Por Mário Soares, ex presidente y ex primer ministro de Portugal. Traducción de Carlos Gumpert (EL PAÍS, 27/04/09):
Escribo este artículo en mi condición de portugués, de ciudadano ibérico y europeo. Después de una larga reflexión y con claro sentido de la responsabilidad. La crisis global que estamos viviendo es de una enorme gravedad, comparable únicamente a la crisis de 1929, sólo que está es peor, porque además tiene visos de duración. Como es sabido, el epicentro de todo se sitúa en Norteamérica. Sin embargo, de los Estados Unidos empiezan a llegar ahora ciertas señales positivas, por más que tenues todavía, de la lucha contra la crisis en un ámbito financiero, pero con repercusiones efectivas en la economía real.
La Unión Europea, por el contrario, gobernada por figuras del pasado, algunas de ellas amigos cercanos a Bush, no ha conseguido, hasta ahora, ponerse de acuerdo acerca de un plan común para combatir la crisis. Ese fue el resultado, desgraciadamente, de la reunión en Londres del G-20, celebrado el pasado 2 de abril. La mayoría de los dirigentes europeos, tanto de izquierdas como de derechas, parecen decididos únicamente a cambiar lo menos posible para que todo siga igual.
Ahora Barack Obama sostiene -y con mucha razón- que sólo podremos acabar con la crisis tomando medidas que las personas comunes puedan comprender, para atender sus necesidades y aspiraciones, lo que implica cambios sociales y ambientales profundos, castigos judiciales para los culpables de los grandes trapicheos, o lo que es lo mismo, iniciar una nueva era, en los comportamientos y en las acciones, que permitan combatir la crisis global.
El Partido Socialista Europeo ha tomado conciencia de ello y en una Declaración, firmada por los 27 líderes europeos, ha señalado siete condiciones para combatir la crisis. Son las siguientes (cito de memoria): mayores inversiones para salvar a las pequeñas y medianas empresas al borde de la quiebra; más crédito para apoyar de inmediato a los desempleados, cuyo número sigue aumentando; lucha contra la pobreza; auxilio a las familias en dificultades y también a los hogares monoparentales, que corren el riesgo de ahogarse económicamente y de perder sus casas; ayudas a todos los excluidos socialmente, a los emigrantes y a los jóvenes en busca de su primer empleo.
Por otro lado, es preciso acabar con los “paraísos fiscales”, donde acaba por ocultarse todo el dinero robado, y oponerse al secreto bancario, para que los administradores y los gestores de las grandes empresas y los más ricos, así como quienes recibieron -y siguen recibiendo- bonus exorbitantes, puedan ser conocidos y llegue a alcanzarse una verdadera transparencia en todas las transacciones comerciales y especulativas sospechosas.
Como la crisis es global y múltiple (alimenticia, energética, ambiental, por no hablar de la especulación financiera que ha provocado un alejamiento de la economía real) es preciso que haya solidaridad entre los Estados, que se cree una nueva suerte de new deal global y que se reformen las instituciones financieras internacionales, ya obsoletas, precisamente para poder salir de la crisis.
Estas ideas tan sencillas fueron expuestas en la Declaración del Partido Socialista Europeo (PSE) del pasado 19 de marzo y coinciden con las propuestas que la Confederación Internacional de los Sindicatos sometió al G-20, que van en la misma dirección. Repito que todos los líderes socialistas europeos subscribieron la Declaración del PSE, pero pocos han sido quienes la han debatido en el seno de sus respectivos partidos o en las reuniones internacionales en las que han participado.
Y eso es gravísimo, porque estamos a poco más de un mes de las elecciones al Parlamento Europeo, que son decisivas para el futuro de nuestro continente. Las líneas políticas de actuación tienen que cambiar y los electores de Europa tienen que percibirlo claramente.
Lo que ocurre es que las elecciones europeas, hasta ahora, han suscitado una gran indiferencia entre los ciudadanos de los 27 países de la Unión, porque no se les han presentado propuestas convincentes de que exista una voluntad política de cambio consecuente que resulte eficaz para acabar con la crisis. Siendo esto así, ¿por qué razón habrían de acudir a votar?
