no ha habido compositoras!” o incluso yendo más lejos, “Sí, ha habido, pero son ‘menores’, no alcanzan la suficiente calidad”. Aquí hemos tocado el núcleo de la cuestión: el sistema patriarcal puede permitir alguna compositora en el pasado, incluso que haya podido vivir de su trabajo, pero existen olimpos de poder a los que las mujeres, todavía hoy, taceant, como la Academia, o la Escuela, y la Historia; sí, con mayúsculas, pues el Poder del Saber “de verdad”, el “bueno”, todavía es cosa de hombres.
El canon musicológico impone sus reglas, menos mal que Susan McClary nos abrió los ojos y los oídos, a la musicología feminista, todavía escueta en nuestro país pero no por ello menos firme. Los conservatorios están llenos de mujeres y las aulas de composición; sin embargo, en la programación al uso dominan los varones, siendo las mujeres la excepción. La docencia de la música, en los niveles elementales y profesionales es mayoritariamente femenina; cuando llegamos a los Conservatorios Superiores las grandes posiciones son ocupadas por hombres. Esta desigual proporción se debe sin duda a la inercia del sistema patriarcal, a pesar de las medidas correctivas introducidas como la Ley de Igualdad. Así, el valor de la diferencia, la riqueza de lo transversal en oposición a lo lineal y la abundancia cualitativa de la diversidad quedan legislados. Estos conceptos, que están ya en la calle además de en la boca de todos nuestros políticos -transversal, diversidad, diferencia- cuando se trata de aplicarlos a la mitad de la población, las mujeres, los cimientos del sistema rechinan y rugen.
Sin embargo, la aportación diversa y diferente de la música de las compositoras enriquece el universo musical, abre los oídos a otras formas de pensar la música como así lo están demostrando las pocas compositoras que a duras penas se abren paso; en suma, enriquecen, airean, cuestionan y hacen más saludable una vida musical que por otro lado necesita como agua de mayo este impulso, pues por más que nos queramos engañar, una vida musical que sólo se mira a sí misma, cerrada a cal y canto, acaba por morir de inanición, cuando no de muerte súbita.
La Ley de Igualdad exige paridad entre hombres y mujeres en todo tipo de organismo público, y algunos privados, con capacidad de gestión y decisión y especialmente en los cargos directivos. Nos gustaría ver paridad en las programaciones musicales, al menos de los festivales y centros públicos, que es casi como decir en todos, pues España es un país cuya cultura musical vive fundamentalmente de las subvenciones de dinero público. Queremos, pues, ver paridad en los cargos directivos de los centros de gestión que rigen nuestra vida musical. Y así, negadas a pesar de su existencia -¿o tal vez por ella?- queremos que las Hildegard de Bingen, Barbara Strozzi, Mariana Martínez, Elisabeth Jacquet de la Guerre, Louise Farrenc, Fanny Mendelssohn, Clara Wieck, Cécile Chaminade, Pauline Viardot, Alma Mahler, Lili Boulanger, María Rodrigo, Rosa García Ascot, Germaine Tailleferre -sólo por citar a las mejor recuperadas y documentadas- estén normalizadas y la programación de sus obras no se produzca sólo en conciertos monográficos “8 de marzo”, aunque también.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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