Por Mariano Aguirre, director del Norwegian Peacebuilding Centre (Noref), Oslo (LA VANGUARDIA, 26/04/09):
El país más peligroso del mundo, según algunos expertos. Pakistán tiene los componentes para ser visto así: gobierno débil, fragmentación étnica, un Estado sin cohesión, fuerzas armadas antioccidentales, pobreza extendida, crisis económica, islamismo radical que controla parte de la educación y agotamiento de recursos acuíferos. A la vez, es una potencia geopolítica que disputa la hegemonía regional a India y posee armas nucleares.
Los problemas no son sólo internos. La OTAN considera que la guerra en Afganistán depende de Pakistán. El apoyo de parte de las fuerzas armadas y otros sectores hacia los talibanes y grupos insurgentes, más el tráfico de armas y de droga, son parte de un problema más amplio: la frontera entre Pakistán y Afganistán, la línea Durand, es un trazo colonial en el mapa. Las comunidades locales pastún y beluchi ven esos territorios como una continuidad en vez de como partes de dos estados.
La situación económica es también grave: inflación del 25%, declive en el crecimiento y una población joven sin oportunidades. A la vez, escasez de alimentos y cortes energéticos. La investigadora Farzana Shaikh, de Chatham House (Londres), dice que se trata de un barco a punto de hundirse con demasiados capitanes a bordo, y que ninguno se preocupa por los pasajeros. La metáfora describe un país con varios centros de poder: el presidente Asif Ali Zardari (Partido Popular Pakistaní, viudo de Benazir Bhutto), el ex primer ministro Nawaz Sharif (Liga Musulmana Nawaz), los neotalibanes o talibanes pakistaníes, los líderes tribales, los partidos políticos religiosos, la comunidad de jueces y las fuerzas armadas.
El presidente Zardari gobierna con poderes especiales. El conservador Nawaz Sharif es una figura emergente que le disputa duramente la presidencia. El sector judicial, especialmente el presidente del Tribunal Supremo, Iftijar Chaudry, representa el sector liberal, constitucional y secular que, además, quiere investigar las violaciones de derechos humanos cometidas por las fuerzas armadas. Estas últimas tienen poder económico autónomo y una ideología que combina nacionalismo con islamismo radical, mientras que el servicio de inteligencia es un estado dentro del Estado.
Este servicio de inteligencia ha estado apoyando desde los años ochenta a los insurgentes afganos, primero contra la invasión soviética y ahora contra la OTAN. Igualmente ha promovido a grupos armados contra India en Cachemira. La preocupación de las fuerzas armadas es India, país con el que Pakistán ha estado en tensión y guerra desde 1947, por Cachemira, por recursos acuíferos y por hegemonía regional. Los militares quieren mantener el control sobre Afganistán para evitar que India extienda su influencia. Su visión es que Washington está inclinándose hacia el país vecino y que se trata de una conspiración para asfixiar a Pakistán.
Las condiciones que el Congreso de Estados Unidos está poniendo a Islamabad para continuar prestando ayuda militar y desarrollando infraestructuras, y las recientes declaraciones elogiando el papel de India en el conflicto afgano de Richard Holbrooke, enviado especial de Obama para Afganistán y Pakistán, agudizan esta percepción.
Diferentes grupos insurgentes han establecido su sistema de justicia e impuestos en la zona noroeste del país. El Gobierno mantiene una relación ambigua, permitiéndoles el control de algunas áreas y combatiendo con la ayuda de Washington a los grupos antigubernamentales en Beluchistán y parte de las ÁreasTribales Administradas Federalmente (FATA, en inglés).
Las acciones armadas de Washington en el territorio pakistaní agudizan la confrontación con Estados Unidos. Para el Gobierno Obama es un problema cómo apoyar a las fuerzas armadas pakistaníes, a las que precisa para combatir la insurgencia y, a la vez, aislar al sector crecientemente antiestadounidense.
El Gobierno de Zardari y el Parlamento han aceptado en abril que los talibanes establezcan la ley islámica en el distrito de Malakand, que incluye el valle del Swat, situado en la provincia Fronteriza del Noroeste, a sólo 160 kilómetros de Islamabad. La intención es que, a cambio de permitirles regir esa zona, los grupos insurgentes abandonarán la lucha. Sin embargo, es muy probable que los talibanes traten de controlar más zonas.