Desde mi punto de vista, sólo la izquierda está en condiciones de resolver la crisis pues tiene, como ya ha demostrado el PSE, propuestas concretas y estructuradas para resolverla. No es el caso, por desgracia, de los partidos de derechas, sobre todo de los partidos que abandonaron el espíritu político de la democracia cristiana para transformarse en “partidos populares”, en la línea de los republicanos norteamericanos y de George W. Bush, en particular.
Y, sin embargo, es el Partido Popular Europeo el que ha designado ya a su candidato a la presidencia de la Comisión Europea: el portugués José Manuel Durão Barroso, anfitrión de Bush en la Cumbre de los Azores, donde se dio la luz verde para la invasión y la guerra de Irak, invocando además motivaciones falsas.
Por su parte, ha habido tres líderes y jefes de gobierno, un laborista y dos socialistas, por quienes siento, además, gran consideración, que han anunciado que sus partidos están dispuestos a sumar sus votos al PPE para la elección de Barroso.
Y yo me pregunto: ¿cómo es eso posible? ¿Por razones de política nacional, por acuerdos personales o políticos? O en otras palabras: ¿es que las razones de partido e ideológicas no cuentan? Considero que tal circunstancia supondrá una especie de suicidio del PSE, pues de ella puede derivarse, probablemente, la derrota en las elecciones europeas.
Se trata de una opción que excede a mi capacidad de entendimiento. Y, como socialista, republicano y laico, con largas y antiguas responsabilidades de gobierno, ex diputado europeo y presidente honorario de la Internacional Socialista, siento como un deber el manifestar aquí mi protesta y mi alarma.
Está en juego el futuro de la Unión Europea, una efectiva cooperación con el Estados Unidos de Barack Obama y la lucha contra la crisis global, que está afectando a billones de seres humanos indefensos.
Tengamos el valor de ser socialistas coherentes, europeístas e internacionalistas. No dejemos que muera la esperanza en el socialismo democrático, negándonos a presentar a un candidato propio del PSE. Los hay, y son excelentes.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Escribo este artículo en mi condición de portugués, de ciudadano ibérico y europeo. Después de una larga reflexión y con claro sentido de la responsabilidad. La crisis global que estamos viviendo es de una enorme gravedad, comparable únicamente a la crisis de 1929, sólo que está es peor, porque además tiene visos de duración. Como es sabido, el epicentro de todo se sitúa en Norteamérica. Sin embargo, de los Estados Unidos empiezan a llegar ahora ciertas señales positivas, por más que tenues todavía, de la lucha contra la crisis en un ámbito financiero, pero con repercusiones efectivas en la economía real.
La Unión Europea, por el contrario, gobernada por figuras del pasado, algunas de ellas amigos cercanos a Bush, no ha conseguido, hasta ahora, ponerse de acuerdo acerca de un plan común para combatir la crisis. Ese fue el resultado, desgraciadamente, de la reunión en Londres del G-20, celebrado el pasado 2 de abril. La mayoría de los dirigentes europeos, tanto de izquierdas como de derechas, parecen decididos únicamente a cambiar lo menos posible para que todo siga igual.
Ahora Barack Obama sostiene -y con mucha razón- que sólo podremos acabar con la crisis tomando medidas que las personas comunes puedan comprender, para atender sus necesidades y aspiraciones, lo que implica cambios sociales y ambientales profundos, castigos judiciales para los culpables de los grandes trapicheos, o lo que es lo mismo, iniciar una nueva era, en los comportamientos y en las acciones, que permitan combatir la crisis global.
El Partido Socialista Europeo ha tomado conciencia de ello y en una Declaración, firmada por los 27 líderes europeos, ha señalado siete condiciones para combatir la crisis. Son las siguientes (cito de memoria): mayores inversiones para salvar a las pequeñas y medianas empresas al borde de la quiebra; más crédito para apoyar de inmediato a los desempleados, cuyo número sigue aumentando; lucha contra la pobreza; auxilio a las familias en dificultades y también a los hogares monoparentales, que corren el riesgo de ahogarse económicamente y de perder sus casas; ayudas a todos los excluidos socialmente, a los emigrantes y a los jóvenes en busca de su primer empleo.
