Por Xavier Bru de Sala, escritor (EL PERIÓDICO, 18/03/11):
Inevitablemente, la energía nuclear vuelve a estar cuestionada. Con la catástrofe de Fukushima se ha hundido la siempre frágil confianza en la seguridad de las centrales nucleares. A base de datos y argumentos, se había conseguido maximizar su conveniencia y arrinconar el miedo, basado en una peligrosidad real. Aún de manera incipiente, pero con un número creciente de países, la oleada constructora iba adquiriendo grosor. En el mundo hay docenas de centrales en construcción, sobre todo en Asia, incluido Japón. Algunas en el este de Europa. Los planes de nuclearización de Italia, Finlandia o la República Checa son conocidos. Paralelamente, en casi todas partes se ha optado por prolongar la vida de las nucleares en funcionamiento, y a menudo por incrementar su capacidad. La energía nuclear producida en el mundo representa un 16% de la generación de electricidad. A pesar de los esfuerzos en sentido contrario, a corto plazo bajará. Si tenemos en cuenta el incremento de la demanda energética, para no perder cuota, deberían construirse centenares de nuevas centrales, no docenas. Hoy es impensable.
Fukushima ha cambiado el panorama mundial y las perspectivas, a pesar de que el accidente es el resultado de una grave, estúpida y no denunciada imprevisión, consistente en no proteger contra inundaciones los generadores eléctricos que habrían garantizado la refrigeración. Los reactores afectados resistieron el terremoto y el tsunami. Las explosiones y las fugas provienen de la posterior falta de suministro eléctrico, que no se habría producido si se hubieran aislado los generadores al igual que en otros lugares. Los protocolos de seguridad serán revisados a fondo. Esto no quiere decir que, una vez aprendida la lección en todo el mundo, la generación de energía nuclear se recupere de la convulsión. En este conflicto entre la razón y la emoción podría ser que ya no hubiera forma de vencer el miedo con incrementos de seguridad, a pesar de que en Europa los riesgos sísmicos son bajos.
Es probable que el conflicto se resuelva de manera diferente según los países. A los menos ricos y a los menos democráticos les costará más cambiar de planes. En Alemania o Suiza, por ejemplo, la conciencia del peligro y la propia riqueza pasarán por encima de cualquier otra consideración. Los países que consideren que el coste es asumible, irán arrinconando las centrales. Otros con fuerte dependencia nuclear, como por ejemplo Francia, no se podrán permitírselo. El retraso en los programas será general, de forma que en los próximos años bajará todavía más el porcentaje de energía nuclear sobre el total producido.
Dado que el consumo y la demanda de energía aumentan con el crecimiento económico, también aumentará la presión sobre los hidrocarburos, el petróleo, el gas y el carbón. No hay que ser gurú ni profeta para prever un fuerte incremento del precio del petróleo, el bien más escaso, contaminante, causante de mortandad y consumido por nuestra especie. No hay forma de hacer el recuento de muertos por guerras del petróleo (Libia es el último caso, Irak el más flagrante), pero como mínimo, calculando muy por lo bajo, la proporción debe de ser de 10.000 por el petróleo por cada uno de Chernóbil, el único accidente nuclear que ha provocado muertes humanas. Es probable que la proporción macabra sea de 100.000 a uno. La diferencia es que el peligro mortal del petróleo, derivado de las luchas por su control, no afecta a los occidentales. Las centrales nucleares, sí.
Estamos obligados a considerar si la máxima prioridad es suprimir las nucleares o limitar las emisiones de CO2. En otras palabras, no hay ninguna ecuación antinuclear realista que no contemple en el resultado el incremento de las emisiones acusadas de provocar el cambio climático. El dilema es: o más CO2 o más nucleares. ¿Las energías alternativas y el ahorro, suponiendo que sean superiores al aumento del consumo, tienen que sustituir prioritariamente a la energía nuclear o a los hidrocarburos? Con el actual modelo económico o social, no hay alternativa. Las perspectivas de cambiarlo por uno que contemple una drástica reducción voluntaria del consumo energético son extraordinariamente bajas. Así pues, hay que ser muy egoísta, irresponsable o corto de miras para no enfocar el problema en toda su magnitud. Todo está relacionado. Si la energía no sale de aquí, saldrá de allá.
El petróleo barato se acaba. Gas todavía hay. El peligro más importante, para el planeta y para todos sus habitantes, sería -es ya- el incremento del carbón por parte de países como China, que disponen de él quizá para siglos. Libia, por una parte, y Fukushima, por otra, ejemplifican que el de la energía es ya el primer problema de la humanidad. Sea como fuere, incluso con nucleares nos acercamos al final de un callejón sin salida.
Los dos vectores son: más demanda y menos fuentes de energía abundante y a precio asequible. El drama es este. No tiene solución en los próximos decenios. Seamos conscientes: si prescindimos de la energía nuclear agravaremos aún más el problema y llegaremos antes al fondo del callejón sin salida.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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