Por Antoni Segura, catedrático de Historia Contemporánea y director del Centro de Estudios Históricos Internacionales de la UB (EL PERIÓDICO, 26/12/08):
El presidente Barack Obama tiene retos a los que casi ningún presidente ha tenido que enfrentarse en su primer mandato: una crisis económica como no se había producido desde la Gran Depresión (ya se habla de un new new deal) y un escenario internacional muy inseguro en el que Estados Unidos tienen tropas empantanadas en dos conflictos de difícil solución (Irak y Afganistán).
Es el legado de Bush, que ha dejado el mundo peor de lo que estaba. Y, sobre todo, que ha estropeado gravemente la imagen y credibilidad de EEUU, que eran su principal capital de poder blando, es decir, la capacidad de exigir la hegemonía mediante el poder de atracción o, si se prefiere, persuadir mediante la cultura, el estilo de vida, los valores sociales y políticos (ciudadanía, libertad y democracia), la excelencia de las universidades, etcétera (Joseph Nye, exasesor de Bill Clinton). Asimismo, el poder blando no excluye la utilización del poder económico, ni del poder militar que, no obstante, se intenta vincular con un consenso internacional que le dé legitimidad.
El caso de Afganistán es un buen ejemplo. El último informe de The Asian Foundation (octubre del 2008) describe la situación del país: inflación y paro crecientes; millones de afganos condenados a problemas de nutrición; seguridad –sobre todo en el sur y las regiones que rodean Kabul–, que constituye la principal preocupación de la población (el 36%), mientras el paro (el 31%), la carestía (22%), la pobreza económica (17%) y la corrupción (14%) también son motivos de angustia. Como también lo son la falta de infraestructuras básicas (agua, electricidad, comunicaciones) y de escolarización, especialmente de las niñas. En suma, pesimismo, de tal modo que los que creen estar mejor ahora que con el régimen talibán ha disminuido del 54% en el 2006 al 36% en el 2008 y, paralelamente, ha crecido el rechazo a los valores democráticos en el sur y el este del país. La solución pasa solo, se apunta, por negociar con los talibanes moderado (o, como en su momento sugirió Tony Blair, en Irak con antiguos dirigentes –se supone que también moderados– del partido Baas), porque sería una salida que aún haría más absurdas las guerras que dieron lugar a la ocupación de estos dos países.
EL ASPECTO clave es que la misión ha dejado de ser militar –aunque los soldados permanezcan por un tiempo– y debe ser de reconstrucción y desarrollo, de consenso y apoyo regional (y de EEUU y la UE), para que las poblaciones de Oriente Próximo puedan decidir libremente su destino desde el Líbano al Paquistán. Pero, probablemente, la cuerda está demasiado tensa y la situación en que se hallan algunos países obligará a acciones contundentes –políticas y militares, preferentemente consensuadas– en un corto plazo de tiempo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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