Por otro lado, es preciso acabar con los “paraísos fiscales”, donde acaba por ocultarse todo el dinero robado, y oponerse al secreto bancario, para que los administradores y los gestores de las grandes empresas y los más ricos, así como quienes recibieron -y siguen recibiendo- bonus exorbitantes, puedan ser conocidos y llegue a alcanzarse una verdadera transparencia en todas las transacciones comerciales y especulativas sospechosas.
Como la crisis es global y múltiple (alimenticia, energética, ambiental, por no hablar de la especulación financiera que ha provocado un alejamiento de la economía real) es preciso que haya solidaridad entre los Estados, que se cree una nueva suerte de new deal global y que se reformen las instituciones financieras internacionales, ya obsoletas, precisamente para poder salir de la crisis.
Estas ideas tan sencillas fueron expuestas en la Declaración del Partido Socialista Europeo (PSE) del pasado 19 de marzo y coinciden con las propuestas que la Confederación Internacional de los Sindicatos sometió al G-20, que van en la misma dirección. Repito que todos los líderes socialistas europeos subscribieron la Declaración del PSE, pero pocos han sido quienes la han debatido en el seno de sus respectivos partidos o en las reuniones internacionales en las que han participado.
Y eso es gravísimo, porque estamos a poco más de un mes de las elecciones al Parlamento Europeo, que son decisivas para el futuro de nuestro continente. Las líneas políticas de actuación tienen que cambiar y los electores de Europa tienen que percibirlo claramente.
Lo que ocurre es que las elecciones europeas, hasta ahora, han suscitado una gran indiferencia entre los ciudadanos de los 27 países de la Unión, porque no se les han presentado propuestas convincentes de que exista una voluntad política de cambio consecuente que resulte eficaz para acabar con la crisis. Siendo esto así, ¿por qué razón habrían de acudir a votar?
Desde mi punto de vista, sólo la izquierda está en condiciones de resolver la crisis pues tiene, como ya ha demostrado el PSE, propuestas concretas y estructuradas para resolverla. No es el caso, por desgracia, de los partidos de derechas, sobre todo de los partidos que abandonaron el espíritu político de la democracia cristiana para transformarse en “partidos populares”, en la línea de los republicanos norteamericanos y de George W. Bush, en particular.
Y, sin embargo, es el Partido Popular Europeo el que ha designado ya a su candidato a la presidencia de la Comisión Europea: el portugués José Manuel Durão Barroso, anfitrión de Bush en la Cumbre de los Azores, donde se dio la luz verde para la invasión y la guerra de Irak, invocando además motivaciones falsas.
Por su parte, ha habido tres líderes y jefes de gobierno, un laborista y dos socialistas, por quienes siento, además, gran consideración, que han anunciado que sus partidos están dispuestos a sumar sus votos al PPE para la elección de Barroso.
Y yo me pregunto: ¿cómo es eso posible? ¿Por razones de política nacional, por acuerdos personales o políticos? O en otras palabras: ¿es que las razones de partido e ideológicas no cuentan? Considero que tal circunstancia supondrá una especie de suicidio del PSE, pues de ella puede derivarse, probablemente, la derrota en las elecciones europeas.
Se trata de una opción que excede a mi capacidad de entendimiento. Y, como socialista, republicano y laico, con largas y antiguas responsabilidades de gobierno, ex diputado europeo y presidente honorario de la Internacional Socialista, siento como un deber el manifestar aquí mi protesta y mi alarma.
Está en juego el futuro de la Unión Europea, una efectiva cooperación con el Estados Unidos de Barack Obama y la lucha contra la crisis global, que está afectando a billones de seres humanos indefensos.
Tengamos el valor de ser socialistas coherentes, europeístas e internacionalistas. No dejemos que muera la esperanza en el socialismo democrático, negándonos a presentar a un candidato propio del PSE. Los hay, y son excelentes.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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