La confrontación crucial en Pakistán es entre la concepción religiosa y la liberal del Estado. Los militantes islamistas y los partidos políticos religiosos han ido ganando poder. Marco Mezzera y Safiya Aftab indican que el “el crecimiento del conservadurismo religioso es una respuesta de la sociedad al mal funcionamiento del Estado, tanto en términos de efectividad como de legitimidad”. Ese conservadurismo es antioccidental y ve a Estados Unidos y a Europa como enemigos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
El país más peligroso del mundo, según algunos expertos. Pakistán tiene los componentes para ser visto así: gobierno débil, fragmentación étnica, un Estado sin cohesión, fuerzas armadas antioccidentales, pobreza extendida, crisis económica, islamismo radical que controla parte de la educación y agotamiento de recursos acuíferos. A la vez, es una potencia geopolítica que disputa la hegemonía regional a India y posee armas nucleares.
Los problemas no son sólo internos. La OTAN considera que la guerra en Afganistán depende de Pakistán. El apoyo de parte de las fuerzas armadas y otros sectores hacia los talibanes y grupos insurgentes, más el tráfico de armas y de droga, son parte de un problema más amplio: la frontera entre Pakistán y Afganistán, la línea Durand, es un trazo colonial en el mapa. Las comunidades locales pastún y beluchi ven esos territorios como una continuidad en vez de como partes de dos estados.
La situación económica es también grave: inflación del 25%, declive en el crecimiento y una población joven sin oportunidades. A la vez, escasez de alimentos y cortes energéticos. La investigadora Farzana Shaikh, de Chatham House (Londres), dice que se trata de un barco a punto de hundirse con demasiados capitanes a bordo, y que ninguno se preocupa por los pasajeros. La metáfora describe un país con varios centros de poder: el presidente Asif Ali Zardari (Partido Popular Pakistaní, viudo de Benazir Bhutto), el ex primer ministro Nawaz Sharif (Liga Musulmana Nawaz), los neotalibanes o talibanes pakistaníes, los líderes tribales, los partidos políticos religiosos, la comunidad de jueces y las fuerzas armadas.
El presidente Zardari gobierna con poderes especiales. El conservador Nawaz Sharif es una figura emergente que le disputa duramente la presidencia. El sector judicial, especialmente el presidente del Tribunal Supremo, Iftijar Chaudry, representa el sector liberal, constitucional y secular que, además, quiere investigar las violaciones de derechos humanos cometidas por las fuerzas armadas. Estas últimas tienen poder económico autónomo y una ideología que combina nacionalismo con islamismo radical, mientras que el servicio de inteligencia es un estado dentro del Estado.
Este servicio de inteligencia ha estado apoyando desde los años ochenta a los insurgentes afganos, primero contra la invasión soviética y ahora contra la OTAN. Igualmente ha promovido a grupos armados contra India en Cachemira. La preocupación de las fuerzas armadas es India, país con el que Pakistán ha estado en tensión y guerra desde 1947, por Cachemira, por recursos acuíferos y por hegemonía regional. Los militares quieren mantener el control sobre Afganistán para evitar que India extienda su influencia. Su visión es que Washington está inclinándose hacia el país vecino y que se trata de una conspiración para asfixiar a Pakistán.
Las condiciones que el Congreso de Estados Unidos está poniendo a Islamabad para continuar prestando ayuda militar y desarrollando infraestructuras, y las recientes declaraciones elogiando el papel de India en el conflicto afgano de Richard Holbrooke, enviado especial de Obama para Afganistán y Pakistán, agudizan esta percepción.
Diferentes grupos insurgentes han establecido su sistema de justicia e impuestos en la zona noroeste del país. El Gobierno mantiene una relación ambigua, permitiéndoles el control de algunas áreas y combatiendo con la ayuda de Washington a los grupos antigubernamentales en Beluchistán y parte de las ÁreasTribales Administradas Federalmente (FATA, en inglés).
Las acciones armadas de Washington en el territorio pakistaní agudizan la confrontación con Estados Unidos. Para el Gobierno Obama es un problema cómo apoyar a las fuerzas armadas pakistaníes, a las que precisa para combatir la insurgencia y, a la vez, aislar al sector crecientemente antiestadounidense.
El Gobierno de Zardari y el Parlamento han aceptado en abril que los talibanes establezcan la ley islámica en el distrito de Malakand, que incluye el valle del Swat, situado en la provincia Fronteriza del Noroeste, a sólo 160 kilómetros de Islamabad. La intención es que, a cambio de permitirles regir esa zona, los grupos insurgentes abandonarán la lucha. Sin embargo, es muy probable que los talibanes traten de controlar más zonas.
La confrontación crucial en Pakistán es entre la concepción religiosa y la liberal del Estado. Los militantes islamistas y los partidos políticos religiosos han ido ganando poder. Marco Mezzera y Safiya Aftab indican que el “el crecimiento del conservadurismo religioso es una respuesta de la sociedad al mal funcionamiento del Estado, tanto en términos de efectividad como de legitimidad”. Ese conservadurismo es antioccidental y ve a Estados Unidos y a Europa como enemigos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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